MICHAEL
El teléfono de mi mesa hizo acto de presencia, sacándome de mis pensamientos. Alargo el brazo y llevo el teléfono a mi oído.
—¿Sí?
—Señor —dice Félix a través de la línea—. Su herm...
En ese momento, la puerta de mi despacho se abre y veo a mi hermana entrar en mi oficina junto a Noa. Ver a la pequeña junto a mi hermana no hace más que refutar mi teoría: necesitaba tenerlas junto a mí lo más rápido posible, tanto a la niña como a la madre.
Culgo el teléfono viendo la expresión de horror de Félix al otro lado de la puerta.
—Hola, hermanita —dice Terry acercándose a mi mesa.
—¿Qué haces aquí, Terry?
Me levanto de mi mesa y salgo a su encuentro. Mi hermana me deja dos besos en las mejillas antes de soltar la manita de Noa y tomar asiento en una de las butacas frente a mi escritorio.
—He venido a hacerte una visita. Además, he venido acompañada —dice mientras señala a Noa, que me observa.
En ese momento, lo entiendo. En realidad, no ha venido a verme. Ha venido para que yo viese a la pequeña.
Me arrodillo para igualarme a su tamaño y veo cómo sonríe mientras se mece sobre sus pies. Parece nerviosa, como la primera vez que nos vimos en mi apartamento.
—Hola, princesita —susurro, llevando una mano a su mejilla para acariciar su suave piel.
—Hola, señor del piano.
Su ocurrencia me hace sonreír. Es increíble que aún me recuerde solo por eso.
—En realidad, mi nombre es Michel, no el señor de piano —explico.
Continúa metiéndose con sus manitas a su espalda, denotando confianza ante mi presencia. Me agrada que confíe en mí.
—Mi-chel —susurra, intentando decir mi nombre.
Sonrío por la ternura que emana de ella, y en un acto de impulso me acerco a ella y le pregunto:
—Princesita, ¿me darías un abrazo? —Noa me observa y, sin pensárselo mucho, da un paso y se lanza a mis brazos.
La envuelvo entre mis brazos antes de ponerme de pie. Entierro mi rostro en su precioso pelo oscuro y disfruto de su calidez. Tenerla en mis brazos era un sueño. No sabía lo mucho que deseaba esto hasta este momento y deseaba hacerlo tan seguido como fuese posible. Observé a mi hermana con los ojos cristalizados, aún sentada en la butaca mientras nos observa.
Me acerco a mi hermana y me siento en la butaca junto a la de ella. Dejo a Noa sobre mis regazos mientras continúo abrazándola. Después de un largo abrazo y un momento conmovedor, me separo un poco, dejándola sobre mis rodillas.
—Gracias, princesita —susurro antes de dejar un beso en su frente.
—¿Estabas triste? —pregunta, mirándome directamente a los ojos—. Mami me abraza cuando está triste.
Claro que lo hace. ¿Quién no desea que le abracen?
—Eso es muy bueno. Tu mami no merece estar triste —aseguro.
—Yo te abrazó cuando estés triste —asegura antes de volver a abrazarme.
Su seguridad me sobrecogió, obligándome a mantener la compostura. Sentí el movimiento de mi hermana al ponerse de pie e ir en dirección al lavabo. Me imaginaba la razón. También podía asegurar que me estaba afectando igual o peor que ella.
Intenté recobrar la compostura con Noa antes de que volviese y se pusiese peor. Acomode a Noa en mi antebrazo y la pegué a mi torso antes de acercarme a los grandes ventanales de mi oficina y enseñarle las vistas. Unos minutos después, Noa había insistido en bajarse de mis brazos y ponerse a correr por mi oficina. La vi tomar algunos de los adornos de mi escritorio y analizarlos con las cejas enmarcadas. Ese gesto llamó mi atención.
Entonces, una conversación con Terry llamó mi atención.
Flashback:
—Es que ese gesto tuyo, el que acabas de hacer —señaló a mis cejas. Parecía referirse a mi estado inconsciente de buscar concentración. Nunca me había dado cuenta de que lo hiciese tan seguido—, me parece haberlo visto en otro sitio —concluyó.
Fin del Flashback.
Era cierto. Con aquel gesto, Noa no hacía más que confirmar lo mucho que se parecía a mí. No había duda de que esa pequeña era hija mía.
Mi hermana se acercó a mí, un poco más calmada que un momento antes.
—Lo siento. Es que ha sido un poco demasiado.
Llevé mi mano a su hombro y le di mi apoyo.
—Lo comprendo perfectamente —aseguré—. ¿Ya tienes la prueba? —Voy directo al grano. Quiero agilizar este proceso; si continúo así, me volveré loco en cualquier momento.
—Está en el bolso —asegura—. Son cabellos; espero que con eso sea suficiente.
—Será más que suficiente —aseguro. Más pronto de lo que creía, todo resultaría y podría asegurarme de que tendría una pequeña familia. Una propia. —¿Qué tienes de lo otro?
—Tengo algo en mente y nos beneficiará a todos. Sobre todo a Mía —agrega.
Me giro para buscar su mirada y reflejar mi confusión.
—¿De qué se trata? —quise saber.
Mi hermana me dedicó una mirada atrevida y algo divertida.
—Sabes, ¿por qué Mía tuvo que dejar la universidad de artes? —Asiento—. Pues no dejó de pintar. Continuó haciéndolo, hasta que nació Noa, al menos. Según tengo entendido, nunca pudo cumplir su sueño. Era necesario buscar algo mucho más seguro y estable para criar a un bebé sola —explicó.
—Eso lo entiendo y me agrada la idea de que cumpla su sueño. Pero, ¿qué tienes planeado hacer?
Mi hermana vuelve a sonreír y comienzo a asustarme por la mente perversa que está demostrando.
—Sabes, esa vista en tu apartamento que me gusta tanto.
—La de la sala de música —pregunto, contrariado. No tenía idea de adónde quería llegar con todo aquello.
—Exacto. Esa misma —asegura—. Y sabes quién tendrá un cuadro de esa vista —pregunta, irónica.
Enseguida comprendo sus planes y no hago más que comenzar a sonreír. Planea meterla en mi apartamento con un favor suyo al cual no podrá decir que no. Además, seguro le propondría que también podría llevar a Noa. Yo estaría encantado de que ambas estén allí.
—Dios, hermanita, a veces me das miedo —aseguro, volviendo a sonreír.
—Lo sé.
—Tita Terry —dice Noa acercándose a ambos—, no vamos ya... Quiero ver a mami —susurra.
—Claro, cariño. Ya nos vamos —asegura Terry, quien va en busca de su bolso.
Me arrodillo frente a Noa, quien vuelve a mecerse sobre sus pies.
—Adiós, princesita —susurro, acomodando un mechón perdido detrás de su oído.
Noa se acerca y deja un beso en mi mejilla como en mi apartamento. Siento un aleteo en mi corazón y cómo este se acelera.
—Adiós, Michel —susurra antes de ir hacia mi hermana, quien le da la mano y se marchan de mi despacho.
Acaricio mi mejilla y sonrío mientras recuerdo estos escasos momentos con Noa.
Vuelvo a mi silla y se me hace imposible concentrarme en lo que anteriormente demandaba todo de mí. En este momento, el trabajo ha desaparecido de mi cabeza.
Siento unos toques en la puerta y, antes de dar la orden, veo a Félix entrar en mi despacho. Se acerca al escritorio y deja una bolsa de plástico con un cepillo de cabello dentro.
—Su hermana me ha dejado esto para usted —indica. Me mira confundido durante un momento y luego asiente—. Se le ve muy feliz —asegura.
—Lo estoy, Félix. Lo estoy —aseguro.
—Señor, si me permite el comentario... —asentí—. Es igualita a usted. Y muy encantadora —asegura.
Lo observo pensativo antes de que la sonrisa vuelva a mis labios.
—Tienes razón, Félix. Yo también lo creo —aseguro antes de ver salir a Félix del despacho.
Paso el resto de la tarde sonriendo y recordando los pequeños momentos que he compartido con Noa y las entrañables horas que pasé con su madre hace tantos años.
Editado: 01.05.2025