MIA.
—Mami. —preguntó una inocente Noa mientras jugaba con la muñeca bonita que le había regalado Miche.
A ella le agradaba mucho el sujeto, y más cuando lograba que su preciosa manita sonriese, o cuando le hacía regalos o le llevaba flores. Pero también le agradaba su lindo auto y su casa grande y bonita, y que le enseñase cómo tocar el piano.
—Sí, cariño. —Mía le prestó toda la atención a su pequeña que jugaba distraída pero pensante.
—¿Tengo un papá? —preguntó.
Esa pregunta siempre le había interesado a la pequeña. Ella veía, cuando iba al parque con su mamita y el tito Thony, cómo los otros niños jugaban con su papito. Ella quería saber si tenía uno y si era tan bueno como Miche.
Tuve que respirar ante la pregunta tan inocente y aterradora que había hecho mi hija.
Ese tema era muy difícil y lo habían hablado otras veces, pero Noa era mucho más pequeña y claramente lo había olvidado.
Las últimas dos semanas habían sido las mejores de su vida. Había sido tan feliz junto a Michael. Habían días que salían a cenar juntos o se quedaban en su apartamento o en su pequeña casita junto a Noa. Habían sido tan felices en tan poco tiempo, por no mencionar las largas horas de plática que siempre mantenían.
Ese tema era uno de los más sacados. Michael insistía en contárselo pronto, mientras ella defendía a capa y espada que había que esperar más tiempo para que su hija se acostumbrase a él.
No pensaba que su hija también insistiera en el tema.
—Claro que tienes un papá. Todos tenemos uno. Y te quiere muchísimo. —se vio en la obligación de añadir.
Noa pensó en las palabras de su madre y se sintió complacida. Su papi la quería y ella también lo hacía, aunque no lo conociera. Una nueva duda surgió en la pequeña cabecita de cabellos oscuros.
—¿Dónde está mi papito, mami? —esta vez dejó de lado su juego para ver a los preciosos ojos de su mamita.
Ella amaba esos ojos verdes. Su mamá era muy bonita. Le encantaban sus cabellos rubios como los de Rapunzel, pero su mami no los tenía tan largos. Ella amaba sus juegos cuando su madre fingía ser la princesa de los cabellos dorados y ella se disfrazaba de la guerrera de cabellos oscuros.
Su mami decía que su cabello era igual al de su papá y ella amaba parecerse al desconocido. También amaba que sus ojos fuesen del mismo color que los de Miche. Eso la hacía muy feliz.
Mía no sabía cómo responder a eso. No tenía idea de qué decirle a su pequeñita, a su ángel. No quería mentirle, pero tampoco podía decirle la verdad.
Ahora comprendía que era mejor contarle la verdad a su hija, pero no podía hacerlo sola, tenía que esperar a que Michael estuviese con ellas. Él merecía estar presente.
—¿Dónde están las mujeres más bonitas de mi vida? —Mía logró respirar mejor cuando escuchó su voz muy cerca.
—Michel. —gritó Noa antes de correr hacia él, quien ya la recibía con los brazos abiertos.
Mía sabía que aquella conversación había terminado, solo por ahora, pero eso le permitiría prepararse para la próxima vez que surgiese el tema.
Al ver a su hija en brazos de su padre mientras se acercaban a ella, le hizo sonreír; una lucesita se encendió dentro suyo.
Dios, podría enamorarme de ese hombre solo por cómo hace sonreír a Noa.
Ese día irían al apartamento de Michael. Él había hecho una promesa de ver películas con Noa, películas de princesas en realidad. Michael había aceptado, pero Mía sabía que no terminaría bien. No cuando su hija insistiría en repetir la misma película una y otra vez. Pero sería un buen show ver cómo se contenía frente a la pequeña que era más testaruda que él.
Llevaban solo unos minutos esperándolo fuera de la universidad después de la última clase del día. Mía se encontraba cansada pero muy feliz. Comenzaba a creer que aquella era una verdadera familia, una que amaría y protegería. Una a la que pertenecía nuevamente.
☆☆☆
Justo cuando el elevador abrió sus puertas en el penthouse y aquella pequeña familia salía a, lo que de algún modo constituía, su hogar, Mía observó a su muy feliz hija en brazos de Michael, que ahora la dejaba en el suelo.
—Cariño, ve a lavarte las manos y dile a Martha que te dé de merendar. —sugirió Michael.
No hubo que decir una palabra más para que Noa saliera corriendo por el gran pasillo y desapareciera con una gran sonrisa. Tampoco hizo falta mucho tiempo para encontrarme encerrada entre los fuertes brazos de Michael, mientras él me apretaba contra su torso y sus labios devoraban los míos con premura.
Cuando el aire se hizo escaso y nuestras respiraciones comenzaron a errarse, sus labios abandonaron los míos, aun cuando su cuerpo temblaba contra el mío propio, así como lo hacía el mío contra él.
—He deseado hacer eso desde que te vi fuera de la universidad. —aseguró mientras apoyaba su frente en la mía y ambos nos esforzábamos por buscar oxígeno y acompasar nuestras respiraciones.
—Nada te lo impedía. —aseguré con una sonrisita traviesa.
Yo también había pensado en besarle cuando lo vi, pero claramente no era adecuado, no cuando Noa estaba delante y no tenía idea de nada relacionado con ellos.
—No creí que fuese buena idea. No con Noa cerca.
—Sí que había sido buena idea. —corregí— Aunque tienes razón sobre Noa. —aseguré. Michael sonrió nuevamente antes de inclinarse y dejar un suave beso en mis labios, mucho más inocente y casto que el anterior, también fue mucho más breve.— Tengo que contarte algo. —susurré.
Su ceño se contrajo al escuchar mis palabras, medio sorprendido y algo curioso.
—Ven. —me tomó de la mano mientras me arrastraba hasta el salón, se sentaba en uno de sus grandes sillones y me obligaba a acomodarme en su regazo, lo que en realidad no me importaba tanto si se mantenía así, tan cerquita de mí. Me rodeó la cintura con sus brazos en un abrazo delicado, manteniéndome muy cerca de él.— ¿Qué sucede? Cuéntame.
—Noa me ha preguntado por su padre. —comenté y vi cómo se disgustaba por decirlo de ese modo.
—¿Qué le has contestado? —y además me contestaba serenamente y muy tierno, al parecer preocupado. Me lo comía entero.
—No me has dado tiempo a hacerlo. —aseguré— Aunque le he asegurado que su padre la ama y mucho. —agregué y una sonrisa no tardó en llegar a sus labios.
—Pues claro que la amo. —aseguró— Las amo a ambas.
Esa seguridad me sobrecogió y su confesión por poco logra que me desmayase sobre él. Sabía que sentía algo muy fuerte por él, incluso podía decir que, de algún modo, le amaba. Pero que fuese él el primero en decirlo fue demasiado para mí.
Al ver que yo me quedaba sin habla y medio traumada por sus palabras, añadió:
—Te amo, Mía.
Una lágrima traicionera descendió por mi mejilla mientras una sonrisa se dibujó en mis labios.
Yo también lo amaba. Lo amaba tanto como a mi pequeña o incluso un poco más. Este era un amor diferente, pero mucho más potente. A Noa la amaba con mi vida y daría mi vida por ella. Pero el amor que sentía por Michael era más parecido a una necesidad incontrolable por él y por su presencia. Lo amaba tanto como, ahora, sabía que él me amaba a mí.
—Yo también te amo. —aseguré en un susurro y vi su sonrisa triunfal y tierna. También había un poco de alivio en su mirada, aunque no estaba seguro de por qué. ¿Es que acaso pensaba que no lo amaba ya?— Te amo.
Sus labios reclamaron los míos en un beso tan lleno de sentimientos encontrados y amor que nos sobrecogió a ambos.
Nos amamos. Nos amamos por encima de todo, incluso de estos cuatro años separados o de todo lo que se interpusiera ante nosotros. Nos amaríamos por encima de todo, y ahora lo sabía. Lo sabía así mismo como sabía que necesitaba respirar para vivir. Así como lo necesitaba a él para ser feliz.
—Nunca pensé que al iniciar todo esto terminaría tan bien. —aseguró con una gran sonrisa.
—Solo estamos empezando. —aseguré con la misma sonrisa estúpida en el rostro— Aún queda mucho por vivir.
—Juntos. —terminó él y, esta vez, fui yo quien lo besó.
☆☆☆
—He estado pensando en lo de contarle. —susurré acomodada en el pecho de Michael mientras a su otro costado se encontraba una muy dormida Noa.
—Y, ¿qué has decidido? —preguntó mientras acariciaba su cabello.
—Tenías razón...
—Gracias. —me interrumpió, pero decidí ignorar su tono condescendiente y ver cómo su ego subía dos escalones.
—Quizás ya es momento de contarle. Deberá saberlo. —añadí.
Michael dejó un beso en mi coronilla mientras sus manos, en mi cintura, me apretaban más contra él.
—Podemos hacerlo mañana. —sugirió y mi respiración se alteró al imaginar la reacción que podía tener mi hija.— Puedo hacerlo yo si no te sientes preparada. —aseguró al ver mi expresión preocupada.
—Me preocupa un poco su reacción. —expuse mis miedos.— Es algo que tenemos que hacer los dos. —aseguré.
—Entonces lo haremos juntos. —volvió a besar mi coronilla.— Mejor duerme. —sugirió— Ha sido un día largo.
—Sería mejor que nos llevases a casa. —aseguré intentando incorporarme, claramente no me lo permitió.
—Mía, duérmete sí. —ordenó— No pasará nada porque se queden un día conmigo. Después de mañana será mucho más normal para Noa.
No me quedó más remedio que obedecer su orden y acomodarme para poder dormir.
Llevábamos un buen rato en su habitación. Como Michael había prometido, habíamos tenido una gran maratón de películas de princesas, después la cena; aunque Noa se había quedado dormida después de la segunda, mientras yo aproveché para abrazarme a Michael de un costado, pues mi hija se había apropiado del otro.
Michael aseguró que no le incomodaba para nada esa posición y estaba segura de que había dicho algo parecido a que amaba estar abrazado a sus dos mujeres mientras dormía. A mí me hizo muy feliz.
Él tenía razón. Había sido un día largo, no sucedería nada si esta noche nos quedábamos todos juntos. Como una pequeña familia.
Editado: 01.05.2025