MIA.
Entré en el salón donde mi pequeña jugaba con una pequeña —y preciosa— muñeca que Michael le había regalado unos días atrás. Noa había quedado fascinada con ella en cuanto la vio y no dudaba de que amaba mucho el gesto. Hasta a mí me había impresionado.
Me acerqué en silencio y me acomodé a su lado en una clara invitación silenciosa para que viniese hacia mí. Noa no tardó en sentarse en mi regazo y continuar jugando con la muñeca. Yo la abracé contra mí, aun cuando se quejó porque no la dejaba jugar. Pero no me importó para nada.
—Cariño. —Llamé su atención— ¿Quieres que nos vayamos para casa? —Como no contestó, continué insistiendo— Podemos llamar a Thony y ver pelis mientras comemos palomitas. —propuse.
Noa continuaba en silencio. Se había quedado quietecita sobre mi regazo, pero no había respondido.
—¿Cariño? —comenzaba a preocuparme.
Noa se separó un poco y se liberó de mis brazos, pero aún permanecía en mi regazo, cuando se giró y preguntó:
—¿Michael es mi papá? —se escuchaba confundida y tensa. También estaba expectante por mi respuesta.
—Sí. Michael es tu papá. —confirmé— ¿Eso te incomoda?
Noa se quedó en silencio un segundo y poco después contestó:
—No. Me agrada que sea mi papá. —Sonreí gustosa por su respuesta y Noa también lo hizo.— ¿Tengo que llamarlo, papá?
—Solo si lo deseas, cariño. —respondí sorprendida por su pregunta.
Noa solo asintió y se giró nuevamente para continuar jugando. Yo la seguí abrazando mientras ella jugaba.
—No quiero ir a casita. —dijo después de un momento.— Quiero esperar a papá.
Me tomó por sorpresa la seguridad y la forma en la que se refirió a Michael. Era su padre, eso lo sabía, pero que mi hija lo aceptara sin tapujos me sobrecogió emocionalmente y no pude hacer nada más que contener las lágrimas y abrazarla un poquito más fuerte que antes antes de despedirme de ella.
Justo cuando puse un pie fuera del salón, las lágrimas que ya no podía contener se me escaparon y comenzaron a descender por mis mejillas. Llevé una mano a mi boca para acallar los sollozos que me sobrevenían y obligué a mis piernas a caminar para alejarme del salón y de mi hija.
Justo cuando pasaba por el vestíbulo del apartamento escuché el ascensor e intenté escabullirme hacia la cocina o las escaleras para evitar encontrarme con quien sea que hubiese aparecido antes de poder controlar mis lágrimas y mejorar mi aspecto.
Pero no pude lograr mucho. No cuando oí su voz.
—¿Mía? —Me giré al recién llegado Michael, que dejaba las llaves del auto sobre una mesita del recibidor y se acercaba hasta mí. Cuando vio mi aspecto y mis ojos rojos, así como el rastro de lágrimas en mis mejillas, su expresión cambió drásticamente a una bastante preocupada.— ¿Qué sucede? ¿Por qué lloras? —Sonaba preocupado y yo no lograba hablar. Su expresión volvió a cambiar a una de terror mientras terminaba de acercarse y colocaba sus manos en mis hombros— ¿Le ha sucedido algo a Noa?
Quizás fue su expresión preocupada o su tono de voz, pero logré reaccionar. Lleve mis manos a sus mejillas y comencé a negar.
—No sucede nada. Noa está bien. —aseguré y su preocupación disminuyó un poco.— Estamos bien. —me vi en la obligación de añadir.
Él suspiró y llevó sus manos a mi cintura y me abrazó contra él.
—Gracias a Dios. —susurró. Me apartó un poco después y miró las manchas de lágrimas— ¿Y por qué has estado llorando? —preguntó.
Parpadeé buscando una respuesta y me di cuenta de que no tenía ninguna, al menos una lógica, para responder su pregunta.
Comencé a negar nuevamente y me incliné hacia él para dejar un beso en sus labios. Se relajó un poco pero no del todo, aún buscaba una respuesta.
—No es nada. —aseguré— En realidad eran lágrimas de felicidad.
Pareció aún más confundido.
—¿A qué te refieres?
Sonreí y negué.
—Cariño, no ha pasado nada. Y no pienso contártelo, tienes que averiguarlo tú mismo. —No pareció muy convencido pero no continuó haciendo preguntas; en su lugar me abrazó nuevamente y dejó un beso juguetón en mi cuello que me recordó todo lo que habíamos hecho desde que nos enteramos quién éramos —o al menos desde que yo me enteré—. Dejé que continuara con sus pequeñas caricias intentando distraerme de mis locas emociones. El problema vino después cuando recordé por qué había salido de casa en primer lugar. Me alejé al instante y por mi expresión creo que ya sabía lo que vendría después.— ¿Cómo te fue con tus padres?
¿Por qué carajos sonaba tan temerosa y nerviosa? La verdad es que no lo sabía.
—Esto... —se tensó.
Digamos que su reacción no me gustó para nada.
—¿Qué sucede, Michael? —comencé a temblar y a ponerme aún más nerviosa.
Aún recordaba la conversación de hace unas horas cuando me comentó que iría a ver a sus padres y que les contaría las "buenas nuevas". A mí no me alegró tanto la noticia ni las malditas ideas que me vinieron a la cabeza. En aquel momento Michael había sabido convencerme de que eran ilógicas y entonces le había creído. Pero resulta que en este instante volvían a mí como un tsunami y demolía todo a su paso, y más si observaba su rostro lleno de desconfianza y miedo.
Yo perdí la cabeza y comencé a ponerme aún más nerviosa.
—No les ha gustado la idea, ¿verdad? —creo que formulé mis palabras como una pregunta porque necesitaba una respuesta positiva. O simplemente porque no quería creérmelo.
—No es eso, cariño. —aseguró Michael entrando en el juego y viendo mi expresión que lo impulsó a actuar— Sí que les ha parecido un poco raro al principio, pero han aceptado que yo quiero estar con vosotras.
—¿Entonces qué sucede?
Suspiró y luego cogió aire como si buscara algo de valor en esas pequeñas partículas de oxígeno.
—Mis padres quieren que cenemos con ellos. —¿Espera, qué? Lo miré aterrada.— Esta noche. —agregó y creo que después me desmayé o se me fue la chaveta después de sus palabras.
Suponía que tenía la boca hasta el suelo pues comenzaba a dolerme la mandíbula.
También hubo un momento en el que pensé que era una broma, por lo que solté una pequeña carcajada y negué. Pero al ver su mirada decidí que esa tampoco era buena opción.
—¿Qué...? —y justo cuando quería aclarar esta situación y su "broma", algo mágico sucedió.
—Mami. —oí la vocesita de Noa tras de mí y justo cuando me giré vi cómo los ojitos de Noa se iluminaban y supe que había visto a Michael tras de mí.— ¡¡Papá!! —gritó y al mismo tiempo que su gritito llegó a mis oídos, también capté el fuerte suspiro de Michael a mi espalda. Poco después vi cómo Noa salía corriendo y pasaba junto a mí en dirección a su nuevo y recién entrenador padre.
—Hola princesa. —escuché que decía Michael aún a mi espalda y noté el mismo nivel de sentimientos y sorpresa que yo tenía un poco antes.
Cuando me giré, Noa estaba en sus brazos y cuando sus ojos encontraron los míos vi, en la profundidad de sus preciosos ojos grises, un gran nivel de felicidad que me robó el aliento. También vi cómo comprendía mis lágrimas de antes después de un asentimiento y, de pronto, tenía grandes ganas de llorar nuevamente.
Me acerqué a ambos, Noa estaba en sus brazos y ahora descansaba su cabecita en su hombro en un abrazo. Me incliné sobre ella y dejé un beso en su cabeza y luego un beso en los labios de Michael.
—Ahora regreso, ¿sí? —dije antes de darme la vuelta e ir hacia las escaleras.
Subí a toda prisa y me escondí dentro de la habitación. Me dejé caer sobre la cama y me quedé allí observando a mi alrededor. No tenía idea de qué estaba sucediendo en mi vida. ¿Pero era feliz?
Sí, definitivamente era feliz.
A pesar del miedo atroz que sentía con referencia a la familia de Michael o a la vendida cena que prefería creer que era una broma. A pesar de mis miedos, era feliz y me sentía amada y valorada. Todo eso tenía que agradecérselo a Michael.
Primero me había dado a Noa, que era la cosa más bonita de mi vida, y ahora me daba este nivel de felicidad que sentía. No podía amarlo más que ahora y lo mejor es que él lo sabía y que yo estaba dispuesta a repetírselo miles de veces.
Escuché la puerta abrirse y al voltear me encontré a Michael adentrándose en la habitación. Traía una preciosa sonrisa en el rostro y por alguna razón me vi devolviéndosela.
—Hola. —dijo nada más llegar a mí después de dejar un beso en mis labios— Otra vez.
—Hola. —contesté en el mismo tono lleno de sonrisas.— ¿Dónde está Noa?
—Abajo, con Martha. —susurró y me pareció que su sonrisa se ensanchaba.
—Estás bastante feliz. —aseguré mientras él se acomodaba a mi lado y me arrastraba con él hasta su regazo.
—Lo estoy. —coincidió.— ¿Cómo no estarlo? —casi sonó como una ironía— Tengo una preciosa mujer junto a mí que me ama muchísimo, una preciosa niña que al fin me dice papá, y una preciosa y pequeña familia en formación. —aseguró.
—Te escuchas muy seguro. —me acomodé sobre su pecho y suspiré al captar su aroma.
Me encantaba el olor de Michael y me sentía muy afortunada de poder tenerlo así de cerca.
—¿De qué precisamente? —preguntó.
—Sobre eso de que te amo muchísimo. —bromeé— Yo no diría que tanto.
Michael se quedó callado y cuando busqué su mirada vi que tenía la mandíbula contraída y me observaba algo enfadado.
Alguien no ha captado la broma, pensé.
—¿A qué te refieres con eso? —pregunté y yo sonreí.
—Pues eso. No creo que te quiera taanto.
Michael se enfadó un poquito más y yo casi no soporté la risa. Aunque logré soportarlo.
—Mía, ¿puedes dejar de decir esas cosas? —pidió claramente enfadado.— ¿Cómo es eso de que no me quieres taanto? —imitó mi tono en la última palabra y yo no pude soportarlo más y comencé a reír sin parar.
Me retorcí sobre él debido a mi incontrolable risa y él no hizo más que continuar enfadado. Cada vez que observaba su rostro contraído por la condición y el enfado me entraban nuevas ganas de reír que no podía controlar.
Al final logré que dibujara una sonrisa mientras yo mantenía la mía, hasta en mi alma.
—No p-pasa nada. —intenté hablar y explicarme, pero la falta de aire después del ataque de risa no me agradaba nada.— S-solo estaba bromeando.
El enfado de Michael disminuyó un poco y me obligó a volver a acomodarme en su pecho.
—Menos mal, cariño, porque no pensaba dejarte salir de esta habitación hasta que me lo confirmaras.
Sonreí.
—Te amo, Michael. —aseguré— Te amo muchísimo.
Él también sonrió y me tomé de la barbilla para que lo mirase directamente a los ojos, para que no me apartara. No creía que tuviese fuerzas para hacerlo, pero aun así él no me soltaba.
—Yo también te amo, Mía. Te amo con todo mi ser.
Y luego me besó. Me besó por mucho rato. Me besó como siempre lo hacía, tomando el control de mis labios y de mi ser. Amándome.
Me besó por tanto tiempo que, cuando el beso comenzó a subir de tono, tuve que apartarme pues Noa nos esperaba abajo y no sería correcto.
—Para. —susurré contra sus labios.
—¿Por qué debería?
—Porque nuestra hija nos espera abajo y aún me tienes que aclarar qué es eso de que tus padres quieren cenar con nosotros. —Para ese entonces ya se había alejado un poco de mis labios, no así de mi cuerpo— ¿Hoy?
—Sí. Sobre eso... Mi padre quiere conocerlas y me ordenó que las llevara a cenar con ellos justo esta noche. —explicó— Sé que es un poco apresurado y que quizás no tengas nada preparado para ir de visita a casa de mis padres, pero no podía decirles que no.
—Tienes razón cuando dices que no tengo nada preparado. Ni siquiera tengo la ropa adecuada para algo así. —me expliqué recordando algo que seguro me frustraría dentro de un rato.
—Lo sé, cariño. —dejó un pequeño y casto beso en mis labios— Pero hay que entender que mis padres quieran conocer a su nieta. Apenas y se han enterado de ello y los comprendo un poco.
Dios, Noa tenía abuelos.
La verdad es que no me había puesto a pensar en eso. Siempre imaginé que quizás tuviese abuelos ya que no conocía a su padre y no estaba segura del tema. Y después de reencontrarme con Michael no había pensado en eso.
Noa nació después de que mis padres murieran y nunca había tenido ese privilegio. No hasta ahora, al menos.
Siempre había visto a mi hija como la hija de alguien. Incluso se podía decir que era la sobrina de alguien, si teníamos en cuenta que Thony era casi como un hermano para mí y ahora tenía a Terry, que sí era su tía.
Pero ahora, Noa era la nieta de alguien, y estaba segura de que Noa amaría tener abuelos tanto como había amado a Michael, incluso antes de enterarse de que era su padre.
Esperaba sinceramente que mi hija no fuese la única que se enamorara. No me importaba qué pensaran de mí si lograban amar a mi hija y lograr que ella fuese feliz. Para mí solo era importante mi pequeña, ella era lo que más me importaba.
—Lo entiendo, cariño. —aseguré apoyando mi frente sobre la de él— Solo necesito buscar algo que ponerme y algo para Noa e intentar no frustrarme en el proceso.
Michael sonrió.
—Está bien. Si ves que pierdes el control, me avisas. Estoy aquí para ti.
—Lo sé.
Nos quedamos allí durante un rato más en completo silencio pero juntos. Se sentía muy bien estar así.
—¡Holaaa! —escuché un grito desde el piso de abajo— Dejen lo que sea que están haciendo y bajen de una vez.
—¿Esa es Terry? —pregunté sorprendida.
—Creo que sí.
Y sí que era ella. Lo peor es que no venía sola sino con varias bolsas de ropa y un par de chicos ayudándola.
—Supuse que no tenías nada para esta noche, así que te he traído algo. —dijo mientras señalaba a uno de los chicos que dejó las bolsas junto a la escalera.
—Sí, tienes razón. —asentí— ¿Y para quién son las otras bolsas? —señalé al otro chico.
Terry lo miró y luego a mí y por último a Michael, que se encontraba a mi lado.
—Esas son para Noa. Quiero que se vean como unas princesas para mis padres y que los enamoren tanto como a Michael. —aseguré mirando a su hermano.
Él asintió con una sonrisa.
—Estoy de acuerdo con ella. —aseguró.
Intercambié la mirada entre Terry, Michael y las bolsas y luego sonreí yo también.
—Pues manos a la obra. —susurré.
Editado: 01.05.2025