Nuestro pequeño error.

CAPÍTULO 15: Lluvia. ✔️

MICHEL.
—Eso es todo, Félix. —anuncié. Mi asistente asintió suavemente mientras apagaba la tablet y recogía los documentos.— Puedes irte, Félix, yo mismo conduciré.
—Mandaré a preparar el auto. —dijo antes de abandonar la habitación.
Habían pasado algunas horas desde que mi hermana abandonó mi oficina y desde que habíamos terminado la conversación. Aún podía observar la prueba de paternidad positiva sobre mi escritorio. Estiré el brazo y guardé la carpeta en un cajón con llave. Después, me levanté de mi mesa, me coloqué el saco y salí del despacho.
La oscuridad bañaba las calles mientras la noche cubría la ciudad. El cielo se iluminaba por los rayos que traía la lluvia. Parecía que el cielo estaba bastante enfadado, pues no daba chance a despejarse. Llevaba varias horas lloviendo, así que las calles estaban bastante despejadas; logré llegar al apartamento antes de lo previsto. En algún momento durante el trayecto en el elevador, pedí a Dios que Mía hubiese logrado salir pronto y no se viese atrapada en aquella lluvia antes de llegar a casa. Y menos si estaba acompañada por la pequeña Noa.
Cuando las puertas del ascensor se abrieron en mi penthouse, me recibió un exquisito aroma a comida casera recién hecha.
El vestíbulo estaba desierto y no escuchaba nada de la sala de música. Así que supuse que las chicas ya se habían marchado. También supuse que Martha estaba haciendo la cena. No acostumbraba a recibirme de aquella forma, así que imaginé que era un día especial o algo por el estilo. Continué de lleno hacia las escaleras, dejando el maletín en cualquier sitio.
Ya en mi habitación, me di una ducha y cambié el traje por vaqueros y una camiseta. Era mucho más cómodo.
Cuando volví a bajar, escuché, desde las escaleras, las risas provenientes de la cocina.
—Noa, cariño. Vamos a lavarnos las manos en lo que Martha termina de colocar la mesa. —¿Esa era la voz de Mía? ¿Qué hacía Mía en mi casa a esta hora?
—Sí, mami. —escuché la vocesita de Noa y después cómo recorrían el pasillo hasta el lavabo.
En ese momento decidí salir de mi escondite dirigiéndome directamente a una ocupada Martha. Cuando ella me vio, dejó lo que estaba haciendo y me prestó toda su atención.
—Lo siento, señor, no lo sentí llegar. ¿Desea algo? —preguntó.
—¿Por qué no se han ido las chicas? —fui directo al grano.
Martha sonrió. Parecía avergonzada.
—Lo siento. Pero es que la lluvia estaba bastante fuerte, así que les pedí, en su nombre, que esperaran un poco para ver cómo avanzaba el tiempo. Después todo se ha ido alargando y no me ha quedado más remedio que preparar la cena para vosotros tres. —explicó.— En verdad siento entrometerme y hablar en su nombre, pero no podía permitir que les pasase algo a la señorita Mía y la pequeña Noa.
Inmediatamente comprendí a qué se refería. Yo tampoco permitiría que le pasase algo a mi hija y menos a Mía. En aquella ocasión, coincidí con Martha; era mejor que las chicas esperasen para ver qué pasaba con la lluvia.
De pronto, volví a escuchar los pasos y las risas. Me voltea en busca de las personas de las que procedían esas risas, encontrándome con madre e hija dadas de la mano mientras conversaban animadamente sobre algún tema desconocido.
Mía se encontraba preciosa, con su cabellera rubia sobre los hombros, un pequeño vestido con florecitas y aquellas gafitas sobre el puente de su nariz. Era perfecta y estaba hermosa.
Noa no estaba muy lejos de su madre. Ambas iban combinadas con vestidos parecidos y, en el caso de Noa, sus cabellos oscuros, como los míos, caían sobre los hombros.
Cuando Mía levantó la mirada y se encontró con mis ojos, intentó acallar un suspiro de sorpresa que llegó a mis oídos antes de que lograra ocultarlo. Vi cómo sus ojos bajaban por mi cuerpo y me observaban a conciencia. Era increíble el efecto que tenían en mi cuerpo aquellos preciosos ojos verdes.
Ante la sorpresa de su madre, Noa desvió la mirada hacia el frente y me observó. Le dediqué una sonrisa antes de ver cómo soltaba a su madre y corría hacia mí.
—Michel. —dijo en un pequeño gritito mientras se acercaba. Dejando atrás los preciosos ojos de Mía, me arrodillé frente a mi pequeña copia y observé cómo sus ojitos brillaban.
—Hola, princesita. —dije cuando llegó junto a mí.
—Has visto mamá, Michel ha venido a cenar con nosotras. —dijo, buscando la mirada de su madre antes de acabar la corta distancia que nos separaba y abrazarme.
Al principio, el abrazo me tomó por sorpresa, pero cuando logré recuperarme, la enrolle con mis brazos y la apreté contra mí.
Sería muy fácil acostumbrarse a esto, pensé. Llegar a casa para que todas estas risas y abrazos me reciban. Lo amaría.
Desvié la mirada hacia Mía, que aún se encontraba petrificada junto a la puerta observando la pequeña escena que había surgido.
Me incorporé, aún con Noa en mis brazos, y observé a la madre de mi hija, que acababa de reaccionar y terminó de entrar y acercarse a nosotros. Noa dejó de abrazarme y se acomodó sobre mi brazo mientras observaba a su madre acercarse. Cuando Mía obtuvo la mirada de su pequeña, una sonrisa se dibujó en su rostro, haciéndome comprender el gran poder que ejercía el amor que ambas se tenían. Me di cuenta de que para sacar una sonrisa de los labios de Mía, solo necesitaba una mirada de su hija.
Cuando Mía llegó junto a ambos y se acercó lo suficiente para dejarme disfrutar de su aroma, afirmé mi deseo de conservar a esas mujercitas junto a mí.
—Sí, preciosa. Ya lo he visto. —dijo mientras acariciaba su mejilla. Luego me miró a los ojos y sentí como si me reconociera, como aquella noche.
En aquel pequeño momento éramos una pequeña familia. Una que amaba locamente sin siquiera desearlo. Una que deseaba sin comparación. Una que obtendría a cualquier costo. Pero había algo más. En su mirada, Mía también observaba lo que yo. Deseaba lo que yo. Y ese hecho me sobrecogió.
—Parecen una pequeña familia de tres. —dijo Martha, logrando que Mía se sobresaltara y reaccionara apartándose de mí.
Observé cómo se apartaba de nosotros mientras Noa se acomodaba en mi pecho. Después de un momento, observé de forma asesina a Martha por arrebatarnos aquel precioso momento. Martha se encogió de hombros y abandonó la habitación.
Mía se acomodó en la mesa y me observó.
Entendí a la primera lo que necesitaba. Me acerqué lentamente y dejé a Noa con ella. Vi cómo la acomodaba sobre su regazo mientras yo tomaba asiento.
—Cariño, ¿me ayudas? —le dijo a Noa, entregándole un cubierto mientras ella tenía otro.
Noa aceptó el cubierto y comenzó a imitar lo que su madre hacía. Claramente, aquello era un hábito entre ellas; Mía le enseñaba a usar los cubiertos. Se veían encantadoras así.
Las observé durante demasiado tiempo. Escuché cada uno de sus comentarios y sonreí con algunos. Mía cortaba los trocitos mientras Noa intentaba atraparlos y llevárselos a la boca.
En algún momento, el tiempo pasó y Noa terminó con su plato. Mía cogió una servilleta y la ayudó a limpiarse. Cuando terminó, la dejó en el suelo.
—Busca a Martha y dile que te dé el postre. Mamá se reunirá contigo cuando cene, ¿está bien?
Noa asintió antes de comenzar a caminar hacia la salida. Un momento antes de salir de la habitación, dio media vuelta y corrió hacia ambos. Se acercó a mí y me dejó un beso en la mejilla antes de repetir el proceso con su madre y abandonar la habitación.
Mía la observó hasta desaparecer por la puerta. Cuando concentró su mirada en su plato, pude observar una lágrima solitaria descender por su mejilla.
—¿Qué sucede? —pregunté preocupado. Me incliné sobre la mesa y me acerqué todo lo que pude a ella.
—Normalmente no es tan sociable con los demás —dijo aún con la vista en su plato—. Siempre le ha costado relacionarse con las personas a su alrededor. Pero por alguna razón, con usted y Terry no ha sido así. —Levantó su mirada y me dejó ver sus preciosos ojos verdes—. Me he dado cuenta de lo fácil que le resulta a mi hija tratar con usted y cómo ha llegado a querer a Terry en tan poco tiempo.
—¿Y eso es algo malo? —no pude evitar preguntar.
—No —aseguró—. Adoro que mi hija ame a tantas personas y que personas como ustedes le quieran.
En un impulso bastante repentino, tomé una de sus manos en las mías mientras continuaba mirando fijamente sus ojos. Noté cómo su respiración cambió en el momento en que nuestras manos se tocaron y cómo sus ojos descendieron al lugar del contacto para luego volver a mis ojos.
Sabía lo que sentía. Esa pequeña electricidad en la piel. Esa sensación de bienestar, de seguridad. Un sentimiento de añoranza. Nuestra piel se recordaba, yo le recordaba y deseaba fervientemente que ella lograse recordar.
Se aclaró la garganta, apartando su mano antes de tomar los cubiertos.
—Será mejor que cenemos. Noa me espera con Martha.
Asentí suavemente mientras me concentraba en mi plato e intentaba dejar de observar a la preciosa mujer que estaba junto a mí. No lo logré.
Durante el resto de la cena, no hice más que observarla y romperme la cabeza intentando descubrir por qué no me recordaba. No encontré ninguna respuesta razonable.
Después de la cena, Mía se despidió para ir en busca de Noa. También me informó que planeaba marcharse si la lluvia ya había cesado. Asentí y la vi marchar en dirección a la cocina.
Sabía que aquella noche estaría en mi memoria como una de las más especiales, junto a nuestra primera noche juntos.
Deseaba desesperadamente tenerlas solo para mí.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.