Nuestro Último Atardecer

Capítulo 12: “Por fin, has pronunciado mi nombre.”

Centenares de lúgubres edificios se extendían a su paso. Estaban sucios y descuidados, dando la sensación de que en cualquier momento podían venirse abajo. Mirando hacia arriba, de parte a parte de los balcones, decenas de cuerdas atravesaban el cielo. De ellas colgaban ropas mugrientas y viejas zapatillas, dando a entender algún tipo de señal, la cual la escritora desconocía.

Era una parte de la ciudad en la que nunca había estado. Se contaban muchas historias acerca de estos lugares. Ninguna de ellas que incitara a los ciudadanos, siquiera a pasar próximo a ellos. Suburbios olvidados. Dejados de la manos de Dios, en los que la única ley era la supervivencia.

Sara, llevaba horas deambulado sin rumbo entre esas calles. No sabía cómo había acabado allí, pero poco le importaba, ya nada de importaba. Ni el frío de la noche, ni la intermitente lluvia, podían hacer que  se detuviese. Caminaba cabizbaja, sumida en sus pensamientos. Cada paso que daba, la alejaba más de Alicia, Mike y… Kai. Era lo mejor, últimamente solo se estaban habiendo daño los unos a los otros. No podía evitar sentirse traicionada por ellos, sobre todo por Allen, aquella carta le reportaba un sinfín de preguntas, cuyas respuestas, ya no tenía ni ganas, ni fuerzas de saber. Al final era cierto eso de que la espera, siempre acaba en tragedia…

“Allen… aquí termina todo. El paso del tiempo borrara nuestros recuerdos. Todo lo que vivimos juntos, será como si nunca hubiese existido, como si nunca nos hubiésemos conocido y lo que un día sentimos el uno por el otro desaparecerá. Llámame cobarde si quieres, ya no puedo seguir soportando mas este dolor”

Las lágrimas corrían por sus mejillas, fundiéndose con las gotas de lluvia que empapaban su rostro.

Era tarde, las farolas, aquellas que aún funcionaban, comenzaban a encenderse emitiendo una fría y a veces tintineante luz. La joven, se percató que junto a su sombra, aparecieron de pronto dos más. Su instinto de alerta hizo que acelerase el paso, observando con temor como las otras siluetas la imitaban. Comenzó a correr, el sonido de sus pisadas estaba cada vez más próximo a ella. Giró por una oscura calle, tratando de ocultarse entre su negrura, con la mala fortuna de que era un callejón sin salida. Atrapada, quiso retroceder rápidamente, pero era demasiado tarde, las dos siluetas pronto mostraron sus rostros y sus intenciones; abalanzándose sobre ella y arrinconándola contra una pared.

Se trataba de dos hombres de mediana edad, ambos tenían la cabeza sin un solo pelo, gordos pómulos, ojos pequeños y negros y nariz bulbosa y puntiaguda. Uno de ellos apenas sobrepasaba el metro y medio, barrigudo y con dos piernecitas que se asemejaban a dos buenas patas de jamón.

El otro era algo más alto y más delgado. Su torso tenía el típico aspecto de croissant, muy común entre aquellos que practican culturismo, aunque sus voluminosos músculos parecía que hubiesen sido hinchados con un bombín.

-¡Danos todo lo que lleves!-ordenó el aspirante a Hulk, sacando una navaja del bolsillo.

Sara se estremeció al sentir el frío y afilado acero sobre su cuello.

-No...No tengo nada-balbuceó entre sollozos. Había salido corriendo del aeropuerto, abandonando allí todas sus pertenencias.

El hombre bajito, empezó a registrar su ropa una de forma que le produjo consternación.

-Es cierto hermano, no tiene nada de valor –concluyó.

-Vaya ¿Qué voy hacer entonces contigo?

-Por favor, dejadme marchar. No tengo nada que daros-suplicó.

-Me temo que no puedo hacer eso. Una vez entras en este barrio no puedes irte sin dar nada a cambio. Si no tienes dinero, tendrás que pagarnos de otra forma.

La respiración de Sara se agitó horrorizada, al ver las miradas lascivas de aquellos hombres y sus sinuosas intenciones.

-Creo que… sí tienes algo que ofrecernos después de todo.

-No, por favor dejadme marchar- repitió, tratando en vano de escapar.

-Tranquila, debes de quedarte muy quietecita y hacer todo lo que te diga o de lo contrario, podría hacerte mucho daño-le susurro al oído con voz inquietante. Acarició su pecho con el cuchillo, deslizándolo delicadamente por su piel, mientras sesgaba uno por uno los  botones de su camisa, dejando casi al descubierto el sujetador.

-Déjame a mi hermano, déjame a mi-reclamó el rechoncho hombrecillo, cada vez mas excitado.

 Sara, casi podía oír cómo se relamía, esperando su turno.

-Tendrás que ser paciente, esto quiero disfrutarlo poco a poco-contestó, volviendo a colocar la navaja sobre el cuello, mientras sus dedos manoseaban el muslo de la atemorizada joven.

Sara, sintió repulsión, al notar el tacto de aquel hombre en su cuerpo y cerró los ojos con fuerza, deseando que aquello solo fuese una horrible pesadilla. Deseando, que alguien apareciese de pronto para ayudarla.

Siempre se dice que cuando estás en una situación límite, se liberan en tu mente un sinfín de imágenes y sentimientos reprimidos. Y recordó entonces, que ya había vivido otras situaciones peligrosas y que Kai había estado ahí para ayudarla. No obstante, lo había apartado de su lado una vez más y estaba segura de que esta vez no volvería. Aquellas palabras…

“¿Espera que caiga rendida a sus pies? Eso no va a pasar nunca, estoy enamorada de Allen. Acepte eso y…¡¡¡Olvídeme!!!”

Su expresión de dolor al pronunciarlas, era algo que no podría olvidar.

Advirtió que la mano de aquel hombre se introducía peligrosamente por debajo de su falda.

“Bueno… ya todo da igual” –Pensó, sin poderse apenas mantenerse en pie. Rindiéndose, ante lo que ya no podía detener.

Cuando… inesperada y repentinamente sucedió algo; el orondo hombre cayó cual saco de plomo,  a los pies de la muchacha, inconsciente. Ante la estupefacción de Sara y del otro hermano, quienes no se explicaban lo que acababa de suceder.




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