—Lisa, ya sal —escuchó la voz de Dante y miró hacia la puerta.
Trato de controlar mis nervios; no quiero que ellos vean que esto me está afectando.
Salgo del baño y voy hacia ellos. Me siento en la cama y miro mis manos.
—Ya le dije a mi papá. Me dijo que va a empezar a investigar al maestro Sandro —habla Mateo en voz baja.
—El teniente Bianchi, podemos hablar con él —veo cómo ambos intentan ocultar sus expresiones.
Dante parece que se quiere reír y Mateo, al parecer, está nervioso.
—Creo que con mi papá está bien —añade de inmediato Mateo.
—Bueno, pues dile a tu papá que se apure, porque siento que el maestro Sandro se mueve muy rápido. Mira a Isabella.
—Cierto, Isabella y Sara —dice entusiasmado Dante.
—¿Qué con ellas? —le digo.
—Lo pueden culpar de la desaparición de ellas. Hay suficientes pruebas que apuntan a él —responde Dante.
—Espero que termine en la cárcel —digo en voz baja.
—Le comentaré a mi papá —dice Mateo.
Me llega otro mensaje y lo abro.
Maestro Sandro: Dalisa, ¿Estás lista para?
—Miren, el teniente Bianchi me comentó que el sospechoso era el maestro Sandro. Al parecer, alguien le habló del romance que tenían esos dos —me acomodo mejor en la cama.
—Cierto, alguien fue de chismoso y por eso se destapó todo —dice Mateo, y luego me mira.
Miró a Dante, y él también me está mirando.
—¿Qué? —les digo.
—No fuiste tú la que le dijo al teniente.—dice Dante, cruzándose de brazos.
—No —digo exaltada por el simple hecho de que piensen que fui yo.
Bueno, sí fui yo, pero eso no tiene que saberlo nadie.
—Entonces fue Alice. Por eso también el maestro Sandro la secuestró —dice Mateo, seguro de sus palabras.
—En la madrugada vi a Alice —comentó, mirando mis manos y en voz baja.
—¿Cómo? ¿No se supone que está en la cabaña? —exclama Dante.
—Sí, pero creo que se escapó. Ella venía corriendo y me gritó que ya saben, pero no sé qué exactamente. Después de eso, alguien la atrapó y se la llevó —los miro a los dos, pero en sus caras hay algo que sé que no me quieren decir.
Dante se levanta de la cama y camina hasta la ventana. Yo lo sigo con la mirada.
Él se voltea para vernos.
—¿No has pensado que tal vez Alice le dijo al maestro Sandro que fuiste tú, y por eso te manda esos mensajes? —me mira a los ojos, y en su cara hay preocupación.
Siento que otra vez quiere devolverme esa preocupación por todo lo que me está pasando.
—No creo, Alice no sería capaz —habló en voz baja—. Aparte, las cartas yo las empecé a recibir desde antes de lo sucedido con Sara.
—Alice siempre me pareció rara. Nunca andaba con nosotros y siempre ponía pretextos cuando salíamos los tres.
Cada vez me siento más nerviosa. Siento cómo se me forma una bola en el estómago y el pecho me empieza a doler.
Quiero responderles, pero no quiero arruinar nada. Dante ha sido mi amigo desde la secundaria, pero su actitud no me está gustando del todo.
Tardaron más tiempo en mi habitación, hablando de cómo resolver esto, pero yo solo sentía cómo, a cada momento, me crecía la bola en el estómago. Estoy muy nerviosa. Siento que algo va a cambiar entre nosotros a partir de ahora.
Y tengo miedo de que sea para mal.
______
A la mañana siguiente, desperté con la bola en el estómago más grande, y más nerviosa me sentía como si algo malo fuera a pasar.
El sonido del viento colándose por la ventana me hizo estremecer. Todo estaba en silencio. Ni siquiera los pájaros cantaban. Era como si el mundo entero estuviera conteniendo la respiración.
Me levanté despacio, fui hasta el espejo y me miré. Tenía las ojeras marcadas, el rostro pálido y los labios resecos. No dormí bien.
Tomé el celular. Ningún mensaje nuevo. Por un momento sentí alivio, pero duró poco. Sabía que el maestro Sandro no tardaría en volver a escribirme.
—Lisa —escuché la voz de mi abuelita del otro lado de la puerta—. ¿Vas a desayunar?
—Sí, ya bajo —respondí, intentando sonar normal.
Me vestí rápido y bajé las escaleras. El olor a café recién hecho me golpeó, pero no me provocó hambre.
Me siento y mi abuelita ya está desayunando.
El resto del desayuno transcurrió con normalidad. Mi abuelita me platicaba de todo lo que pasa en Valle Vigezzo, pero yo no podía prestarle atención del todo; mi mente iba al mensaje del maestro Sandro y a Alice.
—Voy a ir a comprar el mandado, pero tal vez tarde, porque voy a ir con Elisabeth —se levanta y sale de la cocina.
En la noche, como no podía dormir por los nervios, volví a revisar los mensajes que tenía Alice, pensando que algo no vi en su momento. Pero no encontré nada que la apuntara como la mala de la historia.
Lavo los trastes y voy a la sala.
Me siento en el sofá y prendo la televisión.
—Ya me voy, hija. Voy a procurar no tardar; cualquier cosa, me llamas —me da un beso en la mejilla.
—Salúdame a la señora Elisabeth —le digo.
Voy a la cocina, agarro la caja de cereal y regreso a la sala.
Veo la televisión, busco el control. Está en el sillón de al lado, y cuando lo voy a agarrar, me entra una llamada.
Veo mi celular, que está a un lado de mí, es Dante quien me está llamando.
—Lisa, no abras la puerta. Ve a tu habitación y no salgas hasta que lleguemos, ¿Sí? —se escucha exaltado.
Cuando voy a responder, veo a una persona acercarse a mi casa por la ventana, pero debido a las cortinas, la persona de afuera no puede verme.
—Lisa, ¿me escuchas? —me trae de regreso la voz de Dante.
—Hay alguien en mi puerta —murmuro—. ¡Se quieren meter a robar! —exclamo al ver que intentan forzar la manija.
—Lisa, corre a tu habitación y no salgas. Ya casi llegamos —corro a mi habitación y le pongo seguro a la puerta.
Siento cómo las piernas me tiemblan. Veo mi habitación y me enfoco en mi clóset. Corro y me meto dentro.
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Editado: 20.11.2025