Nuestro jardín de gardenias

16. Una novia en apuros

Un lujoso salón iluminado con luces doradas y decorado con arreglos de rosas y orquídeas. Las paredes están decoradas con arreglos florales y cortinas transparentes para suavizar el ambiente y darle un toque etéreo. Además, se colocan detalles de madera y dorado para aportar un estilo moderno pero con calidez. En una esquina, se encuentra una mesa especial para el pastel de bodas, decorada con pétalos y una iluminación especial que la convierte en el centro de atención. La música suave llena el ambiente, y el aire se siente cargado de alegría y expectativa. Margaret entra en la boda sintiéndose un poco fuera de lugar. La invitación llegó de manera casual, un gesto amable de una chica que conoció en un bar, donde una charla casual derivó en esta inesperada invitación. Sin embargo, Margaret no esperaba realmente asistir, y mucho menos estar involucrada en los preparativos de último minuto. Lo que la mantiene en calma es sentir el cálido y fuerte brazo de Wade en el que está apoyada. Margaret, con un elegante vestido negro, y Andrew, en un impecable traje oscuro, están de pie cerca de la pista de baile. Ambos sonríen y parecen en perfecta sintonía, a pesar de que sus miradas son cómplices y llenas de mensajes ocultos.

Mientras observan el espacio mágico y romántico, combinando un estilo elegante y moderno con toques tradicionales. La decoración incluye mesas vestidas con manteles de colores suaves, como marfil o beige, y caminos de mesa en tonos dorados o champán, que añaden un toque de sofisticación. Los centros de mesa están compuestos por flores frescas en tonos pastel, como rosas, peonías y lilas, dispuestas en jarrones de cristal y rodeadas de velas en candelabros dorados. La iluminación es cálida, con luces colgantes y velas que crean un ambiente íntimo y acogedor.

Andrew aprovecha la oportunidad y se aclara la garganta, buscando el valor para iniciar la conversación que ha estado postergando.

—Sabes, Margaret… he estado pensando en lo extraño que es todo esto. Hace un tiempo, llevo planificando una sorpresa y he estado buscando el mejor momento. Y ahora… aquí estamos.

Margaret lo observa, arqueando una ceja, divertida y curiosa.

—¿Qué me estás tratando de decir, Andrew? No me digas que te asusta la idea de estar en una boda…

—No, no es eso… —suelta una risita nerviosa y se pasa la mano por el cuello—. Es solo que… últimamente, me he dado cuenta no has estado bien y por eso he querido... esperar al momento propicio. Y, bueno… He estado pensando…

Andrew suspira, intentando encontrar las palabras, pero la mirada intensa de Margaret no le ayuda a calmarse. Justo cuando va a reunir el coraje para hablar con claridad, una de las damas de honor se acerca apresurada, interrumpiendo la conversación.

—¡Margaret! Te he estado buscando por todos lados. Te necesitamos, ¡es una emergencia!

Margaret, sorprendida, intercambia una rápida mirada con Andrew, quien sonríe, resignado y un tanto frustrado.

—Espera aquí, Andrew. Volveré enseguida.

Andrew asiente, sin poder evitar sonreír con una mezcla de frustración y ternura, mientras observa cómo Margaret desaparece en la multitud.

La arrastran hacia una habitación luminosa llena de espejos, perfumes, limpiadores faciales, cremas hidratantes, bases y correctores. El caos reina absoluto: plumas de almohadas flotan en el aire como copos de nieve en una tormenta desordenada; la habitación está desordenada, con iluminadores, colorete, pañuelos y restos de un frenesí de arreglos. La futura novia está sentada en una silla frente al espejo, con el rostro ligeramente humedecido por las lágrimas. Sus ojos se ven un poco hinchados, y la máscara de pestañas junto al delineador comienzan a correrse en sus mejillas. Las damas de honor están alrededor de ella, todas con rostros preocupados, tratando de consolarla mientras buscan un pañuelo, y Margaret, con su toque característico, es la primera en actuar, tendiéndoselo a una de las damas de honor. En medio de todo, la novia, temblorosa, mira al techo con una mezcla de desesperación y vulnerabilidad. Con el peinado a punto de desmoronarse y el vestido ligeramente torcido de tanto moverse de un lado a otro. Sus amigas tratan de calmarla, pero ella sigue gesticulando de manera exagerada y dramática, como si estuviera en una telenovela, repitiendo una y otra vez:

—No puedo hacerlo! ¡No estoy lista! ¿Qué si todo sale mal?

Kelson observa la escena con los ojos bien abiertos, como si hubiera entrado en el lugar equivocado por accidente. Las chicas le hacen señas a Margaret para que se acerque y trate de tranquilizar a Scarlett, quien al verla, sin pensarlo, le pregunta con voz temblorosa, casi como un último intento de rescatar su valentía:

—Dame una buena razón por la que debería casarme.

Margaret se queda congelada y en silencio un instante. No esperaba una pregunta tan directa y, menos aún, en un momento como este. Pero algo se remueve en su interior, y por un segundo, su mente es invadida por una serie de recuerdos incómodos. Piensa en George, su corazón roto y diez años de su vida desperdiciados. Recuerda el dolor y la confusión de su pasado, la traición de su ex que la dejó rota, perdida, y en un punto sin retorno, aprendiendo la dura lección de que no todos los amores son para siempre, y que algunas veces se camina demasiado tiempo al lado de la persona equivocada. Recuerda todas las mentiras y promesas vacías, y se imagina cómo habría sido su vida si hubiera tomado la decisión equivocada y se hubiera casado con él.

Pero luego, su mente vuela hacia Andrew. Pensar en él le trae una calma diferente, un deseo profundo y cálido de compartir cada día, diez años, veinte años, toda una vida.

La mirada de Margaret se vuelve decidida. Da un paso hacia la novia, toma sus manos temblorosas y le habla, lenta y suavemente, mirándola directo a los ojos:

—Solo se ama una vez. Si tus manos tiemblan al tocarlo y tu corazón se desborda de tu pecho, es el indicado. No dudes lo que tu alma grita y corre por él.




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