Nuestro Último Atardecer

Capitulo tercero: Un Encuentro Desastroso (Parte 1)

—Oh, querida… por fin ha despertado. Justo a tiempo. Traigo buenas noticias: el señor Roswell acaba de llegar. Me ha pedido que lo espere en su despacho. Acompáñeme, la llevaré hasta allí.

Una vez más, Sara siguió a la secretaria por los silenciosos pasillos del edificio hasta detenerse ante una pesada puerta de madera. El despacho, cerrado con llave, parecía custodiar algo más que documentos. La secretaria giró varias veces la cerradura; al fin, la puerta se abrió con un leve chirrido que hizo que a Sara se le erizara la piel.

—Disculpe si le parece poco acogedor. Lo cierto es que el señor Roswell apenas utiliza esta oficina.

Sara avanzó con cautela hasta el centro de la habitación, una estancia fría y sombría, iluminada tan solo por la tímida luz que se colaba entre las cortinas corridas. Sus ojos recorrieron el lúgubre espacio: no había más muebles que una majestuosa mesa de madera, sobre la cual descansaba un solitario teléfono, y dos sillas enfrentadas, como si aguardaran el inicio de una conversación pendiente.

Sin pensarlo demasiado, corrió las cortinas para dejar entrar la luz. Detrás de ellas se reveló un ventanal imponente que ofrecía una vista magnífica de la ciudad. Los edificios, cubiertos de cristal, reflejaban los cálidos tonos del atardecer. El espectáculo le provocó un nudo en el pecho. Aquel paisaje le produjo un sentimiento de nostalgia. Echaba de menos a sus amigos y, en aquel momento más que nunca, deseó tenerlos a su lado.

—¿Cuánto tiempo más vas a quedarte mirando por esa ventana?

Sara reprimió un grito. Sobresaltada por la inesperada voz a sus espaldas, se dio la vuelta de golpe. Allí estaba, al fin, el hombre al que había estado esperando todo el día.

—¡Madre mía! —exclamó, con la boca entreabierta por la sorpresa—. ¡Usted es... usted es... el hombre de la portada de esa revista!

¿Cómo era posible? Hasta el día anterior, jamás había oído hablar de él, y ahora lo tenía allí, en carne y hueso, delante de sus ojos. Ni por un instante se le había pasado por la cabeza que ese "señor Roswell" del que Cristina hablaba con tanta admiración pudiera ser Kai Roswell, el heredero del gran imperio. ¿Qué hacía trabajando en aquel lugar?

—Sí, ese soy yo. —Su voz sonó cortante, con un deje irónico—. Tiene gracia… nunca me habían presentado de esa manera.

Tenía una presencia realmente imponente. El traje oscuro ceñido a su figura y la larga gabardina negra que lo envolvía no hacían más que acentuar la intensidad de sus penetrantes ojos azules, los cuales no dejaban de escrutarla con una mezcla de juicio y desdén. Había en él algo que imponía, sí, pero no por su aspecto físico, ni siquiera por su fama. Era esa seguridad insolente que lo envolvía, esa manera de estar en el mundo como si todo le perteneciera por derecho natural. Una frialdad pulida, sin grietas. Una arrogancia que no pedía disculpas.

—Pe… perdone, yo soy…

—Ya sé quién eres —interrumpió él, sin alterar el tono de voz—. Terminemos con esto cuanto antes, así puedo volver a la fiesta.

—¿Volver… a la fiesta? —repitió Sara, incapaz de ocultar su indignación—. ¿Es allí donde ha estado todo este tiempo?

—Precisamente —respondió, con una tranquilidad que rozaba el desprecio, sin mostrar ni una chispa de remordimiento.

—Pero… Cristina no ha dejado de repetirme que no conseguía localizarlo.

—¿Cris? —sonrió con ironía—. No es muy buena encubridora, la verdad. Fue ella quien me obligó a venir. Me dijo que llevabas horas esperando y que no pensabas marcharte. Sinceramente, yo esperaba que te rindieras. Pero no lo hiciste. Así que… me dio curiosidad, y decidí venir.

Sara sintió cómo la humillación le trepaba por la garganta como una marea amarga. ¿A qué clase de juego se prestaba aquel hombre? ¿Quién se creía que era para tratarla con tanta altanería? Sin embargo, por mucho que le doliera, aquel era el hombre que podía hacer realidad su sueño. Y eso, le gustara o no, era lo único que realmente importaba.

Así que respiró hondo y tragó su orgullo con un nudo en el estómago.

—Bueno —dijo, esforzándose por mantener la compostura—, supongo que entonces debo darle las gracias por complacerme con su presencia. —Su tono era educado, pero el sarcasmo se deslizaba por cada palabra—. Lamento que haya tenido que abandonar la fiesta por mi culpa. No quisiera robarle más de su valioso tiempo, así que podemos empezar cuando usted quiera.

Intentó que sus palabras sonaran sinceras, incluso esbozó una sonrisa mientras las decía. Pero el rastro de reproche era inevitable, y él lo percibió de inmediato. La miró con una frialdad glacial que volvió a erizarle la piel, aunque ella se mantuvo firme. No pensaba achantarse. La tensión entre ambos crecía con cada segundo, llenando el aire como una tormenta a punto de estallar.

—Bien —dijo él finalmente, como si todo lo anterior no hubiera existido—. La editorial ofrece a los autores nóveles una primera edición con una tirada de unos mil ejemplares. Por supuesto, también lanzaremos una edición digital. Tu porcentaje de beneficios será del diez por ciento sobre el precio de venta. Aunque todo esto puede variar dependiendo del género literario. Ahora, por ejemplo, están muy de moda las novelas eróticas.

Se inclinó ligeramente hacia ella, con un destello de interés ambiguo en la mirada.

—Dime, ¿de qué trata la tuya?

La autora frunció el entrecejo, confundida.

—¿Cómo que de qué trata la mía? ¿Es que no lo sabe?

Y entonces, como si un jarro de agua helada le cayera de golpe sobre la espalda, lo comprendió.

—¡No ha leído el manuscrito! —exclamó, furiosa, con los ojos muy abiertos.

—Claro que no —respondió él, con total indiferencia—. ¿Para qué iba a perder el tiempo en eso? No necesito saber su contenido para saber si puedo vender un libro.

Sara lo miró incrédula, sintiendo cómo la indignación le trepaba por el pecho como una llamarada.




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