Un taxi se detuvo frente a los muelles. De él descendieron tres personas: una con una gran sonrisa iluminándole el rostro; las otras dos, en cambio, mostraban el gesto resignado de quien ha sido arrastrado a regañadientes a una aventura inesperada.
—Recuérdame otra vez cómo nos dejamos convencer —gruñó Mike.
—Alicia puede ser muy persuasiva cuando se lo propone —respondió Sara, suspirando.
—¡Venga, chicos, animaos! Es una fiesta en un barco. Lo pasaremos genial —exclamó Alicia con entusiasmo contagioso.
Caminaron entre los astilleros. Era ya tarde y el bullicio del puerto se había desvanecido, como una marea que se retira en silencio. Solo se escuchaba el crujir de los barcos al mecerse en el agua y el chapoteo ocasional de algunos peces rompiendo la superficie.
Llegaron hasta lo que parecía un embarcadero privado. Desde la entrada, el yate de Kai se alzaba imponente, visible incluso desde la calle. Una embarcación de líneas clásicas y elegantes, pintada de un blanco inmaculado que brillaba bajo la luz de las farolas del puerto. Contaba con tres pisos, además de un helipuerto en la cima. Desde la proa hasta la popa medía cerca de cien metros. Su silueta era tan majestuosa y sofisticada que parecía sacada de una novela de aventuras náuticas.
A la entrada del embarcadero, un hombre de aspecto robusto y estatura impresionante les cortó el paso con voz firme.
—Perdonen, ¿puedo ver sus invitaciones?
—¿Invitaciones? Kai no me mencionó nada de eso —dijo Al, frunciendo el ceño.
—Lo siento. Es una fiesta privada. Sin invitación no puedo dejarles pasar.
—Vaya, qué pena. Parece que al final no vamos a poder asistir —ironizó Michael, con fingida decepción.
—Déjalos pasar, Carlos. Están conmigo. Son invitados muy especiales —dijo una voz serena a su espalda. Era Kai, que parecía haber surgido de entre las sombras del muelle.
—Señor Kai, disculpe el malentendido. Nadie me informó de esto —se apresuró a decir el vigilante, que, pese a su imponente figura, se mostró visiblemente nervioso ante la presencia de su jefe.
—Nuestro caballero de brillante armadura ha venido a rescatarnos —murmuró Michael, con desdén.
—Yo también me alegro de volver a verte —respondió Kai con una sonrisa irónica. Aunque su relación había mejorado ligeramente, la tensión seguía flotando entre ellos.
—Por favor, subid. Sois libres de explorar el barco a vuestro antojo. Estáis invitados a disfrutar de todo lo que ofrece.
—¡¡Bien!! —gritó Alicia, dando un pequeño salto de emoción—. ¡Vamos, Michael!
—¿Ir? ¿A dónde? —resopló él, mirando el yate como quien contempla una tormenta que se avecina.
—¡A la proa! Siempre he querido recrear esa famosa escena del Titanic.
—¿Qué? ¡¡No!! Espera un momento… ¿Y qué pasa con Sara?
—No te preocupes por ella, la dejamos en buenas manos —respondió Al, guiñándole un ojo a Kai mientras arrastraba a Mike escaleras arriba, a pesar de sus protestas.
Y así, los dos se quedaron a solas, frente a frente, sin saber muy bien qué decir. Una incómoda situación que, últimamente, se repetía más de lo deseado...
—Hola —saludó él, algo torpe.
—Hola —respondió ella. Luego volvió el silencio. Sara intentaba mirar a cualquier parte menos a los ojos de Kai, mientras rebuscaba mentalmente un tema de conversación. Entonces, volvió a posarse en el majestuoso buque.
—Bonito barco-Dijo ella al fin.
—Gracias. Aunque en realidad es de mi padre. Lo compró después de que mi madre muriera. Está dedicado a ella. Por eso lo bautizó como Princess, que significa...
—¡Sara! —exclamaron ambos a la vez, quedadonse con la mirada clavada en uno en el otro
—¡¡Kai!! —Una voz sensual cortó el momento. Una mujer de impactante presencia descendía por la pasarela como si caminara por la alfombra roja. Tenía unas piernas interminables, melena roja como el fuego, y un vestido de noche que delineaba su figura con la precisión de un pincel maestro. Se acercó a Kai y se apoyó delicadamente sobre su hombro—. El capitán dice que podemos zarpar ya.
—De acuerdo. Rose, esta es Sara.
—Oh, así que tú eres la famosa Sara. No te imaginas las ganas que tenía de conocerte —dijo con una sonrisa deslumbrante, mientras le tendía la mano. Sus labios carmesíes y su sonrisa de dientes perfectos parecían sacados de un anuncio de perfume de lujo.
Sara jamás había conocido a una mujer como esa. Intimidantemente hermosa. Su mera presencia la hacía sentirse pequeña e invisible.
Alzó tímidamente su brazo y estrechó su temblorosa mano.
—En… encantada de conocerte. Ojalá pudiera decir lo mismo, pero solo hace un par de días que sé de tu existencia.
Rose rio, divertida.
—Es graciosa, me gusta —opinó la enóloga—. Bueno, será mejor que subamos o el barco zarpará sin nosotros —anunció con ligereza—. Cariño, ¿por qué no haces de guía y le enseñas el yate a esta criatura? Yo me haré cargo del resto de los invitados.
—Buena idea.
Al subir a cubierta, se toparon con Alicia y Michael, quienes ya habían comenzado su propia expedición por el buque.
—¡Dios mío, Sara! Esta fiesta está llena de gente famosa. Personas que veo todos los días en la tele… ¡y ahora están aquí, en persona! ¿No es alucinante? —exclamó Alicia, rebosante de emoción.
—Estupendo —dijo Sara, sin demasiado entusiasmo.
—Sí, genial —añadió Mike con sarcasmo—. Y adivina a quién ha estado arrastrando de un lado a otro.
Sara y Kai contuvieron una risa cómplice.
—Chicos, ¿por qué no os enseño la sala principal? Podéis tomar lo que queráis. Está llena de personas muy conocidas —propuso Kai.
—¡¡Comida y famosos!! ¿Qué más se puede pedir? —gritó Al, sin contenerse.
El salón principal ocupaba buena parte del primer piso. Era amplio, elegante y luminoso. Las paredes estaban revestidas en rica madera de sequoia que brillaba bajo las luces cálidas del techo. En una de las esquinas, un solemne piano de cola de ébano daba al lugar un aire de distinción clásica.
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Editado: 12.09.2025