Margaret está sentada en un sofá de terciopelo azul, envuelta en una manta de lana, con la luz suave de la tarde filtrándose a través de las cortinas. La habitación está decorada con plantas verdes y fotografías familiares, pero la atmósfera es melancólica. Andrew entra con una expresión decidida, sus ojos reflejan preocupación y afecto.
Por la mañana, se divirtieron juntos; incluso Andrew le mostró el invernadero. Sin embargo, él se dio cuenta de que Margaret guardaba una pena profunda, como una espina clavada en el alma. Wade sabe que es difícil no recordar nada; debe de ser una sensación desgarradora verse perdida, sin reconocer ni lo que vive, ni con quién vive, ni lo que es. Pero está dispuesto a ayudarla. Su amnesia es temporal, y él puede ayudarla a recordar o, si no, a crear nuevos momentos juntos. Tiene la oportunidad de hacer las cosas mejor, de devolverle a Margaret su esencia de siempre, de ayudarla a recuperar su felicidad.
—Margaret —comienza, su voz firme pero suave—, es hora de que regreses al trabajo. Necesitas salir de casa, retomar tu vida.
Se acerca a ella, apretando suavemente los hombros, como un recordatorio de que él está ahí para apoyarla.
Ella lo mira, su expresión un tanto indecisa.
Lo que más anhela es regresar a la empresa, pero lo que ocurrió en la última ocasión la hace tener dudas que antes no tenía. Ella, que siempre fue tan segura de sí misma y tan consciente de su trabajo, ahora se siente vulnerable. A estas alturas, ya no está tan convencida de que haya sido Andrew quien la acusó de utilizar pruebas falsas, pero alguien lo hizo, y eso la inquieta profundamente. ¿Y si le vuelve a suceder? ¿Y si alguien la acusa nuevamente de manipular pruebas? ¿Y si cuestionan la ética de su trabajo?
Ahora, además de ser una abogada, es la esposa de Andrew Wade, el empresario y jefe de Wade Corporation. Su rol ya no se limita a su carrera profesional; está bajo el escrutinio de todos. ¿Y si esperan de ella algo más allá de lo que realmente puede ofrecer? La presión de cumplir con las expectativas de su nueva posición le pesa, y la sombra de la traición pasada amenaza con resurgir en cualquier momento.
—Lo pensaré —responde, sus ojos aún fijos en el suelo— solo que hay cosas que debo hacer primero.
Su voz suena entrecortada, como si el peso de la decisión la abrumara.
Andrew inclina la cabeza, un gesto que muestra su respeto por sus sentimientos, pero su rostro se torna serio.
—Recuerda que prometiste, Margaret. Además, firmamos un contrato donde te comprometías a trabajar conmigo. Necesito que cumplas con eso. —Su tono reflejaba una mezcla de desafío y gracia, recordándole la responsabilidad que había asumido.
Ella suspira, dejando caer la manta a un lado.
—Sí, lo sé. Pero hay tanto en juego... No estoy segura de que esté lista. —Una lucha interna se refleja en su mirada, mientras Andrew la observaba con empatía.
—Te entiendo, pero aquí no vas a sanar. Debes enfrentarte al mundo de nuevo, y yo estaré contigo en cada paso— dice Andrew, intentando infundirle valor.
Margaret finalmente mira a Andrew a los ojos, buscando la seguridad que él siempre le brinda.
—Está bien, lo pensaré en serio y haré un plan. Prometo que antes de la semana que viene tomaré una decisión. —Su voz suena más firme, como si una chispa de esperanza comenzara a encenderse en su interior.
Andrew asiente, satisfecho.
—Solo recuerda que estaré aquí para ayudarte. Valoro mucho nuestra asociación y lo que has hecho hasta ahora.
La conversación dejó entre ellos un rayo de luz, como un amanecer tras días nublados.
Antes de que Margaret comiencen a trabajar con Andrew, debe reunirse con dos personas; en total, serán tres. Ella siempre ha sostenido que no le gustaría laborar en el mismo entorno que su pareja, una preferencia que ha mantenido a lo largo de su vida. Sin embargo, antes de que esta realidad se concretara, se tomaron decisiones y una de ellas fue adoptada por Margaret Wade, no por Margaret Kelson, lo que indica una distinción crucial en su identidad y en su vida personal.
Es consciente de que no puede ocultarse para siempre; la evasión de la realidad y el intento de huir de lo que está ocurriendo no son opciones viables. Hasta el momento, solo ha intercambiado algunas palabras con una persona que la reconoció antes y después del trágico accidente que marcó un antes y un después en su vida.
Antes de tomar esta decisión trascendental, Margaret desea volver a ver al camarero; su presencia le ofrecería un sentido de conexión y familiaridad que ha estado buscando.
Al entrar al bar en esta ocasión, una sensación de confort la envuelve y un alivio la atraviesa. Ya no percibe aquel lugar como el escenario donde perdió el conocimiento debido a una maceta, ni como el refugio donde su cordura se desvaneció en el alcohol. Ahora lo contempla como el espacio donde cantó, bailó y entabló amistades significativas. En este nuevo enfoque, el bar se transforma en un símbolo de esperanza y de un posible renacer personal.
Margaret se sienta en la barra, tamborileando suavemente los dedos sobre el mármol mientras espera su bebida. El ambiente del bar está envuelto en una luz cálida y tenue, como un refugio perfecto para conversaciones íntimas y secretos compartidos. Entre el murmullo de los clientes y el suave jazz que se filtra por los altavoces, un camarero joven y amable, con una postura relajada y una sonrisa que ilumina el lugar, se le acerca.
Margaret, con una chispa de complicidad en sus ojos y una leve sonrisa en los labios, le dice:
—Te invito a un trago.
Él responde con un destello de sorpresa y una risa suave que revela un ligero sonrojo.
—No puedo beber en el trabajo —replica, mirando a ambos lados como si temiera que su jefe pudiera escucharlos.
—¿Y una limonada? —insiste Margaret, levantando una ceja en un gesto divertido que él no puede resistir.