Alice gritaba que la soltaran y yo no sabía qué hacer. Decidida a salir, me quedé de piedra al escuchar la voz de Alessandro.
—Hay que apurarnos, que se acercan —dijo mientras sacaba su celular—. ¡Deja de buscar el maldito celular! Ahorita lo busco yo.
Jack sacó algo y se lo inyectó a Alice. A los segundos, vi cómo ella dejó de moverse, y Jack la cargó. Sin dejar de grabar, observé cómo Alessandro y Jack se metían a la cabaña con Alice inconsciente.
Me espanté cuando mi celular vibró con un mensaje de Dante.
Dante: Ya casi llegamos.
Me regresé por donde había venido para buscar el celular de Alice. Su ubicación me indicaba que estaba cerca. Me paré donde lo había aventado. Tardé unos segundos, pero lo encontré. Lo apagué y me alejé de la cabaña. Escuché pasos y empecé a correr más rápido. Me tropecé con una rama y empezó a dolerme el tobillo. Solté el celular de Alice, lo recogí y seguí corriendo. Lo guardé en el bolsillo del pantalón. Volteé para ver si todavía me seguían.
Choco con un cuerpo.
—Lisa, ¿Qué pasa? —me preguntó Dante.
—Escuché ruido y fui a ver, pero después sentí que me estaban siguiendo y creí que era gente de la cabaña —le respondí, volteando de nuevo para asegurarme.
Dante me abrazó y yo le correspondí el abrazo. Me separé de él para romper el contacto. Me limpié las lágrimas.
—Fuiste otra vez a la cabaña —dijo Mateo, con cierto enojo.
—No —exclamé, tomando aire—. Estaba caminando y escuché ruidos. Me dio miedo. Creí que tal vez podría ser el maestro Sandro.
—Está bien, vamos. Ya casi oscurece —dijo Mateo, tomándome de la mano—. Solo que no digas nada de la cabaña.
Caminamos, pero me quejé del dolor en el tobillo.
—¿Te duele mucho? —preguntó Dante.
—Sí, pero aguanto hasta llegar a la casa —respondí, mientras Mateo me ayudaba a caminar.
Cuando estábamos por llegar, les advertí.
—Nada más no le digan nada a mi abuelita.
Entramos a la casa y mi abuelita se asomó. Cuando nos vio, caminó hacia nosotros. Me senté en el sillón y los chicos hicieron lo mismo.
—Hola, chicos, no tardaron —dijo mi abuelita—. Creí que iban a ir a casa de Elisabeth.
—Sí, vamos a ir mañana saliendo de la escuela —respondió Mateo.
—Lisa, ¿Estás bien? —me preguntó. Me asenti con la cabeza y le sonreí.
—Hasta mañana, Lisa. Nos vemos, señora Lidia —se despidió Dante.
—Adiós, Lisa. Hasta mañana, señora Lidia —dijo Mateo.
Salieron, y yo los acompañé hasta la puerta. Ya había un carro negro esperándolos. Las ventanas estaban polarizadas. Bajaron el vidrio y vi que Alessandro era el conductor. Me volteó a ver y me sonrió.
—Hola, Dalisa —me dijo.
Le sonreí, incómoda. El carro se perdió entre las calles hasta desaparecer. Me metí a la casa caminando, tratando de no apoyar el pie.
—¿Te duele mucho el tobillo? —preguntó mi abuelita.
—No, me duele poco —le respondí mientras caminaba despacio hacia mi habitación.
______
Al cerrar la puerta de mi habitación, me dejé caer lentamente en la cama. El tobillo palpitaba con fuerza, pero no era solo el dolor físico lo que me molestaba. Tenía el video en el celular, la evidencia. Lo que habían hecho con Alice era algo grave, muy grave.
Saqué los celulares del pantalón y observé el de Alice unos segundos. Mis manos temblaban. Prendí mi celular, revisé el video: estaba claro. Se veía a Jack inyectándole algo a Alice, y luego a Alessandro ayudándolo a meterla en la cabaña. Su rostro, su voz no había duda.
Encendí el celular de Alice y le mandé los videos. Le llegó la notificación, pero no tuve el valor para poner la contraseña y entrar a una parte del mundo de Alice. Así que lo volví a apagar y borré el video de mi celular.
Agarré la carta de Joseph y luego el celular de Alice para ocultarlos debajo de una tabla suelta en el suelo de mi armario. Nadie podía encontrarlo. Nadie debía saber que yo tenía esa grabación. No hasta estar segura de qué estaba pasando.
Me acosté, pero el sueño no vino. Solo pensamientos.
¿Qué estaban haciendo con Alice? ¿Por qué Alessandro estaba involucrado? ¿Quién más sabía? ¿Qué tanto ocultaba Alice?
______
Al día siguiente, cojeando, me presenté en la escuela. En toda la noche no dejé de pensar en Alice. ¿Sus papás la estarían buscando?
Llegué a la entrada y Dante y Mateo me esperaban.
—Hola, Lisa. ¿Cómo está tu tobillo? —preguntó Mateo.
—Bien, no está tan inflamado, así que estoy bien —trato de sonreírle.
—Mi abuela dice que hoy sí tienes que ir a la casa a probar sus galletas —insiste Dante.
—Sí, voy a ir. Ya tengo curiosidad de probarlas —trato de sonar emocionada—. Por cierto, ahora vengo, voy a buscar a la mamá de Alice.
—¿Por qué quieres buscar a la maestra Irina? —me interrumpe Mateo.
—Es que desde ayer le estoy mandando mensajes a Alice y no le llegan. Parece que se la tragó Valle Vigezzo. Estoy preocupada.
Los observo a los dos y noto que se tensan al decir lo último.
—Bueno, mejor te ayudamos a llegar al salón —dice Mateo.
Dante me ofrece su mano y Mateo también. Les pego en las manos y camino por mi cuenta. Me duele, pero el dolor es soportable. Antes de llegar al salón, nos topamos con la mamá de Alice, que iba a entrar a la oficina del director.
—Disculpe, maestra Irina, ¿Sabe en dónde está Alice? Es que desde ayer le estoy mandando mensajes y no me responde. Me dijo que se iba a encontrar con un chico, pero no quiso decirme en dónde —la mamá de Alice ve a Dante y a Mateo, les sonríe, y luego posa su sonrisa en mí.
—Alice se fue con su abuela a un pueblo, porque últimamente estaba muy distraída con los chicos y descuidaba sus actividades. Yo le diré que, cuando pueda, te envíe un mensaje. Donde vive mi mamá no hay señal de celular —después de decir eso, vuelve a mirar a Dante y Mateo, sonriendoles como buscando su aprobación.
#508 en Thriller
#228 en Misterio
misterios suspenso secretos, pasado dolor mentiras secretos, desaparicion e injusticia
Editado: 04.10.2025