MICHAEL
—Llegas tarde —acusó Sam al verme aparecer en dirección.
Ignoré su comentario e intenté entrar a mi oficina antes de que lograra interceptarme.
—Señor, el señor Félix le estaba buscando —anunció la secretaria de Sam.
—Llámelo y dígale que venga a mi oficina —ordené.
La chica asintió y apresuró el paso hacia su mesa. Sam, para mi disgusto, logró alcanzarme antes de poder entrar.
—No te ha traído Félix —moví la cabeza en un signo de negación—. Con razón llegas tarde —se burló mientras se acomodaba dentro de mi oficina.
—Félix cumple órdenes y llegué tarde por el tráfico infernal de esta ciudad —aclaré mientras me deshacía de mi chaqueta y lograba acomodarme en mi escritorio.
—Pero si tú amas esta ciudad —continuó burlándose.
Le asesiné con la mirada. O al menos lo intenté.
—Que ame la ciudad en que nací no quiere decir que me agrade su tráfico infernal —aclaré.
En ese preciso momento, Félix entra en mi oficina cargando una tablet. Nos mira un poco confundido por la presencia de Sam, pero logra recuperar la compostura antes de que este se dé cuenta.
—Señor. Señor Sam —saluda con una pequeña inclinación de cabeza.
Me mira directamente y asiente mientras señala la tablet. Asesino a Sam con la mirada antes de ordenarle.
—Sam, a trabajar. El que llegó tarde soy yo, no tú.
Me mira ofendido, pero acata mi orden. Vale, es mi socio, pero no por eso dejo de darle órdenes.
—Estás imposible por las mañanas. ¿Por qué será? —preguntó irónico antes de salir de la oficina.
Félix se acerca a mi escritorio y deja la tablet frente a mí. Cojo la tablet y comienzo a ver el documento que está abierto.
Es un documento con toda la información de Mía. Leo algunas cosas y me sorprendo con otras.
—Supongo que tienes un resumen hecho, ¿no?
Félix asiente mientras yo observo algunas de las fotos.
—Mía Montés. Tiene 26 años recién cumplidos. Nació el 26 de diciembre de 1997. Su madre era latinoamericana, pero reside en el país desde sus 17 años —observo las fotos de sus padres y algunas tomadas en los últimos días. En ellas aparece con Noa y otro chico de su misma edad—. En su adolescencia, descubrió que le gustaba el arte y que tenía talento para ello —no lo dudo—. Entró en la universidad en la clase de artes plásticas y se desempeñó como una de las mejores estudiantes. Hace 5 años tuvo que dejar las artes y entrar en historia del arte.
—¿Por qué sucedió eso? —no pude evitar interrumpirle.
—Sus padres murieron en un accidente en esa época y tuvo que empezar a trabajar para pagar la universidad. El curso de historia del arte era mucho más barato y había muchas más ofertas de trabajo. —Observo el informe de sus estudios y tuve que evitar maldecir en voz alta.
—Se graduó con título de oro —comenté.
—Así es, señor. A pesar de su embarazo, logró destacarse —le miré sorprendido.
¿Continuó estudiando mientras estaba embarazada?
—¿Qué edad tiene la niña? —pregunté, notablemente interesado en ese punto.
Félix se acercó más al escritorio y contestó después de aclararse la garganta.
—Tres años y diez meses, señor. Nació el 4 de abril de 2019.
Intenté sacar las cuentas necesarias y buscar una solución a las dudas en mi cabeza. Era imposible que esa niña fuera mi hija. Para ello, al menos debería haber nacido en junio.
A no ser...
Una lucecita de esperanza se intensificó aún más en mí y no pude evitar preguntar.
—¿Fue prematura?
Félix me miró directamente a los ojos. Se le notaba especialmente confundido.
—Exactamente, señor —confirmó—. Nació dos meses antes de lo esperado.
Una gran sonrisa se instaló en mi rostro mientras comenzaba a ignorar la presencia de Félix y me centraba en la información de Mía. Mi Mía.
Esa chica del bar en la que siempre pensé todos estos años. Esa que busqué tan desesperadamente. Había encontrado a esa chica y, mejor aún, tenía una hija con ella. Una preciosa niña que era mi imagen, físicamente al menos, y que conservaba la preciosa sonrisa de su madre y su amabilidad. Deseaba que estuviesen en mi vida. Deseaba salir a buscarlas y encerrarlas en mi apartamento para disfrutar de ellas. Que solo yo tuviese ese privilegio.
Pero quedaban algunas cosas pendientes. Tenía que comprobar si Mía me recordaba, si deseaba lo mismo que yo. También comprobar si Noa era mi hija. Que lo era. Pero tendría que hacer una prueba de ADN para estar completamente seguro y callar los comentarios de las personas cuando se enterasen de esta historia.
Entonces, una idea me puso en marcha.
Tenía que hablar con Terry; ella estaba más cerca de ambas y podía conseguirme lo que necesitaba. También les daría la buena noticia. Ella, al igual que Sam y Félix, era la única que conocía esta historia.
De un salto, estaba de pie y buscando mi chaqueta. Observé el rostro de consternación que Félix mantenía y no pude hacer más que sonreír.
—Señor, ¿va a salir? —preguntó, confundido.
—Sí, Félix. Voy a por ellas —confirmé.
Félix me miró aún más confundido.
—Si no es mucha indiscreción —asentí—, ¿esa chica es...?
—Sí, Félix. Es ella —le corté—. Y haré todo lo necesario para que esté en mi vida.
Vi cómo Félix asentía. Conocía toda la historia. Conocía todo por lo que había pasado estos años buscando a Mía, y ahora la había encontrado.
—Prepararé el coche —fue lo único que dijo antes de salir de mi oficina.
Sonreí ante su seguridad. Una alegría extraña se había implantado en mí y deseaba que nunca se fuese. En realidad, quería que se intensificara.
Félix me esperaba abajo con el coche. Subí sin pensármelo y vi cómo conducía. Si no estuviese de tan buen humor, ya mi mente había procesado las millones de formas en las que podríamos morir si continuaba conduciendo así. Pero no me importaba. Iba en camino hacia la mujer que había ocupado mis pensamientos los últimos 4 años y nuestra pequeña. Iba en busca de la que sería mi pequeña familia. Y no se imaginan lo bien que se sentía.
—¿Michel? —ahogó un grito de sorpresa.— ¿Por qué no estás trabajando? ¿Pasó algo? —preguntó Terry, alarmada al verme entrar en su despacho.
Estaba tan entusiasmado que se me pasó por completo llamarla para avisar que iría a la universidad. Me acerqué a ella mientras rodeaba su escritorio con un rostro que denotaba preocupación.
—No ha sucedido nada. Solo he venido a verte —la tranquilicé.
—Dios —dijo, llevándose una mano al pecho, intentando controlar su preocupación. Se acercó a mí y me golpeó en el hombro.— Te has vuelto loco. Cuando te vi entrar, pensé lo peor. Por poco me da un infarto.
Intenté ignorar el tono un poco elevado que utilizaba para concentrarme en acabar con sus preocupaciones y llegar al tema que me interesaba.
—Vale, me equivoqué. Debí avisarte. Lo siento —susurré.
Ella suspiró, se acercó a mí y me abrazó. Permanecimos unos minutos en aquel abrazo. Pude sentir cómo Terry volvía a calmarse y, cuando estuve seguro de que había abandonado su estado de nervios, la solté.
—¿A qué has venido? ¿No tienes que trabajar? —preguntó, curiosa.
—Eso no es importante ahora —aseguré.
Vi cómo mi hermana ponía una expresión de sorpresa en el rostro y dejaba caer su mandíbula.
—Dios, estoy lista para que me lleves contigo, pero no me juegues estas bromas —bromeó—. ¿Pero qué te han hecho y dónde está mi hermano obsesionado con el trabajo? —preguntó, irónica.
—Terry, basta. No sucede nada y ahora no me interesa el trabajo.
Alzó sus manos en signo de derrota mientras sonreía.
—Vale, ya me callo —aseguró.
Observé la oficina y me di cuenta de que estábamos solos.
—¿Estás sola?
—Sí. Hoy Mía no ha venido. Al parecer, le sentó algo mal —afirmó, recuperando la seriedad.
Durante el recorrido en coche, había pensado un poco en cómo decirle. Había encontrado varias formas, pero en este momento todas me parecían absurdas. Es mejor improvisar.
—Sobre ella te quería hablar —aseguré.
Mi hermana puso una expresión de horror en su rostro y comenzó a caminar por su oficina.
—Es que me dan ganas de asesinarte. De seguro ya le has investigado. —Y tenía razón, aunque no por las razones que ella creía.— Ella es mi amiga, una buena amiga además, no te voy a permitir que elijas mis amigos —sentenció mientras me recostaba en su escritorio, bajando la mirada para evitar el contacto cuando anunciase la buena nueva.— Nos llevamos bien y Noa es encantadora. No...
—Es ella —aseguré.
Mi hermana detuvo su andar y, con ella, el pequeño discurso que había empezado. Se giró hacia mí para buscar mi mirada y, cuando conectaron nuestros ojos, vi algo que no entendí.
—¿E-estás...? —tartamudeó.
—¿Seguro? —le corté—. Completamente —aseguré.
Dejé ir un suspiro de frustración y me tocó recorrer el pequeño despacho.
Mi hermana seguía estática, analizando toda esta nueva información.
—¿Eso quiere decir qué...? —se cortó para tomar aire. Ambos estábamos nerviosos y no le cuestionaba.— ¿Eso quiere decir que Noa?
—Sí, creo que sí. Solo necesito comprobarlo. Pero... —me paré en seco y respiré entrecortadamente—. Creo que es mi hija.
La ilusión que se desató en mí fue catastrófica. Afirmarlo en voz alta confirmaba todo; lo hacía real. Dejé escapar un grito y, acercándome a mi hermana, la alcé en volandas y me puse a dar vueltas por todo el lugar, festejando. Mi hermana rió histérica y pidió a gritos que la pusiese en el suelo.
—Dios. Soy padre —dije, abrazándola.
Mi hermana correspondió al abrazo y me apretó entre sus brazos, en los que logré calmarme un poco.
—Me alegro por ti, Michel —aseguró, separándose de mí—. La verdad es que Noa se parece demasiado a ti. Incluso he visto algunas de tus manías en ella. Tendría que haberme dado cuenta —aseguró.
—Eso no importa ahora, Terry. Gracias a ti la encontré. Las encontré. No importa si no te diste cuenta —aseguré.
Me sentía como un animal enjaulado en aquel pequeño despacho. Quería hacer tantas cosas, decir tantas cosas que creí que mi mente explotaría.
—Michel, cálmate un poco, sí. Necesitamos pensar qué vamos a hacer —anunció. Asentí nuevamente e intenté calmarme.— Tienes alguna idea de lo que sabe Mía de todo esto.
—No estoy seguro —afirmé—. Ella estaba mucho más inconsciente que yo aquella noche. Pero algo en mí me dice que me recuerda. Quizás no tan bien como yo, pero me recuerda —aseguré.
Mi hermana comenzó a trazar un plan mientras yo esperaba e intentaba tranquilizarme. En esos momentos, mi fantástico cerebro no servía para nada. Estaba nublado por la felicidad y la impotencia del momento.
—Tenemos que averiguar qué recuerda. Para ello, tenemos que buscar una forma de meterte en su vida, en su rutina. De eso me encargaré yo —anunció. Continuó hablando mientras comenzaba a dar vueltas de una esquina a otra.— ¿Dijiste que quieres asegurarte de que Noa sea tu hija?
—Con una prueba de paternidad estaría bien. No me importa que no sea mi hija. Aún así, intentaría que su madre se quedase a mi lado. Pero... Dios, sería increíble que diese positivo. Tiene que dar positivo —aseguré mientras buscaba un lugar donde sentarme; eran demasiadas emociones.
—Puedo conseguirte algo —aseguró mi hermana. Le dediqué una sonrisa de agradecimiento—. No te preocupes, hermanito, esas chicas entrarán a la familia de una forma u otra —aseguró, y yo agradecí al cielo por tener una hermana tan magnífica y por la oportunidad que me brindaba. Era la mejor oportunidad de mi vida.
Editado: 01.05.2025