A la mañana siguiente, el cielo estaba gris. El aire olía a lluvia y a silencio.
A la mañana siguiente, el cielo estaba gris. El aire olía a lluvia y a silencio.
No dormí mucho; cada vez que cerraba los ojos veía el mapa y los círculos rojos.
Las imágenes se mezclaban con las cartas, con la voz de Alice diciéndome que confiara en ella, y con el rostro del maestro Sandro observándome desde su oficina.
Bajé a desayunar. Mi abuelita estaba en la mesa, vestida de negro, con el cabello recogido y una expresión que no supe leer.
—Buenos días, Dalí —me dijo sin mirarme—. ¿Dormiste bien?
—Más o menos —respondí, sirviéndome un poco de café.
—No olvides alistarte temprano. Vamos a salir a las nueve —añadió, y siguió comiendo en silencio.
No quise insistir. Algo en su tono me decía que estaba preocupada o tal vez enojada.
Mientras comía, miré de reojo por la ventana. Una bandada de cuervos cruzó el cielo y, por un segundo, sentí un escalofrío.
Subí a mi habitación. Encendí el celular de Alice y tomé la carpeta del mapa. Las casas marcadas parecían brillar bajo la luz tenue que entraba por la ventana. Había dos casas dentro de un círculo azul, una era la de los Fox, y la otra —si mal no recuerdo—, la de Dante.
De pronto, el celular vibró. Un mensaje nuevo, era del teniente Bianchi.
Teniente Bianchi: Voy camino a la cabaña. Si descubro algo, te aviso. Pero no hables con nadie sobre el mapa todavía.
Respondí con un ok, aunque el nudo en mi garganta creció. Tenía miedo de que él no regresara.
Guardé el celular y empecé a vestirme para el convivio.
El vestido negro que me dio mi abuelita me quedaba justo, como si hubiera sido hecho para ese día.
Antes de salir, abrí la carpeta una vez más y noté algo que no había visto anoche: en una esquina del mapa había una palabra casi borrada.
“Busca como un zorro.”
Mi corazón empezó a latir con fuerza.
Siento que todo apunta a los Fox, pero aún no hay nada concreto que los relacione más.
—Dalí, hija, ¿Ya estás lista? —gritó mi abuelita desde abajo.
—Ya voy —respondí.
_______
El cielo seguía nublado, pero en el horizonte el sol intentaba abrirse paso entre las nubes. Mientras el auto avanzaba, no podía dejar de pensar en lo que el teniente encontraría en la cabaña y en si regresaría para contarlo.
Llegamos a la mansión de los Fox. Había poca gente y todos vestían de negro.
Entramos, y en la sala colgaba un cuadro grande del señor Frederick Fox, con traje negro y corbata roja. Pero algo me llamó la atención: el dije que llevaba en la corbata, un triángulo invertido con una F azul en el centro.
—¿Qué miras tanto? —escuché la voz de Dante detrás de mí.
—Nada —le dije, volteandome pero me congelé al ver a un hombre.
Pietro.
¿Qué hace este señor aquí? Se supone que esto es algo familiar, de amigos cercanos.
El doctor Pietro me miró, y yo aparté la vista hacia Dante.
Lo observé, se veía nervioso.
—Hola, hijo —escuché una voz detrás de mí.
—Hola, papá —respondió Dante.
Lo miré sorprendida. Era su padre.
Dante lo observaba con seriedad; incluso en su voz se notaba lo disgustado que estaba con su presencia.
—¿No me vas a presentar a esta chica? —dijo Pietro con voz seca.
Me paré al lado de Dante, sin poder creer que Alice y él hubieran tenido un romance. Y claro, ahora todo encajaba; los mensajes, las fotos.
—Ella es Dalisa, amiga de Alice. La recuerdas —dijo Dante.
Lo último que dijo me quedó resonando, si me recuerda o si recuerda a Alice.
Miré a Dante. ¿Sabrá él del romance que tuvo Alice con su padre? ¿O fue eso lo que hizo que Alice se alejara de él?
El doctor Pietro lo miró unos segundos y luego se fue.
En los mensajes, Alice decía que su hijo ya se había enterado del romance.
Recordé a Jack diciéndole a Dante que él se encargaría del trabajo de Alessandro, luego cómo Alice empezó a apartarse de Dante, y el cambio que él tuvo hacia ella.
Pero Dante no sería capaz de hacerle eso a Alice.
—¿Estás bien, Lisa? —me preguntó.
—Voy al baño, ahorita regreso —respondí, caminando hacia el baño.
Entré y me eché agua en la cara. ¿Realmente fue Dante? Entonces llegó una notificación al celular, un mensaje de voz del teniente Bianchi.
—Dalisa, la cabaña es solo una fachada. Tienen todo debajo. La llaman Casa de Candy. Ten cuidado. Ellos me vieron cuando entré. Había muchas personas. Ahora vienen detrás de mí. Voy a la comisaría; mañana hablaré de lo que encontré.
Su voz se escuchaba agitada, como si estuviera corriendo. Luego se oyó cómo encendía el auto y el audio se cortó.
Me puse aún más nerviosa. Me miré al espejo; estaba pálida. ¿Podrían meter a Jack a la cárcel por secuestrar a Alice?
Tocaron la puerta. Iba a responder, pero una nota apareció deslizada por debajo. Me agaché para tomar la; las manos me temblaban.
Al voltearla, vi el símbolo que traía y entendí que su contenido no sería nada bueno.
La abrí y leí.
Dalisa, todo lo que buscas está frente a ti. Todas las personas que conoces tienen un lado oscuro. ¿Cuál es tu lado oscuro?
Abrí la puerta y miré hacia ambos lados: el pasillo estaba vacío. Volví a leer la carta y miré hacia los cuadros de los antepasados.
—Dalí, hija, ¿Estás bien? —me sobresalté al escuchar la voz de mi abuelita—. Dante me comentó que te vio rara.
La miré.
—Yo —observé el pasillo de los cuadros— estoy bien.
Mi abuelita siguió mi mirada y luego me miró a mí. —¿Quieres echar un vistazo? —me dijo.
—Claro —respondí.
Caminamos hasta los cuadros.
—Mira, él fue el fundador de Valle Vigezzo. ¿Sabías que antes se iba a llamar Valle Foxland? —comentó.
Pasamos a la siguiente foto.
—¿Y él quién es? —pregunté, señalando la tercera imagen, donde se veía un mapa y un logo.
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Editado: 20.11.2025