Nuestro verano

Capítulo 3

Claudia

Desde que salgo del hotel todo es una odisea para mí. A pesar de ser verano, la lluvia no cesa desde hace una hora, pareciera que Diosito me está diciendo que no me case. Pero soy porfiada y quiero llegar al lado de mi chocolatito sea como sea, sin importarme las consecuencias.

Llegamos con mis papás al lugar acordado, apresurados, aunque separados de todos los invitados y de mi amor. Ya todos están esperándome, puesto que a mi papá se le quedó el auto media cuadra más abajo y por la cantidad de agua que chorrea del cielo, mi vestido es un desastre. Pero lo diva, nunca lo pierdo, el maquillaje está casi intacto. 

¡Na!, mentira, lo retoqué al ingresar aquí, únicamente tenía pintalabios a prueba de agua, me solté el cabello y retoque un poco mis ojos.

—Pensé que te habías arrepentido —comenta uno de los invitados en voz alta. Venenoso.

—Perdón. A papá se le dañó el coche… —Trato de excusarme al llegar al lado de mi futuro esposo, pone dos dedos en mis labios y a mí se me aguan los ojos.

—Comencemos, por favor. —El juez entra y me siento mientras mi chocolate pone su saco seco sobre mis hombros al ver que comienzo a temblar por el frío.

Estoy nerviosa, ansiosa y de pronto, al mirar al hombre de mi vida, las preguntas del hombre de las cajas llegan a mi mente y no puedo dejar de llorar.

—Siempre tan distraída —me dice mi amado de mala gana, estoy ida.

—¿Todavía me amas? —inquiero al levantar la cabeza y la sala queda en silencio.

—¿Qué? ¿Y esperaste hasta ahora para sacarte la duda? —Su rostro se deforma. Está enojado. Lo conozco a la perfección.

¿Quién soy yo para joderle su futuro?

Con el corazón destrozado, digo al fin lo que siento.

—Es que… —Sorbo mi nariz—: No te puedo hacer esto, te amo demasiado mi chocolatito. Ya no somos los mismos. No sé si por la distancia o que, pero creo que no soy la indicada para tu vida. Te dejo libre mi amor para que consigas a alguien especial para tu futuro.

Me levanto sin mirarlo. Sé que si veo su preciosa carita no voy a irme, le voy a rogar que no me deje y que me perdone por decir lo que dije. Desganada y sin ánimo me giro, pero antes de dar el primer paso, él me agarra la mano fuertemente, impidiendo que me pueda mover.

—No me abandones, por favor. Te amo mi chocolata con dulce de leche. No soy nada ni nadie si no estás conmigo.

Me quedo estática en el sitio. Doy media vuelta al escucharlo y está arrodillado con sus manos extendidas y el chupetín que le di hace unas horas, más su voz es la misma que utilizó distorsionada.

—¿Eras tú?

 




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