MÍA
Comprobé por última vez la temperatura del agua antes de meterme en la bañera.
Solo Dios sabía lo que necesitaba aquel baño relajante. Rodeada de mis sales favoritas y en silencio.
La paz reinaba en la casa aquella tarde. Terry había venido de visita y se había llevado a Noa a hacer algunas compras para una pequeña cena que haríamos juntas.
Era muy egoísta afirmar que necesitaba un poco de soledad y un ratito sin mi hija. Pero debía admitirlo.
Aquel finde se había alargado demasiado. Noa estaba más activa que nunca y ya no tenía fuerzas para seguirle el ritmo.
Además, Thony había salido en uno de sus muchos viajes y no podía contar con su ayuda por un tiempo. Agradecía que Terry se hubiese parecido aquella tarde y me diese unos minutos de soledad.
No malinterpreten, amo a mi pequeña, pero como ser humano siempre tenemos momentos de egoísmo en los que queremos permanecer solos y descansar de todo lo que nos rodea.
Me moví durante un buen rato dentro de la bañera mientras buscaba una posición cómoda para disfrutar. Estaba muy segura de que pasaría algún tiempo antes de tener un poco de tiempo para mí. Después de mucho moverme logré encontrar una posición que me agradaba y no me creí capaz de moverme.
Dios, qué buena sensación da esto de estar relajadita en la bañera.
Cerré los ojos durante un momento para concentrarme solo en mis emociones. No debí hacerlo.
Todas las imágenes de estas últimas semanas y los sentimientos que estas conllevaban volvieron como un remolino a mi subconsciente. No sabía en qué momento había comenzado a dormitar, pero sabía que todas aquellas sensaciones tenían una respuesta que había aplazado durante bastante tiempo.
Recordé la primera vez que me encontré con Michael, el hermano de Terry, y su confianza con mi hija, así como el brillo de sus ojos, ese que parecía conocer a la perfección y que tan parecidos eran a los de Noa. Recuerdo los sentimientos que traía ese brillo, esa seguridad, ese sentido de pertenencia no hacía más que confundirme.
Recordé también la vez en su apartamento. La primera vez que estuve allí. Esa vez también sentí lo mismo, incluso más intensificado.
Durante esas veces no hacía más que debatirme por qué sentirme de esa forma al estar cerca de Michael. Definitivamente aún me lo preguntaba y seguía sin una respuesta.
Recordé los momentos con Noa y el brillo de ambos al estar juntos. Sentía que les envidiaba, aun cuando eran unos desconocidos. Podía sentir su conexión, su atracción hacia el otro. Desde entonces Noa sólo habla de Michael y de sus momentos.
Continuaba sin entender.
En varias ocasiones me enfadaba conmigo misma por imaginar que ese hombre sintiese algo por nosotras, aun cuando no éramos iguales, cuando no éramos de su clase social, cuando éramos una madre soltera y una pequeña que buscaba cariño de un padre inexistente.
En esas ocasiones desechaba todas las ideas que tanto me confundían y me sentaba que aquello era imposible.
Pero al verle, todo volvía a ser igual. Los sentimientos volvían. Las sensaciones eran reales. Todo parecía tan real.
Después, al marcharme de su hogar, volvía a enfadarme.
Seguía sin comprender, sin entender qué era eso que nos arrastraba a él. No lograba hallar una respuesta a todas mis preguntas ni ajustar mis sentimientos.
Seguía igual.
Entre todos los recuerdos había algunos que estaban mucho más sólidos que otros.
Las clases de piano con Noa.
Su presencia mientras pintaba.
La sensación de su mirada.
Aquella cena como si fuésemos una verdadera familia.
Aquel momento en su estudio cuando dejé caer algunas barreras y casi nos besamos.
Esa noche lluviosa era la que más me confundía. Cómo era posible que hubiese sentido tanto en una noche y que él no correspondiese a ese sentimiento. De pronto todo se convertía en una pesadilla.
—Te atrae —dijo una voz en mi cabeza que continuó confundiéndome.
Sabía que me gustaba. De hecho, me volvía loca pensar en que él sintiera lo mismo, incluso aunque fuese una mentira.
Nos imaginaba como una familia, nosotros tres, y resultaba ser perfecta. Sabía que sería un buen padre para Noa. De hecho, se comportaba como uno cuando estaba con ella. Lo que no entendía aún era si sentía algo por mí. Si le gustaba Michael. O si solo era otra chica más que le llamaba la atención por tener una hija encantadora.
—No digas tonterías, Mía. La mayoría de los hombres que has conocido en estos años te han degradado por ser madre —recordó la voz de mi cabeza y tenía razón.
No había tenido casi ninguna cita en estos cuatro años, pero sí había conocido a algunos hombres mientras terminaba los estudios. Cada vez que les contaba que tenía una pequeña y que no tenía padre, se imaginaban que estaba en busca de un padre y no de una pareja.
Eso era lo que nadie entendía. Noa no necesitaba un padre, yo ya cumplía esa función. En esta ocasión era yo la que necesitaba compañía, amor. No, no lo necesitaba, lo deseaba.
El caso es que había comenzado a creer que no merecía esa compañía o que no la encontraría. Y ahora llegaba este tipo a complicarme la vida y arrollar mis sentimientos.
Además, seguía quedando la duda y la sensación de que ya lo conocía. No, en realidad creía que era el padre de Noa. No le recordaba muy bien, pero tenía algo muy seguro: desde aquella vez no me sentía tan viva como cuando estoy cerca de Michael o la vez que casi nos besamos.
—Dios, esto es demasiado confuso.
Salí de mi ensoñación al percatarme de que mi baño de agua caliente se había transformado en agua helada y que, si no salía de aquella bañera pronto, entraría en hipotermia.
Me estaba colocando el albornoz cuando escuché el timbre de la casa.
—¿Es que acaso Terry no había cogido las llaves antes de salir? —me pregunté extrañada.
Peor resultaba ser que sí las había cogido y que había pasado demasiado tiempo y seguro ya estaban de regreso. ¿O quizás no?
Cuando volví a escuchar que llamaban a la puerta, decidí bajar a comprobar quién era.
Si no eran las chicas, no tenía idea de quién se trataba.
Mientras bajaba las escaleras, me di cuenta de que la casa aún permanecía desierta. Recordé llamar a Terry cuando atendiese al de la puerta, si no eran ellas.
Aún en albornoz y con el pelo recogido de mala manera, rosada por el agua caliente y algo confundida, me dirigí al recibidor y abrí la puerta antes de que volviese a tocar.
Me sorprendió lo que encontré.
Flashback:
—Sabía usted que se ve preciosa, señorita —dijo una suave voz muy cerca de mi oído.
Me giré lentamente para encontrarme con los ojos más bonitos del mundo. Tenían un brillo muy especial y no específicamente por la cantidad de alcohol que hubiese bebido aquel hombre, más bien era un aura muy especial. Los sentimientos no tardaron mucho en aparecer.
—Lo siento, pero no acepto copas de desconocidos —repliqué. No confiaría en un desconocido en medio de una fiesta de niños pijos.
—Solo será un trago y si deseas puedo probarlo yo primero para que veas que no tiene nada —me observó durante un montón antes de preguntar.— ¿Es que acaso no has venido a divertirte?
Fin del flashback.
Sabía que no podía olvidar aquellos ojos. Ese brillo especial en medio del tono gris. Esa voz que me llevaba a otro lugar. Esa sensación de lo conocido, lo familiar. No estaba en mí por gusto. Era imposible olvidar la noche más feliz de mi vida. ¿Cómo me permití olvidarla?
—Mía. ¿Te encuentras bien? —preguntó Michael aún en el portal de mi pequeña casa al verme petrificada en la puerta.
Sus ojos se desviaron a mi cuello y la piel descubierta por el albornoz. Continuó más abajo hasta llegar al dobladillo que dejaban mis piernas al descubierto. Sabía que había supuesto que estaba desnuda y no se equivocaba. Sólo llevaba aquel albornoz.
—Nada —logré decir después de mucho tiempo—. Solo que me sorprendió verte aquí.
Sus ojos volaron hasta posarse en los míos, que continuaban confundidos y sorprendidos.
Si antes todo era una sospecha, ahora no hacía más que confundirme más ese parecido a aquel chico. Mi verdadera duda era, ¿es Michael el padre de Noa o yo me estoy volviendo loca?
Editado: 01.05.2025