No era la misma feria que había conocido antes. Las luces brillantes se habían convertido en un escenario para crímenes, y las risas de la gente sonaban huecas y vacías. Mis ojos, llenos de lágrimas, no podían dejar de ver la imagen del maestro Sandro y el señor del tatuaje. La pregunta seguía rebotando en mi cabeza: si Mateo era uno de ellos, ¿por qué me había protegido? ¿Por qué parecía tan aterrorizado? Los secretos que había estado buscando ahora eran reales, y se presentaban de una manera que me dejaba más confundida que nunca.
—Creo que es mejor irnos —me dice Mateo, mirándome a los ojos.
Lo miro y veo que, en su mirada, hay miedo y algo que no logro descifrar.
Caminamos a buscar a Dante.
—Chicos, ¿Qué tal les fue a los dos? —nos dice Dante con una sonrisa, pero al ver nuestras caras se le borra—. ¿Qué les pasa?
—Luego te digo. Hay que llevar a Dalisa a su casa —le dice Mateo, caminando rumbo al auto.
El camino fue silencioso. Cada quien iba en su propio mundo.
_____
Llegamos a mi casa. Todo estaba oscuro, solo los focos de frente estaban encendidos.
—Nos vemos —me bajo del carro y entro a mi casa.Enciendo la luz de la sala y me siento en el sillón. Saco mi celular de la bolsa y entro al chat de Alice.
Me pongo a pensar si debería decirle que la cabaña sí existe, pero que el dueño es el maestro Sandro.
Me levanto, apago las luces y camino a mi cuarto.
Me meto a bañar para relajarme. Al salir de la ducha, limpio el espejo. Miro mi reflejo y me doy cuenta de que estoy llorando. Las manos me tiemblan.
Tengo miedo de que le pase algo a Alice o a mí.
Me limpio las lágrimas y termino de cambiarme.
Salgo del baño y me voy a mi mesa de tocador. Una hoja doblada llama mi atención, y el miedo me invade. La tomo con las manos temblorosas y los ojos llenos de lágrimas.
Miro a todos lados, buscando algo, buscando a alguien.
Me acerco a la ventana y reviso si está abierta, pero está cerrada. ¿Se habrán metido a la casa?
Desdoblo la hoja:
"¿Ya sabes quién sigue? ¿Tu? ¿Alice? ¿O las dos? Deja de buscar dónde no hay nada, y la carta de Joseph escondela bien, porque cuando la encontré, también te encontraré a ti."
¿Se lo digo a mi abuelita? ¿A mí mamá? tengo miedo de que me pase algo. Pero, ¿Fue el maestro Sandro?
Me acuesto, apago la luz de mi cuarto y lloro en silencio hasta quedarme dormida.
Ya regresamos a la escuela. Han pasado tres días desde que encontré la carta y no se lo he contado a nadie.
Después de esa noche, ya no volví a la feria. Los chicos me fueron a ver para saber cómo estaba.
Ellos creen que estoy así por lo que vi con Mateo, pero también es por la carta.
Alice sigue con la idea de querer conocer a Santy.
De las chicas que iban en el carro, nadie comentó nada. Ni siquiera las buscan. Es como si no les hubiera pasado nada.
—Lisa, ¿estás bien? Te noto distraída. ¿Algo te pasa? —me dice Alice en voz baja.
Yo asiento con la cabeza, mirando al pizarrón.
Estamos en nuestra segunda clase.
—Oye, Lisa, ¿No te parece raro que los maestros no se pregunten por la desaparición de Sara? —me dice Alice, dándole una mordida a su fruta picada.
—Sí, pero ni siquiera sus amigas están preocupadas. Y luego está el cambio de actitud de Isabella —le respondo.
—Ya tengo la fecha de mi encuentro con Sandy —me dice emocionada—. Tú me vas a acompañar, como ya habíamos acordado.
—Es muy peligroso, Alice. Estás viendo que está desapareciendo gente, a nadie parece importarle, y luego están las cartas que te están llegando. Todo es una advertencia, quieren hacerte algo —le hablo con desesperación, esperando que se le quite esa idea de conocer a Sandy.
—Vamos a ir el viernes. Además, ya no me han llegado más cartas, así que ya se les olvidó lo que hice —me responde despreocupada.
Llegamos a la salida de la escuela y vemos que hay muchos policías de la capital. ¿Qué habrá pasado para que estén aquí?
Están hablando con algunos alumnos. Se nos acercan un policía y nos miramos entre nosotras. ¿Será que descubrieron que nos metimos a una casa?
—Buenas tardes, chicas. Soy el teniente Bianchi. Estamos aquí porque, en la salida de Valle Vigezzo, encontraron a su compañera Sara Moretti.
—¿Qué le sucedió? —pregunté.
—Aún no lo sabemos, pero su cuerpo ya estaba entrando en descomposición. Al parecer, la enterraron viva —nos dice, mirándonos—. ¿Cuándo fue la última vez que la vieron?
Saca un lápiz y abre una libreta.
—El jueves. Yo la vi en los pasillos, estaba muy feliz porque iba a ser la reina de la feria —le dice Alice, y el teniente anota en su libreta.
Ella me mira, como preguntándome si le contamos sobre su romance secreto. Yo asiento con la mirada. Que pague el maestro Sandro por lo que le hizo a Sara. Porque, sin duda, fue él.
—Bueno, se decía que andaba con un maestro, porque en más de una ocasión los encontraron en escenas comprometedoras —le digo en voz baja, para que los que pasan no escuchen.
—¿Me podría dar el nombre del docente? —me mira, dudosa, si decirlo—. Nadie sabrá que usted me lo dijo. Esto queda anónimo.
—Está bien, es el maestro Sandro. Pero por favor, no le diga a nadie que yo le dije eso —le ruego, por los problemas en los que me metería si se sabe que hablé.
—Gracias, jovencita, por su cooperación —nos dice, y luego se voltea para preguntarle a otros alumnos.
—Espere. ¿En dónde podemos preguntar para saber más sobre lo que le pasó a Sara? —le digo cuando está a punto de irse.
—Mire, hasta donde se sabe, a la chica la encontraron en mal estado. Como les comenté, la habían enterrado. Al parecer, pudo haber muerto por asfixia, o también por pérdida de sangre.
Nos notificaron que abusaron de ella. Al parecer ya tenía días siendo víctima. Le hicieron una marca en el cuello con un fierro caliente. Además, tenía una herida en las costillas, que posiblemente fue la que le causó la hemorragia fatal.
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Editado: 16.09.2025