MICHAEL.
Llevábamos aproximadamente 20 minutos recostados en el sofá del salón. El cuerpo de Mía, cubierto solamente por una de mis camisetas —no imagináis lo bien que se siente saber que está vestida solo con mi ropa— reposaba, un poco más tranquilo que hacía algunos minutos, sobre mi torso.
La noche anterior había sido colosal y desenfrenada. Tenerla nuevamente entre mis brazos se había sentido tan jodidamente bien que al despertar me había aterrado al pensar que había desaparecido otra vez. Por supuesto, el alivio y la calma volvieron enseguida en cuanto la encontré frente al caballete, terminando los últimos retoques del cuadro. —Justo a tiempo, soldado.— Así mismo, esa calma se esfumó en el momento en que sus dudas se manifestaron y me di cuenta de que aún teníamos una conversación pendiente y cosas por resolver. Ahora le daba las gracias a Dios por su ayuda.
Habíamos logrado aclarar todo, o al menos la parte más importante: el pasado. Solo nos quedaba la otra mitad de la historia, pero estaba seguro de que lograríamos salir adelante y resolver los problemas o las dudas según se manifestaran. Eso sí, no pensaba dejarla marchar. No otra vez.
—¿Qué quieres de mí, Michael? —preguntó Mía en un susurro apenas audible.
Volvían las dudas e inseguridades.
La mano que acariciaba su cabello se detuvo durante unos segundos mientras yo me hacía una pregunta algo parecida.
¿Qué no deseaba de ella?
La respuesta la tenía más que clara. No había un solo sentimiento de su piel que no deseara. Una sola caricia suya que no anhelase. O un solo beso de sus labios que no reclamase como mío. La deseaba a toda ella y suplicaba al cielo que ella pensase igual.
Coloqué la mano bajo su mandíbula y la obligué a mirarme a los ojos. En los suyos se notaba la duda, el miedo y los nervios. Quería inclinarme y besar esos labios hasta que se convenciera de que la quería a ella, de que no la dejaría partir otra vez. En cambio, preferí expresarlo con palabras y dejar para después los besos apasionados. Estaba seguro de no poder parar si empezaba.
—Te quiero a toda tú. —aseguré observando fijamente sus preciosos ojos verdes, de los cuales comenzaron a desaparecer todas aquellas dudas y miedos que tenía hasta hace un momento solo con oír mis palabras.— No me permitiré perderte nuevamente, ni dejarte marchar. Ustedes son lo más importante para mí.
Sus labios se dibujaron con una sonrisa cálida, la cual solo pude corresponder.
En un acto totalmente inesperado, Mía se inclinó hacia mí, cortando la distancia que separaba nuestros labios. Me sorprendió mucho que fuese ella quien se lanzara, hasta aquel momento siempre había sido yo quien iniciaba todos los momentos, eso no evitó que correspondiera obligándome a dejar la sorpresa atrás.
En menos de lo esperado, nuestros labios se demandaban cada vez más, mientras dejaba caricias por el abdomen de Mía y bajaba mis manos hasta su trasero —y me veo en la obligación de añadir que no estaba nada mal—. Para aquel momento me encontraba muy mal recostado en el sofá con Mía en mi regazo y sus piernas a mis costados. Debo añadir que estaba más que preparado para seguir con esto y llevarlo más allá de lo que cualquiera de los dos pensaba y ambos deseábamos.
Si continuábamos con ese ritmo mucho tiempo, no saldríamos de mi apartamento en todo el día.
Sinceramente, no me molestaba para nada.
Un tiempo después
—¿Estás segura de que no quieres que te preste nada? —pregunté mientras observaba la pequeña falda con la que solo se tapaba su trasero y el top que era todavía más corto. Mía me miró con mala cara mientras se dejaba caer en la cama para colocarse las botas.— Cariño, por mí no hay quejas, me encanta la forma en que te queda esa ropa, pero sí que pienso que muestra demasiado y más para esta hora del día. Prefiero que la uses solo cuando estés conmigo. —aclaró antes de que se colgara de mi cuello y me descuartizara en menos de un segundo.
Conozco algo de Mía y estoy seguro de que ella no es de esas mujeres, pero tampoco es de las que le guste que se metan con su forma de vestir.
Si necesitas que te ayude con algo más, aquí estoy.
—Me encanta cuando me dices así —me dice con una expresión tierna en su rostro, olvidando el enfado.
—Y a mí me encanta llamarte cariño —aseguré mientras me acerco a ella.
Mía dibuja una sonrisa antes de tomarme por las solapas de mi camisa informal y tirarme hacia ella para depositar un suave beso en mis labios.
Dios, puedo acostumbrarme a esto.
—Yo también odio esta ropa, pero la tuya me queda gigante y no pienso salir a la calle con ella.
—¿Sabes que vamos en coche, ¿no? —ironizó.
—Te he dicho que no hace falta. En cuanto llegue a casa me cambio.
Asiento mientras ella se levanta de la cama, ya con las botas puestas. No me molestaría arrancarle la ropa y volver a hacerle el amor solo con esas botas.
—¿Por qué odias esa ropa? —le pregunto, intentando desviar el tema de mis pensamientos antes de que los cumpla.
—No es que la odie. Solo es que es demasiado corta. —estoy totalmente de acuerdo— Pero no hay forma de decirle que no a tu hermana. —cierto.
—Tienes toda la razón. —La rodeo con mis brazos y la arrastro hasta que esté bien pegadita a mí. Acaricio su pomposo culo mientras me inclino y dejo un beso en la piel del cuello, justo detrás de la oreja.
—Michael. —El tono de advertencia se cuela en medio de un sordo jadeo mientras acaricia mis brazos y enrosca sus manos en mi cuello.— Para. —Esta vez sonó más convencida.
Me separo unos centímetros antes de dejar un fugaz beso en sus labios.
—No puedo. —aseguro con una sonrisa.
—Tenemos que irnos. Noa debe estar trepándose por las paredes mientras no me vea llegar. —me informa y yo vuelvo a sonreír por las travesuras de ese pequeño diablillo.
—Conociéndola, está volviendo loca a la niñera.
Mía comienza a reír por mi comentario antes de alejarse —en contra de mi voluntad— para ir por su bolso.
—Venga, es hora de irnos. —me dice desde la puerta.
La observo salir de mi habitación —la cual espero que se convierta en nuestra— durante unos segundos antes de seguirla.
☆☆☆
Aparco el coche frente a la casa de Mía y observo el pequeño jardín; la estancia se encuentra en completo silencio.
—¿Dónde pensabas pasar la noche?
Mía desvía su mirada del pequeño porche de su hogar para verme a los ojos.
—En casa de Thony. —me contesta— No pensaba volver a casa con algunos tragos, teniendo a mi hija dentro. —asegura y yo le dedico una sonrisa.
—Así que logré sorprenderte.
Mi sonrisa se ensancha cuando ella se sonroja.
—Puede. —dice avergonzada.
Mía se quita el cinturón de seguridad y, al ver su intención, la tomo del brazo antes de que abra la puerta de mi auto y salga del coche. Ella me mira confusa y la pregunta está clara en su expresión. Pero mi duda era mucho más importante y en ese momento no lo había pensado con demasiado detalle.
—¿Qué le diremos a Noa? —preguntó, y su mirada confusa se transforma en una dulce.
Espero que ella tenga la respuesta y que sea algo por lo que no me dé un ataque al corazón ahora mismo.
Me sonríe para tranquilizarme mientras alza una de sus manos y acaricia mi mejilla.
—Por ahora nada. —Mi mirada confusa se hace presente— ¿No crees que entraré ahí ahora y le diré a mi hija de cuatro años que eres su padre? —ironiza.— Sería un verdadero trauma. —me mira con dulzura antes de añadir— Le daremos un tiempo. Pasarás más tiempo con ella y, en algún momento futuro, se lo contaremos.
Mi confusión se disipa y me inclino para besar sus labios.
—Tienes razón. —aseguré— Aunque es tu responsabilidad decirle porque se irán a vivir conmigo. —digo completamente en serio, pero resulta que Mía se lo toma en broma, pues comienza a reír mientras yo la miro algo enfadado por su reacción.
—¿Te han dicho alguna vez que serías un buen comediante? —bromea y yo continúo con el ceño fruncido.
—No estoy bromeando. —me pongo serio al instante.
—No digas esas estupideces, Michael. ¿No tienes idea de lo que somos y tú quieres que vivamos juntos?
—Somos nosotros. Eres la madre de mi hija y mi mujer. No necesitas saber nada más. —aseguro mientras ella me presta total atención.— Hemos pasado demasiado tiempo separados. No quiero perder un segundo más.
El silencio se instala por unos minutos hasta que Mía suspira resignada.
—Entiendo lo que dices, Michael. —asegura— Pero entiende que no puedo hacer esos cambios tan bruscos en mi vida. Tengo que tener en cuenta a mi hija.
—Nuestra. —le corrijo. Ella sonríe ante mi seguridad. Tomo su mano en un impulso y le doy un pequeño apretón. Al segundo soy correspondido.— Entiendo tus razones. Pero no deseo pasar más tiempo sin vosotras.
Editado: 01.05.2025