Capítulo 22: Amanecer.
MIA
Me removí incómoda en la cama mientras despertaba lentamente. Me preguntaba qué podía molestarme tan temprano. ¿O si era temprano? Pero en cuanto abrí los ojos lo entendí. El sol ya estaba afuera y la habitación estaba totalmente iluminada. Definitivamente era el exceso de luz a mi alrededor y el leve dolor de cabeza lo que me había despertado.
Observé a mi alrededor una vez más, deteniéndome por más de un minuto en la persona que estaba junto a mí.
Y no cualquiera persona en realidad. Observé su espalda y sus hombros anchos y un pequeño cosquilleo se instaló en mi piel.
Madre mía.
Desvié la vista y me acaricié el rostro, así como me froté la frente intentando eliminar la molestia.
Tengo que dejar de beber o terminaré en algo peor.
Salí de la cama con toda la delicadeza que pude para no despertar a Michael y me metí en la primera habitación que encontré. Dos segundos después salí de esta y me dirigí a la otra puerta.
Esto de los armarios gigantescos me descoloca un poco. Por Dios, que es más grande que mi habitación.
Ya en el cuarto de baño —di gracias a Dios de que esta habitación fuera la correcta— me lavé el rostro y busqué en el botiquín algo que me quitase el dolor de cabeza. Esta cosa era enorme, ¿quién carajos necesitaba un baño tan grande? Encontré algunas pastillas y me las tomé con agua del grifo.
Sinceramente esperaba que no demorara mucho en desaparecer el dolor.
Volví a colocar todo en el sitio en el que lo había encontrado y me quedé mirándome en el espejo.
Dios, que estaba desnuda.
¿Y ahora te enteras?
Me cohibí un poco al salir esta vez a la habitación, aunque ya me había fijado desde la puerta para ver si Michael estaba despierto. Me metí corriendo dentro del armario —quiero recordarles que es la habitación gigante de antes. En realidad, las dos son gigantes— y me coloqué la primera camiseta que encontré. Esperaba que Michael no se molestase, pero tampoco pensaba en vestirme con la ropa ridículamente corta de anoche.
La verdad, me quedaba bastante bien, me cubría hasta la mitad del muslo y era tan suave. Salí de la habitación con toda la cautela y el silencio que fui capaz de mantener, pero resulta ser que Michael no se despertó o más bien ni se enteró.
Ya en las escaleras destensé los hombros —era muy curioso, no recordaba cuándo comencé a tensarme— y dejé atrás el sigilo extremo de hace unos segundos para llegar al primer piso más calmada.
Sabía de dónde procedían mis nervios y tensión. Michael había dicho que hoy hablaríamos, que lo aclararíamos todo, pero creo que ya no estaba muy segura —y no precisamente de querer o no aclararlas, más bien era tener el valor para permanecer allí y verle a la cara mientras hablábamos. Vamos, que ya estaba practicando para mirar al suelo durante las próximas horas.— pues no tenía la menor idea de qué podía decirle.
¿Cómo le digo lo de Noa?
Lo más seguro es que ya se lo imaginara.
Es verdad. No tenía idea de la información que poseía Michael, pero si ese era el caso, parecía que no le molestaba mucho.
Si yo me entero de algo como eso no hubiese ido a ese bar anoche ni hubiese hecho las guarradas de hace unas horas.
Vale, esto último logró que me sonrojara mientras llegaba a la cocina y buscaba algo de beber. Estoy muriendo de sed.
Algo es bastante seguro —aunque no tengo la menor idea de qué desea Michael— es bastante claro que alejarse de nosotras —o de Noa— no es una de sus obsesiones. Y después de lo de anoche creo que yo también estoy incluida.
Agradecí no encontrar a Martha en la cocina, juraría que caería redonda en el acto. Era demasiado vergonzoso que me viese allí y más en las fachas que me encontraba, solamente con la camiseta de su jefe.
Cuando sacié mi descontrolada necesidad de algo líquido, intenté dejarlo todo ordenado y buscar algo que disminuyese mi ansiedad y los gritos de mi conciencia de salir corriendo.
Deambulé por el piso durante un rato buscando algo que hacer. Cuando estoy cansada de deambular en vano decido ir a la sala de música y relajarme un poco de la única forma que conozco —y sé que es efectiva—.
Cuando entro en la sala de música me encuentro todo tal y como lo dejé la última semana. Observo mi cuadro —ya casi terminado— y decido darle esos toques finales que sabía que necesitaba. Tenía planeado hacerlo el próximo lunes después de clases y quizás así ser esa historia que tanto me confundía.
Es impresionante lo mucho que pueden cambiar las cosas en unas pocas horas y debido a nuestras decisiones. Hace apenas unas 12 o 15 horas atrás tenía planeado volver por última vez a este lugar solo para terminar mi obra, y ahora, después de todo lo que ha pasado, no tengo idea de qué es lo que me depara mañana o dentro de unas horas.
Quién sabe, quizás hablar con Michael sea un punto y aparte en mi vida. En todos los sentidos posibles. Quiero pensar que puede salir bien y quiera conocer a su hija aunque no quiera incluirme en su vida. También puede salir muy mal y solo desee que todo termine tras este encuentro, quizás sea lo mejor para ambos o quizás termine con el corazón lastimado.
O quizás sea mi propio cuento de hadas y nos quiera a ambas. Pero no deseo ilusionarme, sería demasiado para nosotras, tanto para Noa como para mi corazón.
De pronto algo me trae a la realidad y cuando menos me lo espero estoy encerrada entre los fuertes brazos de Michael. Solo con su contacto y su cercanía sé que es él y es impresionante cómo mi cuerpo reacciona a su presencia. Solo con su contacto y su presencia ha logrado eliminar todos los nervios y las inseguridades de antes.
Solo con él me siento segura y en paz.
—Por un momento he creído que te habías ido. —susurra antes de inclinarse y dejar un beso bastante húmedo —y caliente— en mi cuello.
Me permito recostarme en su pecho mientras dejo el pincel y observo mi obra.
—Necesitaba un ratito a solas. —digo después de unos segundos.
Michael no dice nada por bastante tiempo. No sé qué esperar de todo esto. Mi cuerpo está tan tranquilo junto al suyo mientras mi mente y mis sentimientos son un caos.
—¿Lo has terminado ahora? —pregunta refiriéndose al cuadro.
Asiento evitando por completo las palabras. No me creo capaz de decir mucho en este momento, no sin desmoronarme por todo el caos que hay en mi cuerpo.
Creo que Michael lee mis pensamientos, pues comienza a alejarse de mi cuerpo para darme mi espacio. Pero lo que no sabe es que mi cuerpo y mi piel ya lo extrañan y solo quieren volver a lo de antes. Y la verdad, creo que mi mente también.
—¿Quieres hablar mientras desayunamos? —preguntó y noto que se ha tensado al girarme hacia él.
—Claro. —es lo único que digo en un buen rato.
Michael prepara algo de desayuno rápidamente mientras yo observo desde el taburete. Noto que sus músculos están tensos aunque quiera ocultarlo.
Y es ahora cuando me doy cuenta de que está desnudo de cintura para arriba. Su espalda ancha está al descubierto y de pronto me encuentro observando detenidamente sus músculos y su piel. Observo también las pequeñas marcas en esta y me pregunto cómo se las ha hecho. Luego recuerdo algunas escenas de la noche anterior y comienzo a sonrojarme hasta las orejas pues yo soy la causante de ellas.
—Si sigues mirándome así no creo que podamos hablar durante un rato. —amenaza y logro notar el tono de broma en su voz.
También veo que está un poco menos tenso que antes. Yo me encuentro de igual forma. Lo único que quiero es volver a la simplicidad y la comprensión que teníamos hace algunas horas, pero sé que necesitamos esta charla. Además de que no tengo la menor idea de lo que quiere él.
Cuando se gira y me encuentra aún observándole, una sonrisa se dibuja en sus labios y yo vuelvo a sonrojarme antes de apartar la mirada.
Michael coloca un plato frente a mí lleno de cosas para el desayuno como huevos revueltos, tostadas, fruta y otras cosas. También me sirve el jugo y se sienta a mi lado. Creo que no podré comer ni la mitad de estas cosas. Principalmente por el nudo que tengo en el estómago de la espera y la tensión. También por el hecho de que casi nunca desayuno y menos tantas cosas. Casi siempre empiezo el día con un café mientras veo desayunar a mi hija. Por lo que mi organismo está acostumbrado a no probar alimento hasta las tantas de la mañana. Hay días en los que no como nada en toda la mañana, solo cuando llega la hora de almuerzo y puedo tomarme un descanso.
Debo estar mirando con muy mala cara mi plato porque no demora demasiado el regaño.
—Como no te comas eso te vuelvo a encerrar en la habitación por algunas horas más.
Vuelvo a sonrojarme mientras comienzo a observar mi plato con otra cara. Esta vez parece más de súplica y fastidio que de hastío.
Creo que no me disgustaría tanto esa posibilidad. Llego a mi propia conclusión de sus palabras, aunque podría ser un poco reprochable.
—Créeme, a mí tampoco me disgusta esa posibilidad —susurra Michael y es cuando caigo en cuenta de que estaba pensando en voz alta.— pero no quiero atrasar más esta conversación de lo que ya lo hemos hecho.
Suspiro fastidiada y no me queda otra opción que ceder, por lo que tomo los cubiertos y me preparo para desayunar por primera vez en algunos años.
—Yo tampoco quiero atrasarlo más. —afirmó en un susurro antes de comenzar a desayunar.
Michael me observa por un segundo antes de imitarme, por lo que desayunamos en completo silencio. Aunque he de admitir que la comida estaba riquísima y he comprobado con mis propios ojos que ha sido él quien lo ha hecho. Aunque no pienso admitir, y menos en esta situación tan tensa, que he amado el desayuno y lo que he disfrutado mucho más porque sé que lo ha hecho para mí.
Cuando los dos terminamos le ayudo a recoger y limpiar todo a pesar de que me pidió expresamente que no lo hiciese. Pero como yo soy más testaruda le dije, y dejé muy claro he de añadir, que no pensaba decir una palabra si no me dejaba ayudarle y me importaba muy poco lo poco caballeroso que pareciese. Así que después de unos segundos de miradas intensas sonrío plácidamente y me permitió ayudarle. Por supuesto, yo también sonreí, pero más por el hecho de ganar esa discusión.
Dios, que hemos tenido una discusión como si fuésemos pareja.
Y por supuesto ese pensamiento me abrumó un poco y decidí que el resto lo podía hacer él solito, así decidí irme al salón y esperarle allí sentadita y aparentando tranquilidad. Digo aparentando porque en mi interior ya me habían dado tres infartos y dos paros cerebrales, por no hablar de que por poco me quedo sin oxígeno durante unos minutos que dediqué —muy bien utilizados— a recordar un poco de todo lo que habíamos hecho hace unas horas.
Y así fue como me encontró Michael, roja hasta el inicio del pelo y avergonzada con la vida. Por no mencionar que cuando sonrió —como si supiera lo que pensaba— no hice más que apartar la mirada y sonrojarme internamente, pues mi cara ya estaba demasiado roja como para aguantar mucho más.
Para mi gusto —y para el objetivo de que aún estuviese en aquel lugar— estuvimos en silencio demasiado tiempo. Creo que fueron algunos minutos pero parecieron largas horas de espera que lograron ponerme más nerviosa aún.
—¿Por qué te fuiste? —pregunta sorprendientemente.
—¿A qué te refieres? —logro hablar después de aclarar mi garganta.
No estoy segura de qué quiere saber con esa pregunta, aunque algo sí que sospecho. Además, me sorprendió que fuese tan directo, pero eso no quita que agradezca que terminemos con esto de una vez para bien o para mal.
—Hace cuatro años. —aclara— ¿Por qué desapareciste?
Bajo la mirada hasta mis manos entrelazadas en mi regazo mientras busco una manera de comenzar a hablar o de tomar fuerzas para hacerlo. Estoy muy nerviosa y creo que no sólo es evidente para mí.
—Ese día salí con Thony, él me convenció para ir a aquel bar. No recuerdo muchas cosas, pero según Thony —intento explicarme— llevaba un rato buscándome y cuando me encontró me dijo que era hora de irnos. Cuando le pregunté, dijo que parecía bastante borracha y que no hacía más que buscar entre las personas.
Volvemos al silencio y la espera, y esta vez se nota incómodo y frustrante en muchos sentidos. Continúo jugando con mis manos mientras espero una respuesta de Michael que tarda en llegar. No sé qué esperar de esto, y comienzo a sentir cómo me duele el cuerpo y el dolor de cabeza que tenía hacía un rato comienza a volver.
—Te busqué durante horas. —Escuchar sus palabras y buscar su mirada es como un acto reflejo y me quedo sorprendida con el sentimiento y el dolor con que las dice.— Y cuando me di cuenta de que no te encontraría en aquel lugar intenté buscar cualquier información que me permitiese encontrarte, pero tampoco te encontré.
Vuelvo a desviar mi mirada, no soporto el dolor con que él dice estas palabras, es el mismo dolor que sentía cuando Noa me preguntaba por su papá y yo no sabía qué decirle.
—Yo también lo intenté. —me escucho decir— Aunque no tengo recuerdo, algo me llevaba a buscarle, pero no encontré nada. —intento explicarle pero es que no sé cómo decir con palabras el sentimiento que tanto tiempo estuvo en mí. Esa necesidad de buscarle y volver a tenerle junto a mí, de ver aquella sonrisa que me había cautivado o el brillo de sus ojos. Ver esos pocos detalles que recordaba.— Y después,... cuando...
¿Cómo decirle lo de Noa? ¿Cómo explicarle? ¿Cómo se lo tomaría?
—Sé lo de Noa. —le escucho decir y siento como mis ojos se cristalizan mientras vuelvo a mirar mis manos. Escucho cómo se pone de pie y se acerca a mí y de pronto lo tengo arrodillado frente a mí y obligándome a verle a los ojos, con una de sus manos en mi rodilla y otra en mi mejilla.— Sé que es mía y no tiene idea de lo feliz que me hace saberlo. —su pulgar acaricia mi mejilla y me doy cuenta de que ha limpiado una lágrima y yo intento hablar pero no logro más que comenzar a llorar.— Mía, no llores. Ya estoy aquí. Ya me has encontrado. Ya nos hemos encontrado. —añade mientras limpia mis lágrimas que no se detienen.
Editado: 01.05.2025