Hacía ya tres días que Kai Roswell —ese editor famoso, apuesto, rico y desesperantemente irritante— se había instalado en casa de Sara para trabajar juntos en la publicación de su libro. Sin embargo, durante todo ese tiempo, ella no había hecho otra cosa que evitarlo a toda costa…
—Chicos, ¿a qué vienen esas caras de sueño? ¿Por qué estáis viniendo tan temprano últimamente a la cafetería? ¿No se habían terminado ya los exámenes? —preguntó el barman mientras dejaba los cafés sobre la mesa.
—Eso pregúntaselo a Sara. No quiere encontrarse con su nuevo inquilino y nos arrastra con ella —se quejó Al, dejando escapar un bostezo.
—Lo siento mucho —se disculpó Sara, encogiéndose de hombros—. Es que aún no me acostumbro a tenerlo en casa.
—Y a este paso, nunca lo harás —soltó Alicia, dando un sorbo a su café—. En serio, esto ya se está volviendo ridículo.
—Lo que no entiendo es cómo pudiste consentir que ese individuo se instalara contigo. ¿Has pensado en cómo se sentiría Allen si se enterara de que hay otro hombre viviendo en tu casa? ¿Lo has pensado? —insistió Michael, con el ceño fruncido—. ¿O es que ya no te importa? ¿Te estás olvidando de él?
—Mike… —Alicia lo miró, sorprendida. Nunca lo había visto encararse así con Sara. Debía de estar realmente furioso.
Sara se levantó de golpe, derramando parte de su café sobre la mesa.
—¿Cómo te atreves a decirme algo así? —preguntó, visiblemente dolida—. No he dejado de pensar en Allen ni un solo segundo desde que se marchó. Pero esto… esto se trata de mi sueño. Y fue él quien me animó a hacer todo lo posible por lograrlo. Tener a Kai Roswell en casa forma parte de ello.
Michael también se levantó, algo más calmado. Se colocó la chaqueta y recogió su inseparable balón de baloncesto.
—Pues si esa es tu decisión, deberías afrontarla en lugar de seguir huyendo —dijo mientras se dirigía hacia la puerta—. En fin, aprovecharé el madrugón para echar unas canastas. Nos vemos luego en clase.
Y sin más, salió del local, dejando tras de sí un silencio espeso.
Sara lo vio alejarse con el corazón encogido por la tristeza. Podía contar con los dedos de una mano las veces que Mike y ella habían discutido, y si había una opinión que realmente respetaba por encima de todas, era la suya.
—Odio admitirlo, pero Mike tiene razón —dijo Alicia, cruzándose de brazos—. Por las mañanas sales volando de casa para no cruzártelo, y por las tardes te atrincheras en tu cuarto. Así no vas a ninguna parte, Sara. De verdad.
—Lo sé, lo sé. Es que llevaba tanto tiempo viviendo sola que no logro acostumbrarme a que haya otra persona. Me siento como una extraña en mi propia casa —explicó Sara, encogiéndose levemente de hombros.
—Ya... supongo que tener a Kai Roswell ahí debe de ser bastante intimidante —respondió Alicia, arqueando una ceja.
Sara sonrió con timidez.
—Sí, la verdad es que el hecho de que sea precisamente él no me ayuda mucho. Y Mike tiene razón... hay una parte de mí que siente que estoy traicionando a Allen. Sin embargo, no me queda otra. Tengo que hacer todo lo posible por acostumbrarme a su presencia.
Aquella misma tarde, Sara intentaba mantenerse fiel a esa determinación mientras abría la puerta de casa. Al entrar, encontró a Kai sentado en la mesa del salón, concentrado en su portátil.
—Bienvenida —saludó él sin apartar la vista del teclado.
—Ho-hola... —tartamudeó ella, algo nerviosa.
—Estaba pensando en hacerme un té. ¿Quieres uno? ¿O vas a meterte de nuevo en tu habitación a estudiar?
Sara dio unos pasos hacia su cuarto. Por un momento, estuvo a punto de perder el valor... pero las palabras de Mike resonaron en su mente. Respiró hondo, se detuvo y se giró.
—Creo... creo que a mí también me apetece un poco de té —dijo, más firme esta vez.
Kai alzó la mirada, sorprendido. Una sonrisa sincera se dibujó en su rostro.
—Perfecto. Me pondré con ello —respondió, levantándose con energía hacia la cocina.
La cocina y el salón estaban separados por una barra americana que también servía de mesa. Sara se apoyó en ella, observándolo mientras preparaba el té, como si Kai llevara toda la vida en aquella casa.
—Señor Roswell... ¿no le ha resultado raro venirse a vivir a una ciudad y una casa totalmente distintas?
—¿Raro? Supongo que sé a lo que te refieres. He vivido en muchos sitios a lo largo de mi vida. Y sí, a veces se siente extraño. Pero, curiosamente, aquí me siento muy cómodo.
—Vaya... bueno, me alegra escuchar eso.
—Sé que tú no te sientes igual —añadió, mirándola de reojo—. Has estado evitándome estos días. Solo espero que, con el tiempo, podamos estar los dos igual de cómodos, el uno con el otro.
—No sé si eso llegará a ocurrir...
—Ocurrirá si tú quieres que ocurra. Solo tienes que soltar esa culpa y dejarte llevar —respondió mientras vertía el agua hirviendo en las tazas, colocando con cuidado las bolsitas de té.
Sara bajó la mirada, contemplando el vapor que ascendía de su taza.
—¿Por qué debería sentirme culpable? No estoy haciendo nada malo…
—Esa es una pregunta que solo tú puedes responder —dijo él con suavidad.
Se hizo un breve silencio. Sara siguió mirando el té, como si en el movimiento del vapor pudiera hallar la respuesta a algo que no sabía cómo enfrentar.
Entonces, sonó el timbre. Y tras él, las inconfundibles voces de Michael y Alicia se dejaron oír al otro lado de la puerta.
—¿Chicos? ¿Qué hacéis aquí? —preguntó Sara, sorprendida... y, en el fondo, aliviada.
—Nos tenías preocupados, así que decidimos pasar a ver cómo ibas —informó Al, echando un vistazo hacia el interior con disimulo.
—Gracias, pero no hacía falta. Justo estaba por...
—¡Vaya, pero si tenemos visita! —interrumpió Kai, apareciendo de pronto en la escena con un entusiasmo desmedido—. Bienvenidos, pasad, por favor. Justo estábamos tomándonos un té. ¿Os apetece?
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Editado: 12.09.2025