Nuestro Último Atardecer

Capitulo 2: La Espera.

Sentada en su confortable asiento, Sara contemplaba el paisaje a través de la ventana, como si en la belleza del mundo exterior pudiera encontrar refugio para sus pensamientos. Ni siquiera su fiel amigo de papel, ese cuaderno que siempre la acompañaba, había conseguido distraerla.
Las preguntas se agolpaban, las emociones se entrelazaban sin tregua. Desde aquella llamada en la cafetería, se sentía como si caminara sobre una nube de algodón. Aún le costaba creer que todo fuese real: estar en un tren rumbo a la capital, para cumplir el sueño que llevaba años alimentando en silencio —el de convertirse en escritora—, era más que una meta; era una promesa. Una que le había hecho a él antes de que partiera.
Aun así, debía contener la emoción y mantener los pies bien anclados a la tierra. El destino siempre guarda sus propios planes, y aquel viaje podía ser el inicio de algo… o de nada.

El trayecto apenas duró una hora, aunque para ella fue una eternidad de sesenta minutos.
Al llegar a la estación, la sorprendió su magnitud. En comparación con la pequeña terminal de la que había partido, aquel lugar se alzaba como un mundo aparte: un jardín en el centro, rodeado de tiendas y locales de comida rápida, daba la impresión de haber entrado en un microcosmos moderno y vertiginoso. Era un laberinto, y cada vez que creía haber hallado la salida, una nueva escalera mecánica se interponía entre ella y la libertad.

Cuando por fin emergió a la calle, agotada, optó por no arriesgarse a seguir explorando y tomó uno de los muchos taxis que esperaban como soldados en formación. Por fortuna, el conductor conocía bien la dirección.
La editorial se encontraba en una de las arterias principales de la capital, una zona vibrante, marcada por las sombras alargadas de las grandes empresas y la prisa perpetua del mundo financiero.

El coche se detuvo frente al edificio. Sara bajó, subió unos cuantos escalones y se detuvo ante un imponente portón de cristal. Durante un instante, justo antes de empujar la puerta, sintió la tentación de girar sobre sus talones y echar a correr. Pero el impulso fue fugaz. Se dio unas palmaditas en las mejillas, respiró hondo, y con el corazón latiendo en los oídos, entró.

El interior era amplio, silencioso, con una atmósfera que imponía respeto. Se dirigió hacia el mostrador de recepción, donde una mujer de cabello rizado y belleza exótica la observaba con una sonrisa profesional. Vestía el uniforme de la empresa, que acentuaba su esbelta figura con elegante precisión. De una tarjeta colgada al cuello colgaba también su nombre: Lidia Martínez.

—Buenos días. Bienvenida a NBlank. ¿En qué puedo ayudarla?
—Buenos días —respondió Sara, intentando disimular el temblor en la voz—. Tengo una reunión concertada a las once.

—¿Me dice su nombre, por favor?
—Sara Márquez.
—De acuerdo, vamos a ver… —la recepcionista se inclinó hacia el teclado y comenzó a teclear con rapidez, pero tras unos segundos frunció el ceño—. Maldito trasto, se ha vuelto a bloquear. ¿Podrías decirme con quién tienes la reunión?
—Con el editor jefe, aunque… no recuerdo que me dijeran su nombre.
—¿Con… el editor jefe? —repitió, alzando una ceja con escepticismo—. ¿Me estás tomando el pelo?
—Eso fue lo que me dijo la mujer que me llamó ayer. Cristina… me dijo que se llamaba Cristina.

—Cristina… —repitió la recepcionista, aún dubitativa. Durante unos segundos la observó en silencio, como si intentara descifrar si mentía—. Dame un momento, lo comprobaré.

Cogió el teléfono y marcó un número con rapidez. Mantuvo una conversación breve y casi inaudible, y al colgar, volvió a mirar a Sara de arriba abajo con una expresión menos fría, pero igualmente medida.

—Discúlpame, parece que decías la verdad. Tienes que entenderlo: por aquí pasan muchas de esas fans locas que intentan verlo. Además… —hizo una pausa, bajando ligeramente la voz— no pareces el tipo de chica con las que él suele reunirse. Tú ya me entiendes.

Lo dijo con una media sonrisa, entre sarcástica y condescendiente, y un tono que dejó en el aire más de una insinuación.

—Bueno, coge el ascensor del fondo. Piso catorce.

—Va… vale. Gracias.

Sara se alejó con el ceño fruncido, sin entender del todo lo que acababa de pasar. Había algo en aquella conversación —o en el modo en que la mujer la había escaneado con la mirada— que le dejaba una sensación extraña, como si hubiese sido colocada en una categoría sin que se le diera la oportunidad de decir quién era.

No sabía cómo sentirse al respecto, pero intuía que no había salido bien parada.

Siguió las indicaciones y se adentró en el ascensor. Pulsó el botón del piso catorce, el último. Las puertas se cerraron con un leve suspiro metálico y, mientras ascendía, sintió cómo su reflejo en el espejo del fondo la observaba en silencio, como si esperara algo de ella.

El ascenso fue más lento de lo esperado, como si el tiempo, de pronto, se hubiese espesado en el aire. Cuando finalmente las puertas se abrieron, una mujer estaba allí, esperándola.

—La señorita Márquez, supongo.
—Así es.
—Bienvenida a NBlank. Yo soy Cristina; hablamos ayer por teléfono —se presentó con educación, extendiéndole la mano.
—Encantada de conocerla. Es un placer para mí estar aquí —respondió Sara, devolviéndole el saludo con cierta timidez.
—El placer es nuestro —dijo Cristina, esbozando una sonrisa amable—. Acompáñeme, hay que ultimar algunos detalles antes de su reunión.
—Por supuesto, estoy a su disposición.

Sara la siguió por un largo pasillo, flanqueado por cristaleras y oficinas, donde hombres y mujeres caminaban a paso rápido, con el gesto absorto de quien siempre va tarde.

Cristina caminaba con elegancia, y tenía una apariencia pulcra y delicada. Vestía una falda de tubo negra, perfectamente combinada con un suéter de cachemira de cuello alto en un tono rosa pálido. Su cabello, teñido de un rubio cobrizo, estaba recogido en un moño sencillo que dejaba al descubierto un rostro sereno, donde ya comenzaban a dibujarse las suaves marcas del tiempo.




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