Habían pasado ya varios días, y Sara aún no lograba recuperarse del truculento viaje a la capital. Le resultaba casi imposible olvidar a un hombre cuya imagen no dejaba de aparecer en todos los medios, bajo los titulares que anunciaban su inminente partida al otro lado del Atlántico. Era evidente que su padre había cumplido su amenaza, algo que, en el fondo, ella lamentaba. Sabía cuánto deseaba Kai quedarse, seguir trabajando en la editorial.
Aunque ya no era asunto suyo, Sara intentaba regresar a su rutina de estudiante. Sin embargo, ni siquiera sus amigos se lo estaban poniendo fácil...
—¿Cómo has podido hacer algo así? —Esa frase se había convertido en el estribillo constante de Alicia desde el regreso de Sara.
—Al, otra vez no... —suplicó Michael con fastidio.
—Es que no lo entiendo —insistió ella—. ¡Tenías la oportunidad de convertirte en escritora, de la mano de uno de los hombres más guapos y ricos del mundo! ¿Cómo pudiste rechazarlo?
Sara respondía con silencio. Les había contado ya varias veces lo sucedido con Roswell, y en cada ocasión había intentado convencerse de que alejarse de aquel hombre había sido la decisión correcta. Aun así, no podía evitar preguntarse si su amiga tenía razón. Al fin y al cabo, no le llovían las ofertas. ¿Y si... había enterrado su única oportunidad de hacer realidad su sueño?
—¡Alicia, ya basta! —exclamó el jugador de baloncesto—. Desde que Sara volvió, no has dejado de insistir con lo mismo una y otra vez, incluso después de escuchar todo lo que pasó. ¿De verdad crees que debería haber seguido trabajando con ese engreído? Solo de pensarlo, me dan ganas de partirle la cara —añadió, mientras crujía los puños con furia contenida.
Alicia soltó una risita burlona.
—¡Eso me gustaría verlo! No podrías ni rozarlo —aseguró con sorna.
Michael la miró con rabia encendida.
—¿Te gusta tanto ese tipo? Seguro que tú habrías aceptado todo lo que te hubiese pedido.
—¿Qué estás insinuando? —preguntó ella, visiblemente ofendida.
Sara suspiró. Lo último que necesitaba era presenciar otra discusión entre esos dos. Se levantó, decidida a marcharse hacia el único lugar donde sabía que el fantasma de Kai Roswell no podría alcanzarla.
—Sara, espera... ¿a dónde vas? —preguntó Michael.
—Quiero estar sola un rato. Ya sabéis dónde encontrarme.
Los dos amigos la observaron con preocupación mientras Sara abandonaba la cafetería, envuelta en un silencio que pesaba más que las palabras.
—Y pensar que la publicación de su manuscrito la animaría... —reflexionó Michael—. Sin embargo, creo que solo ha servido para entristecerla aún más.
—Sí... y no la estamos ayudando en absoluto —reconoció Alicia, bajando la voz.
—Tú eres la que no deja de recordárselo a cada rato.
—Es cierto, lo admito. Creo que me he puesto un poco pesada —confesó, algo avergonzada—. Vale, a partir de ahora no mencionaremos nada. Ni el viaje, ni a Kai Roswell.
—¡Vaya! —exclamó Mike con una ceja alzada—. Parece que, por una vez, estamos de acuerdo. Entonces… ¿prometes no volver a pronunciar el nombre de ese tipo?
Alicia estaba a punto de asentir, cuando la puerta de la cafetería se abrió y el sonido de la campanilla interrumpió la conversación. Un joven alto, impecablemente vestido con una gabardina negra, entró con paso seguro. Llevaba el cabello oscuro, bien peinado, y unas gafas de sol que cubrían gran parte de su rostro. Se dirigió sin vacilar hacia la barra y se sentó en uno de los taburetes.
Michael y Alicia lo siguieron con la mirada, intrigados.
Edu, el barman, se acercó con su habitual sonrisa despreocupada.
—¿Qué va a tomar?
—Un café. Solo —respondió el desconocido, con voz serena y firme.
Edu le sirvió la bebida sin dejar de observarlo detenidamente.
—Usted no es de por aquí, ¿verdad? —preguntó con cierta curiosidad.
—¿Qué me delató?
—Bueno, el hecho de que no lleve uniforme fue una pista —bromeó el barman con una sonrisa socarrona.
—Supongo que no paso tan desapercibido como pensaba... Lo cierto es que he venido buscando a alguien.
—Ah, ¿sí? ¿Y de quién se trata? Tal vez pueda ayudarle.
—Se llama Sara Márquez. Sé que es alumna de este colegio. Por eso estoy aquí.
Alicia, que había estado escuchando la conversación desde su mesa, se levantó de golpe al oír el nombre de su amiga. El corazón le dio un vuelco. No podía ser cierto. ¿Era realmente él?
—Sara... Claro, la conozco muy bien. Pero me temo que ya no podrá encontrarla. Se marchó hace un rato -Informó el barman.
—¡Maldita sea! —murmuró el joven entre dientes, con evidente frustración—. ¡He subido esta maldita colina a pie, y todo para nada!
—Bueno… tal vez esa chica que no le quita el ojo de encima, y su amigo de al lado, puedan ayudarle —comentó, señalando discretamente hacia Michael y Alicia—. Si alguien sabe dónde encontrarla, son ellos.
—Gracias por la información —murmuró el desconocido, dejando un billete sobre la barra sin apenas mirarlo. Luego se giró con calma y caminó con determinación hacia los dos jóvenes.
—Vosotros —dijo, clavando su mirada en ellos tras las gafas oscuras—. ¿Podéis decirme dónde está Sara?
Alicia se quedó paralizada. Lo tenía delante. Aquel rostro, la presencia inconfundible. Era él. Kai Roswell. Y, sin embargo, no encontraba la voz.
Michael, por su parte, lo miró con desconcierto. No lo reconoció al instante, pero le bastó con notar la tensión en su amiga para ponerse en guardia.
—¿Y tú quién eres? —preguntó, con frialdad.
Kai se quitó las gafas con lentitud, revelando por fin su rostro.
—Imagino que no necesito presentación —respondió con su característico tono presuntuoso—. Necesito hablar con Sara. ¿Dónde está?
La expresión de Michael cambió al instante, como si lo hubieran golpeado.
—¡TÚ! —exclamó, furioso—. ¿Cómo te atreves...?
—¡Shhhh! —lo interrumpió Alicia a tiempo, tapándole la boca antes de que atrajera todas las miradas—. ¡Aquí no! Este no es lugar para hablar. Vamos fuera.
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Editado: 12.09.2025