“Aún recuerdo el suave viento sobre mi rostro, impregnado del olor a sal; el sonido de las olas al romper en la orilla y la cálida luz del crepúsculo envolviéndolo todo en hermosos colores.
Habíamos pasado el día en la playa y, como en tantas otras ocasiones, nos quedamos hasta ver cómo el sol, poco a poco, desaparecía, engullido por el mar. En aquel instante nuestros ojos se encontraron y vi surgir en tu mirada una tristeza que presagiaba aquello que tratabas de ocultarme…
Cogiéndome ambas manos, me recordaste la promesa que nos hicimos cuando éramos niños. Ahora, años más tarde, esa misma promesa nos obligaba a tomar caminos separados…”
Sara se despertó de un salto, con las mejillas húmedas y la respiración entrecortada. Se frotó los ojos, tratando de olvidar aquel sueño que siempre se repetía. Giró la cabeza y miró el despertador: aún faltaba un buen rato para la alarma. Sin embargo, los primeros rayos de sol se colaban por las rendijas de la persiana, dibujando una luz tenue sobre el uniforme que había preparado con cuidado la noche anterior.
Dudó un momento si meterse de nuevo entre las sábanas, pero sabía que sería imposible volver a dormir. Puso los pies descalzos sobre el frío suelo y comenzó su ritual matutino: calcetines verdes hasta la rodilla, camisa blanca abrochada hasta el cuello y corbata con nudo perfecto. La falda escocesa verde con cuadros amarillos- los colores oficiales de las escuela - y, finalmente, la blazer con el escudo bordado en hilo dorado.
Aquel era el atuendo obligatorio de la escuela a la que pertenecía desde niña.
Al terminar, permaneció unos segundos de pie frente al espejo del armario.
La mayoría de la gente se entristecía cuando acababan las vacaciones de verano, pero ella estaba ansiosa por volver a las clases. Al verse con aquel uniforme, comprendió cuánto lo había echado de menos.
De pronto, las lágrimas volvieron a deslizarse por sus mejillas. Apoyó la mano sobre el cristal, como si pudiera tocar lo que había al otro lado. Sin embargo, no era su reflejo lo que intentaba alcanzar.
—Esperaba verte hoy —saludó, con voz serena, a pesar de la imagen que se formaba frente a ella.
Al otro lado del espejo apareció una figura borrosa, casi translúcida. Aun así, se distinguía la silueta de un chico joven.
—Por supuesto. No quería perderme este día. Sé que es importante para ti.
—¿Recuerdas lo ansiosos y emocionados que estábamos? El inicio de un nuevo curso siempre significaba un viaje lleno de ilusiones y retos que afrontar contigo. Ahora… —su voz se quebró— ahora solo es un día más que me recuerda que ya no estás.
—Sara…
Ella negó lentamente con la cabeza.
—Déjalo. No hace falta que te disculpes. Solo me gustaría entender el porqué. Pero sé que no puedes decírmelo, porque no eres más que el producto de mi recuerdo.
—Sara… —la imagen alzó la mano y la colocó frente a la de ella, imitando el gesto—. ¿Recuerdas nuestra promesa?
—Por supuesto. Es lo único que me permite seguir adelante.
—Entonces ya sabes lo que debes hacer…
En ese instante sonó el timbre de la puerta y, al mismo tiempo, la silueta se desvaneció.
Sara parpadeó, como si despertara por segunda vez. Había quedado con Michael y Alicia para ir juntos a clase, pero aún faltaba bastante para la hora acordada.
Aun así, al abrir la puerta los encontró allí.
—Buenos días —saludaron al unísono.
—¿Qué hacéis aquí? —preguntó, sorprendida—. ¿No es demasiado temprano?
—Bueno… —empezó Michael— sabemos que hoy es un día especialmente difícil para ti y que probablemente no hayas dormido mucho.
—Así que pensamos —añadió Alicia, con una sonrisa suave— que podríamos tomar un café juntos antes de las clases. ¿Qué dices?
—Chicos… —los ojos de Sara se llenaron de nuevo de lágrimas. Solo ellos eran capaces de comprender lo que estaba atravesando—. Claro que sí.
Les pidió un segundo, cerró la puerta tras de sí y, apresuradamente, recogió los libros que encontró por el camino, guardándolos en la mochila. Trenzó su larga melena dorada sin mirarse al espejo y la dejó caer sobre un hombro.
Cuando salió de nuevo, casi sin aliento, ya estaba lista para reunirse con ellos.
Era una mañana cálida; el verano aún luchaba por quedarse, mientras las hojas de los árboles comenzaban ya a desprenderse. Caminaban por una tranquila calle del barrio residencial en el que vivían, una zona familiar repleta de casas rodeadas de jardines, parques y pequeños comercios tradicionales.
—Oye, Sara, esa mochila tiene pinta de pesar bastante —comentó Michael—. ¿Quieres que te la lleve?
—Mike, te lo agradezco. La verdad es que me he entusiasmado un poco cogiendo tantos libros —confesó, cediéndole la bolsa con una sonrisa algo avergonzada.
—Menuda novedad —refunfuñó Alicia entre dientes, apartando la vista de la pareja.
De pronto se detuvo frente a una pequeña tienda que le despertó un recuerdo.
—Chicos, tengo que pasar por el quiosco. ¡Hoy es lunes, por fin! —anunció animada.
—¿Lo dices en serio? ¿No puedes comprarlas a la vuelta? —sugirió Michael, perfectamente consciente de a qué se refería.
—¡Ni hablar! Llevo esperando esto toda la semana. Vuelvo en un minuto —dijo, entrando en la tienda y dejando a sus amigos atrás con gesto resignado.
—¿No podría mirar esas cosas por Internet, como hace todo el mundo? —murmuró Michael.
Sara soltó una carcajada.
—Ya conoces a Al…
Alicia era una curiosa incurable, de esas personas que necesitaban ir siempre a la moda, conocer las últimas tendencias y, sobre todo —lo más importante—, estar al tanto del cotilleo más reciente y jugoso. Por eso no se sorprendieron cuando la vieron volver cargada con un montón de revistas del corazón, una afición que ni Sara ni Michael compartían. A ella, sin embargo, poco le importaba: nunca se cansaba de hablar de aquel mundo rosa lleno de gente guapa, rica y famosa, una vida con la que solo podía soñar.
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Editado: 16.12.2025