Nuestro Último Atardecer

Capitulo 7 : Caja de recuerdos

Sentada en el sofá con un libro entre las manos, Sara miró con pesadumbre el asiento vacío a su lado. Luego volvió la vista hacia la cocina, donde aún podía sentir su presencia; ahora estaba fría y solitaria, igual que el resto de la casa. Había tardado en acostumbrarse a él, a compartir el mismo techo, y durante un tiempo hubiese deseado levantarse una mañana y descubrir que ya no estaba. Sin embargo, cuando eso sucedió, se sorprendió a sí misma al darse cuenta de que no era felicidad ni alivio lo que sentía, sino un gran dolor en el corazón.

El sonido del timbre la sacó súbitamente de esos pensamientos.

Al abrir la puerta, Alicia se lanzó sobre ella sin decir palabra y la abrazó con fuerza, desconcertando a Sara.

—He venido lo más pronto posible. ¿Cómo estás?

—Bien —respondió Sara, sin entender del todo el motivo de la pregunta.

—¿Estás segura? A mí puedes contármelo. Debe haberte afectado lo de Kai.

—Pues sí, pero eso pasó hace una semana, ya lo voy superando —mintió.

—No me refiero a eso. Me refiero a la noticia que salió publicada hoy y que es portada en todos los medios.

—¿De qué noticia hablas?

Alicia suspiró con resignación, no le sorprendía que su amiga, que la mayoría del tiempo vivía aislada de la realidad, no conociese la primicia.

—Si aún no te has enterado, tal vez sea mejor así.

—No digas tonterías, lo sabré tarde o temprano. Así que enséñamela —pidió con tono exigente.

Alicia activó su móvil y le mostró la pantalla. Allí aparecía la foto de Kai junto a una hermosa mujer, y un titular que rezaba: “El heredero del imperio Roswell y la magnate del vino se comprometen.”

—Sara… ¿estás bien? —preguntó Alicia preocupada, al ver que su amiga llevaba varios minutos mirando el móvil sin pestañear.

—No… no entiendo nada. ¿Qué significa todo esto? Alicia, ¿tú… sabías algo? ¿Habías oído hablar alguna vez de esta chica?

—Por supuesto. Se llama Rose y es una de las empresarias jóvenes de mayor éxito y una de las pocas mujeres en el mundo de la enología. Heredó de su padre en Francia una viña que estaba casi en la ruina y la hizo resurgir —relató Alicia. Mientras Sara la escuchaba con atención, no pudo evitar sentir admiración y envidia al mismo tiempo. Aquella mujer, en su corta carrera, había conseguido probablemente más de lo que ella lograría jamás.

—Vaya, es sorprendente —exclamó la escritora—. No me extraña que Kai se sienta atraído por ella.

—Lo sorprendente es el anuncio de su compromiso. Se habían oído algunos rumores, pero nunca habían llegado a nada, hasta hoy. Algo debió pasar —dedujo Alicia.

—Algo… ¿cómo qué? —preguntó Sara intrigada.

—Exacto, esa es la cuestión. Una cuestión a la que solo tú puedes responder.

—¿Yo? ¿Te has vuelto loca? ¿Qué tengo que ver yo en todo esto?

—Creo que el anuncio de su compromiso está directamente relacionado con su repentina marcha de esta casa, y solo tú conoces el motivo.

—Alicia, ya te lo he dicho muchas veces, no lo sé. Simplemente se fue sin decir nada.

—¿Y no te parece extraño?

—La verdad, no sé qué es extraño y qué no en él.

—Vamos, haz memoria, algo debió pasar entre vosotros —insistió Alicia.

Sara se quedó callada. Por supuesto, las últimas palabras que le dijo a Kai aquella noche la habían estado perturbando. No quería admitir que probablemente fueran el motivo de su repentina desaparición, y aún menos mencionar lo ocurrido a su amiga. Así que simplemente se limitó a encogerse de hombros.

—Ni siquiera he podido hablar con él desde entonces. Solo se comunica conmigo a través de su secretaría y, cuando he pedido ponerme en contacto, solo me han puesto excusas —se lamentó la escritora.

Alicia vio a su amiga tan abatida que no quiso volver a sacar el tema. Se acercó y la abrazó de nuevo con comprensión.

—¿Sabes lo que necesitas? Pasar una tarde conmigo de compras —sugirió.

—¿Lo dices en serio? —inquirió Sara, dudando de la propuesta.

—Claro, será divertido. Estas Navidades se acercan y tenemos que comprarle algo a Mike.

—Sí, tienes razón. Últimamente está entrenando muy duro y apenas tiene tiempo para quedar con nosotras. Se merece algo especial —accedió Sara. Cualquier excusa le valía para salir de aquella casa.

—No tiene tiempo para nosotras, pero sí para esas chicas del colegio que no dejan de acosarlo —se quejó Alicia—. Desde que ganó aquel partido, revolotean sobre él como moscas.

Sara soltó una carcajada.

—¿Y no será que estás un poquito celosa? —bromeó Sara.

Alicia resopló, poniendo los ojos en blanco.

—Será mejor que nos vayamos, el centro se pone imposible a estas horas —informó, cambiando deliberadamente de tema.

La mañana era soleada, aunque la humedad en el aire hacía que la sensación térmica fuera más baja que la que marcaba el termómetro. Por todas partes se respiraba el ambiente navideño. Las tiendas habían decorado sus escaparates con esmero: guirnaldas, nieve artificial, árboles de Navidad… cualquier detalle servía para atraer la atención de los consumidores.

Las aceras estaban cubiertas, como cada año, por una alfombra roja que parecía guiar a los paseantes. En la calle, un grupo de jóvenes coristas entonaba villancicos que armonizaban con el bullicio de los viandantes, la mayoría cargados con innumerables paquetes de todas formas y colores.

Como era habitual en estas fechas, los comercios estaban a rebosar. Las colas se extendían tanto que a menudo daban la vuelta a la manzana.

Después de largas horas, las dos amigas estaban al borde de la extenuación. Habían terminado sus compras y Sara deseaba regresar a casa, pero Alicia insistía en visitar algunas tiendas del casco antiguo, más apartadas del bullicioso centro.

Caminaron entre estrechas callejuelas hasta llegar a una elegante vía, flanqueada por fincas majestuosas y atemporales donde se ubicaban los establecimientos más exclusivos de la ciudad: joyerías, zapaterías, tiendas de ropa de renombradas marcas… La zona, conocida popularmente como “la de los ricos”, mostraba precios tan exorbitantes que bastaba un vistazo para saber que nada allí estaba hecho para ellos.




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