Los días después de la patrulla fueron un respiro que sabía a mentira.
El puesto fronterizo celebraba la victoria pequeña como si hubiera cambiado algo: raciones extras, un poco de vodka contrabandeado, soldados dándole palmadas en la espalda a Klaus como si él solo hubiera salvado Polonia.
Klaus lo odiaba.
Porque sabía que no había cambiado una mierda.
La rutina volvió a apretar, pero algo era diferente. Klaus hablaba más con la tripulación. Chistes secos alrededor de la estufa, historias de antes de la guerra. Brandt, Schmidt y Müller lo miraban con algo nuevo: confianza. No respeto forzado. Confianza real.
Pero los entrenamientos eran más duros. Klaus los despertaba al amanecer, los hacía repetir evacuaciones hasta que lo hacían dormidos. Porque sabía que la próxima vez no habría segunda oportunidad.
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Una mañana, Brandt se acercó mientras Klaus limpiaba el cañón.
Brandt:
Teniente… ¿por qué estamos aquí, pudiendo combatir de verdad? Ayudar a los camaradas. Solo entrenamos y resistimos ataques pequeños.
Klaus lo miró fijo, voz firme pero sin el filo de antes.
Klaus:
¿Sabes qué ciudad está más allá de esas llanuras?
Brandt:
Varsovia.
Klaus:
Exacto. Este puesto es la primera línea. Si caemos, Varsovia cae. Y si Varsovia cae… Polonia cae.
Brandt bajó la mirada.
Brandt:
Pero ellas avanzan cada día. Y nosotros… esperamos.
Klaus puso la mano en su hombro.
Klaus:
Ya llegará la hora, Brandt. Ya llegará.
En ese momento llegó el comandante Lábrov, un hombre de unos cincuenta años, casi calvo, con la cara surcada de arrugas que parecían mapas de batallas perdidas.
Lábrov:
Disculpen la interrupción. Richter, ¿verdad?
Klaus se puso firme.
Klaus:
Sí, señor.
Lábrov sonrió sin humor.
Lábrov:
Escuché que su equipo está ansioso por acción. Pues están de suerte. Ustedes liderarán una exploración detrás de las líneas.
Brandt se emocionó tanto que salió corriendo a decírselo a Schmidt y Müller.
Klaus no.
Klaus:
Señor, ¿qué exploramos exactamente?
Lábrov se rió seco.
Lábrov:
Cuidadoso, me gusta. Radar detectó actividad fija a 20 kilómetros. Una estructura. Fija. No se mueve. Quiero que vayan, miren, informen. Misión rápida.
Klaus:
¿Apoyo?
Lábrov:
Dos Humvees de escolta. Suficiente.
Klaus no dijo más. Obedecer era el deber.
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Prepararon el Phantom. La tripulación nerviosa pero emocionada.
Müller, al volante:
Teniente, ¿objetivo?
Klaus:
Una estructura. A pocos kilómetros.
Müller:
¿Fábrica?
Klaus:
No lo sé. Pronto lo sabremos.
Silencio el resto del camino.
Llegaron al mediodía. Se detuvieron a dos kilómetros.
Klaus sacó medio cuerpo por la escotilla. El frío le golpeó como un puñetazo. Nieve cayendo lenta. Visión clara.
Binoculares en mano.
Klaus:
Schmidt, radio a base.
Schmidt:
Conectado, señor.
Lábrov (por radio):
Situación.
Klaus suspiró hondo.
Klaus:
Tranquila. Torre hexagonal, unos 30 metros de alto. Máquinas construyendo tuberías, muro perimetral. Otras cargando cápsulas… parecen tener algo dentro. No nos han detectado.
Mientras hablaba, una máquina delgada, bípeda, parpadeó sus ojos rojos.
Todas las demás hicieron lo mismo. Simultáneo.
Klaus sintió el frío antiguo.
Klaus:
Mierda. Nos detectaron. Pararon todo.
Entró rápido al tanque.
Klaus:
Retrocedan. Lento.
El Phantom y los Humvees retrocedieron 200 metros.
Las máquinas avanzaron caminando. Sin correr. Sin disparar.
Solo observando.
Klaus:
Regresando a base.
Lábrov:
Negativo. Más información.
Klaus apretó los dientes.
Klaus:
Señor, nos observan. Si seguimos, no garantizo nada.
Silencio pesado.
Lábrov:
Bien. Regresen.
Las máquinas se detuvieron cuando ellos se alejaron.
Solo miraron.
Hasta desaparecer en la nieve.
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Llegaron al anochecer.
Lábrov los esperaba.
Lábrov:
¿Qué pasó?
Klaus:
No lo sé. Pero recomiendo ataque inmediato a la estructura.
Lábrov suspiró.
Lábrov:
No puedo arriesgar sin más datos.
Klaus:
Señor, esconde algo. Lo siento en los huesos.
Lábrov lo miró largo.
Lábrov:
De acuerdo. Lo comunico arriba. Atacaremos al amanecer. Pediremos apoyo aéreo desde Italia. Llegarán en la madrugada.
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Horas después, camiones y camiones descargando soldados. Blindados llegando como una marea.
Brandt se acercó a Klaus, emocionado.
Brandt:
Teniente, ahora sí contraatacamos, ¿no?
Klaus miró los camiones. Jóvenes bajando. Caras de veintipocos. Algunos menos.
Voz fría:
Klaus:
Me trae mal presentimiento.
Brandt:
¿Por qué?
Klaus señaló las raciones apiladas.
Klaus:
Solo para un día. Esperan que muchos no vuelvan.
Miró a los chavales riendo nerviosos, fumando el último cigarrillo.
Pensó en su antigua tripulación.
En Irán.
En por qué él sí volvió.
Y ellos no.
La nieve siguió cayendo.
Como si quisiera cubrirlo todo antes del amanecer.
Una hora después de que los últimos camiones descargaran, el infierno cayó sin aviso.
Primero, el humo.
Denso. Gris. Químico. Quemaba los pulmones como ácido puro. Las máquinas lo lanzaron desde el horizonte: una cortina que lo cegaba todo, que hacía toser sangre y llorar ojos sin lágrimas.
Klaus estaba afuera del Phantom, supervisando la recarga de munición con la tripulación. El tanque ya estaba dañado de patrullas anteriores: oruga izquierda torcida, torreta lenta.
Un proyectil silbó e impactó directo en el Leopard.
La explosión fue un trueno que levantó nieve y metal. El Phantom se inclinó, con humo negro saliendo del motor. Klaus fue arrojado al suelo, orejas zumbando, boca llena de tierra helada.