MICHAEL.
Definitivamente le sucede algo, me dije al verla aún estática en la puerta.
—Quizás no quiere que pases a su casa. Después de todo, te la has comido con la mirada algunas veces desde que llegaste —me dijo mi conciencia.
Quizás sí fuese esa la razón, pero algo me decía que no estaba del todo seguro. Era algo más. Su expresión confundida, ida en sus pensamientos, me intrigaba demasiado.
—¿Segura que estás bien? —volví a preguntar después de un momento.
Estuvo observándome durante un segundo más antes de agitar la cabeza y responder.
—Sí. Solo... —Sabía que quería decir algo, pero al parecer ambos dudábamos de lo que se trataba.— ¿Qué haces aquí? —preguntó de un momento a otro.
—Terry me pidió que viniese a recogerla —le explicó aún en la puerta.
—Qué extraño —dice para sí misma—. Pensé que se quedaría a cenar.
Mierda. Voy a matar a Terry por meterme en estas cosas.
—¿Dónde está? —le pregunté volviéndola a observar.
Dios, necesito que se quite ese albornoz lo más rápido posible. Y especialmente para ver lo que hay debajo, sino más bien para protegerla de todos los pensamientos que estoy teniendo ahora mismo.
—No está. —¿Cómo que no está? Si es que hace un rato me dijo que la recogiese.— Ha salido con Noa a hacer unas compras para la cena. Íbamos a cenar juntas —se explica.
Froté mi frente intentando comprender a mi preciosa hermanita, pero sin siquiera lograrlo.
¿Para qué carajos me llama si ni siquiera está aquí y se queda a cenar? Me cuestiono confundido.
Observo a Mía aún en la puerta y me doy cuenta de que en realidad estamos completamente solos. Quizás este sea el plan de Terry: darnos tiempo a solas y sin que ninguno de los dos pueda escabullirse.
No me creo lo embustera que resulta ser mi hermanita.
De pronto Mía desvía su mirada y sus ojos se agrandan como si hubiese descubierto la cura para el cáncer o ganado la lotería.
—Dios, pero qué mal educada soy —dice tan rápido que me cuesta entenderla—. Entra, por el amor de Dios —me agarra de la mano y me arrastra dentro de la casa, saltándome frente a un salón—. Espera aquí. Puedes ponerte cómodo en lo que yo me cambio.
Al parecer se ha dado cuenta de en la situación en la que se encuentra. Como si se hubiese despertado de un sueño y estuviese aún dormida hasta hace un momento.
Se gira justo después de terminar de hablar y comienza a subir las escaleras dejándome solo en el salón. Era bastante modesto, no se podía negar, pero tenía un toque cálido y entendí a lo que mi madre se refería con un hogar de familia y un simple apartamento de soltero. Aún siendo más pequeña y humilde que mi apartamento, aquella casa era mucho más especial y solo por aquella aura.
Observo todos los peluches y muñecos esparcidos por todo el lugar y una sonrisa se dibuja en mi rostro. Noa debía pasar horas en este salón mientras su madre le preparaba la cena o jugaban juntas.
Un deseo nació en mi interior al querer ser parte de esos momentos entre madre e hija, como si fuésemos una verdadera familia.
Estaba bastante desesperado porque todo se aclarase y pudiese tener a esas dos en mi vida. Pero sabía que tenía que ir despacio y que todo tomase su curso. No podía venir aquí y soltar todo lo que sabía para después arrastrar a ambas a mi vida. Quizás Noa lo aceptase sin rechistar, después de todo nos llevábamos bastante bien. El verdadero problema era Mía, convencerla de todo y que me creyese y no me viese como un loco. Además de que tendría que comprobar si ella quería algo más que ser el padre de su hija.
Yo, en especial, las quería a las dos. Hacía años que no quería una relación seria y mucho menos una familia. Pero cuando conocí a Mía en aquel bar, algo en mí deseó tenerla solo para mí y compartir con ella todo de mí. Y ahora, años después, al descubrir que era la madre de mi hija y que aún sentía todo aquello por ella, mi deseo se intensificaba cada vez que la veía.
Unos minutos después la escucho descender por las escaleras antes de entrar en el salón unos segundos después. Sí que es preciosa. Lleva el pelo suelto pues seguía un poco húmedo. Lleva una camiseta ajustada y unos shorts cortos y va descalza. Es la imagen más bonita que he visto.
Ella siempre está preciosa.
Me observa desde la entrada mientras me detalla con sus ojos. Es como si buscase algo. Justo como cuando estaba en la puerta y es como si me reconociese.
—Michael —utiliza mi nombre—. ¿Nos conocemos?
Su pregunta me toma por sorpresa. Quizás le sucedió algo y no me recuerda. Pero eso es imposible pues acaba de llamarme por mi nombre.
Aunque, ¿quizás...?
—Claro, eras una compañera de mi hermana y vas a mi casa todas las tardes para pintar —aclaro lo obvio mientras intento buscar información en su lenguaje corporal. Aunque sólo me diga lo confusa que se encuentra en este momento.
—Lo que quería decir es que sí nos conocemos —se detiene un segundo como si quisiese tomar fuerzas— De antes.
—¿A qué te refieres? —me atrevo a preguntar. Necesito saber si recuerda algo del bar, de nuestra noche. O si quizás sea su imaginación o cualquier otra circunstancia.
Permanece callada durante un segundo antes de agitar la cabeza y negar.
—No es nada. Solo estoy un poco confundida —dice.
Estaba insegura, confusa. Quizás comience a recordar aquella noche. No puedo ilusionarme y perder el control de esta situación.
—¿Se te apetece algo de tomar? —pregunta— ¿Té? ¿Café?
Mis labios dibujan una sonrisa mientras la observo. Me es imposible no sonreír, resulta que esa preciosa mujercita frente a mí logra sacar mis sonrisas con solo su presencia.
—Un café —asiento— Solo si tú lo compartes conmigo —digo antes de que se dé la vuelta.
Me mira sorprendida y luego sonríe.
—Claro. Vamos a la cocina —dice antes de girarse y comenzar a caminar.
No pierdo ni un segundo antes de ponerme de pie y seguirla hasta la cocina.
Al sentirme entrar se gira y me indica que tome asiento en uno de los taburetes mientras ella se mueve por toda la cocina comenzando a preparar el café.
Mientras se mueve con una tranquila familiaridad por la cocina me imagino cómo serían las cenas de familia mientras todos ayudan y colaboran. Cómo estaría nerviosa porque mi familia viene a cenar y aún no tiene todo preparado. Cómo sería despertar e ir a buscarla a la cocina mientras prepara el desayuno y Noa juega en la barra del desayuno.
Es ahí cuando me sorprendo por mi nivel imaginativo mientras no hago más que ilusionarme con tales imágenes.
—¿Cómo te gusta el café? —me pregunta sacándome de mi ensoñación. La vi acercarse con una pequeña bandeja en las manos donde traía dos tazas de café, galletas, leche y azúcar.
—Solo. —contesto tajante. Ella toma asiento delante de mí después de entregarme mi taza.— Mientras que tú lo tomas con uno de azúcar y corto de leche. —le digo mientras ella realiza esta acción.
Deja caer la cucharilla dentro del café dejando un sonido sordo a nuestro alrededor.
—¿Cómo sabes eso? —me pregunta desconcertada después de un largo momento de observarme.
—Soy muy buen observador. —le confieso. La verdad, soy totalmente sincero respecto a esto, lo que ella no sabe es que a ella la observo más que a las otras personas. Eso trae consigo que sepa cómo toma el café y cómo se acomoda el cabello hacia atrás justo antes de comenzar a pintar, o cómo se queda envelezada después de soltar el pincel. Por mencionar algunas.
—Ya veo. —dice antes de colocar toda su atención en su café.
Nos quedamos en un silencio algo incómodo mientras ambos disfrutamos del café juntos. Yo no hago más que observarla mientras ella me ve de reojo una que otra vez. Aunque cada vez que lo hace me encanta encontrarme con sus preciosos ojos verdes y ver cómo sus mejillas van tomando color. Entonces me imagino que ella nota mi mirada constante y me ilusiono con que ese precioso color rosado sea por mí.
—¿Le tiene miedo al compromiso, Michael? —pregunta de pronto tomándome por sorpresa.
—No específicamente. —le contesto— ¿Por qué?
Agita su cabeza a modo de negación o intentando quitarle importancia al asunto.
—Mera curiosidad. —Sus iris verdes chocan con mis ojos durante un segundo antes de desviar la mirada. Me agrada que esté nerviosa por mi presencia.— Me encantaría conocerte, ya que nos vemos casi a diario. Sería bueno.
Estoy totalmente de acuerdo.
—Me parece perfecto. Yo también tengo algunas preguntas sobre ti. —menciono entrando en este juego que ha surgido solo porque ella le ha dado inicio. Al oírme ella se pone aún más nerviosa al darse cuenta de que mi curiosidad es completamente sincera.
—Vale. —dice apenas audible.— Tú dirás.
Sonrío envelezado por sus nervios y mis locas ganas de adentrarme en su mundo y conocerla verdaderamente. No una vaga información de su vida en un trozo de papel.
—Por dónde empiezo. —me hago el que duda de las preguntas cuando en realidad tengo claro todo lo que pienso preguntar.— ¿Tus flores favoritas?
Captó su sonrisa apenas se instala en su rostro.
—Las violetas o los lirios. Aunque prefiero las violetas, son preciosas. —asiento ante su respuesta mientras ella sonríe.— ¿Piensas regalarme flores, Michael?
Sonrío sorprendido por su seguridad en esas pocas palabras y comprendo que con el tiempo disfrutaré más de su seguridad en mi presencia que de sus nervios, como lo hago ahora.
—Puede que sí. —contesto atrevido. La verdad amaría regalarle flores a diario.— Tú turno.
Se lo piensa durante más de unos minutos buscando la pregunta correcta antes de sonreír y lanzarse.
—¿Tiene novia?
Vaya que se ha lanzado y con todo. Ignoro a mi subconsciente mientras la observo detenidamente, sin apartar ni un segundo mis ojos de toda ella. Cuando me encuentro con sus labios desearía comenzar a mordérselos y saborearlos durante algo más de unas horas.
—No, no tengo novia, Mía. —susurro de manera concisa mientras mis pupilas se dilatan por el deseo de besarla que se apodera de mi cuerpo mientras ella enrojece hasta la base del cuello por su atrevimiento antes de bajar la vista.
Amaría comprobar si ese precioso color de su piel está presente por todo su cuerpo.
—S-su turno. —tiene la voz entrecortada al hablar y no puedo dejar de sonreír.
Sé cuál es mi siguiente pregunta. En realidad la tengo tan clara como el agua.
—¿Dónde está el papá de Noa? —como si fuese un resorte, Mía levanta la cabeza y concentra su mirada en la mía mientras comienza a respirar entrecortadamente.
No me pasa desapercibido cómo su respiración cambia y cómo enrojece aún más de vergüenza.
—Esto... —dijo en busca de la respuesta— El… el padre de Noa... él...
Quizás si hubiésemos sido más sinceros, si los nervios no hubiesen pasado factura a nuestro cuerpo y nuestra mente no se hubiese nublado. Quizás si la vergüenza de nuestros actos o la falta de recuerdos no existiese. Quizás pudiésemos ser felices y vivir como una familia.
Pero el destino no nos la tenía tan fácil como deseábamos y resulta que la vergüenza era demasiada y los nervios nos sobrepasaban para poder contestar.
Resultó que aquel juego había ido demasiado lejos y era posible que no Dios pudiese detenerlo.
Editado: 01.05.2025