Nuestro Último Atardecer

Capítulo 11: La carta.

Una librería, es un lugar mágico ¿Verdad? Un lugar en el que puedes viajar y trasportarte a cualquier época sin moverte del sitio. Sus paredes albergan todo tipo de imaginables historias, donde conocer desde los más pintorescos personajes, hasta los más terroríficos. 

Para Sara Márquez, compulsiva y ávida lectora. Aquel lugar representaba un refugio de la realidad y siempre que atravesaba aquella pequeña puerta de hierro, lo hacía con la misma ilusión e incertidumbre, que la de un niño entrando en una juguetería, pues no sabía que nueva aventura la estaría esperando.

Aunque en aquella ocasión, Sara no iba como una mera lectora, sino como escritora. Por fin, formaba parte de ese mundo literario, por fin su novela estaría entre aquellas estanterías, junto a los grandes autores. 

Al entrar y ver aquel sitio decorado con carteles promocionando su historia, se sintió abrumada a la vez que emocionada. Había una mesa situada al fondo de la tienda. Al ver que Kai aún no había llegado, un sentimiento de preocupación se apoderó de ella y no por su impuntualidad, algo a lo que la joven escritora ya estaba acostumbrada, sino por los acontecimientos de la noche anterior ¿Tal vez el golpe fue más grave de lo que aparentaba?

En ese momento, se abrió la puerta de la tienda, haciendo sonar la pequeña campanita y vio entrar el editor. Vestía una larga gabardina negra y unas gafas de sol, las cuales se quitó enseguida, dejando al descubierto su ojo amoratado. Sin duda su aspecto había empeorado con el paso de las horas, aunque al joven heredero parecía no importarle lo más mínimo. Todo lo contrario que Sara, quien se asustó al verlo.

-Señor Roswell, su ojo...-observó alarmada.

-No te preocupes, es solo un pequeño hematoma.

-Debería ir al médico.

-¿Y dejarte sola? ¡Ni hablar! - rehusó.

-Pero...

-No hay peros, estamos juntos en esto - recordó- Además, este ojo morado me hace parecer más interesante, si cabe.

Sara arqueó una de sus dejas, soltando un bufido de mofa.

Entonces, el dueño de la librería, se acercó a ellos viviblemente inquieto.

-Señor Kai, esta todo preparado, cuando quiera abro las puertas. Se está formando una buena cola ahí fuera, en su mayoría jóvenes e ilusionadas adolescentes –Señaló.

-Estupendo, pues adelante, hágalos pasar –anunció mientras se sentaban Sara y él en la pequeña mesa.

-¿Estas lista?

Ella asintió con la cabeza, tratando de ocultar su nerviosismo. Agarró inconscientemente unos de los bolígrafos y sin que pudiese evitarlo su mano comenzó a temblar. Kai puso la suya encima y el temblor cesó al instante.

-Tranquila, todo va a salir bien, yo voy a estar aquí contigo.

Sara de quedó callada, observando sus manos entrelazadas, sin comprender porque aquel tacto la hacía sentirse tan segura.

-Gracias-dijo con la mirada perdida en sus azulados ojos.

Kai sonrió con amabilidad y el aquel momento se produjo un prolongado silencio, contemplándose el uno al  otro, como si pudiesen comunicarse entre ellos, a través de una simple mirada.

La puerta de la librería se abrió, y las alocadas féminas comenzaron a entrar, entra gritos y empujones, como si   se tratase del primer día de rebajas en unos grandes almacenes. Lo mismo que había sucedido, en todas las anteriores firmas.

Una hora y media después…

-Señor Roswell, estoy algo confundida… ¿No se suponía que debía ser yo la única que tenía que firmar?

-Y así es.

-En ese caso ¿Por qué la mayoría de las chicas que vienen traen consigo, una fotografía suya, para que usted también se la garabatee?-inquirió molesta

-Vamos, no te pongas así, es el precio que de la fama, yo no puedo hacer nada-anuncio con una satisfactoria sonrisa.

-La verdad, ¿no se que ven todas esas chicas en usted? si lo conocieran realmente, perdería rápidamente todo ese encanto, que dice tener.

-Ya veo, y… ¿No será que estas celosa?-insinuó con tono sugerente.

- ¿Celosa? No diga tonterías ¿Por qué iba a estarlo?

Kai sonrió divertido al ver que evitaba su mirada.

-Bien, ¿entonces no te importara que me vaya un momento? Por allí hay un grupo de chicas que reclaman mi atención.

-En absoluto-respondió orgullosa.

Kai se levantó e inmediatamente fue rodeado por una manada de lobas hambrientas, que luchaban entre ellas  por conseguir el mejor trozo de carne, o en este caso un simple beso en la mejilla.

Sara, seguía disimuladamente el espectáculo, que le parecía de lo más ridículo, sin embargo, aunque trataba de  aparentar que no le importaba un extraño sentimiento de ira y tristeza se apoderaba de ella.

Kai también la observaba discretamente por el rabillo del ojo, quien en realidad, había montado todo ese paripé porque se moría de ganas por ver su reacción.

Entre tanto, una chica de rostro pálido y mirada perdida, que sorprendentemente, nada tenía que ver con aquel bochornoso espectáculo, se acercó a la mesa abrazando la novela y se la entregó a Sara para que se la firmara. Esa chica era como un regalo caído del cielo, ahora tenía algo con lo que distraerse, en vez  de perder el tiempo, observándolo.

-¿A quién se lo dedico?

-Me llamo, Esther y solo me he acercado hasta aquí, porque quería conocer a la autora de este libro en persona.

-Eres muy amable –dijo Sara vergonzosa.

-Hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto con una novela. Apenas podía apartar mis ojos del papel-confesó la joven.

La escritora, se quedó conmocionada, hasta ese instante no se había dado cuenta de la falta que le hacía que alguien le dijera algo así.

 -Gracias, me alegro de que te haya gustado.

-A decir verdad, me siento identificada con la historia.  Yo… también tengo alguien especial que se marchó hace mucho tiempo. Por eso, cada sentimiento, cada pensamiento y palabra que plasmas en tu libro hacen que reviva todo aquello por lo que un día pasé.

Sara la contempló en silencio. Nunca se había parado a pensar que hubiese otras personas pasando por las mismas circunstancias que ella y eso en cierta forma la reconfortó




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