Nuestro verano

Capítulo 4

Oliver.

Amo a esta mujer desde que tengo uso de razón y no me veo con nadie más en mi vida que no sea con ella.

Es verdad todo lo que me contestó en la madrugada en nuestro lugar mágico, sabía que la iba a encontrar allí, odio darle la razón al pensar en que nos alejamos desde que viajé con mis padres.

Aunque, al ver su estado nostálgico, que a pesar de querer hacerse la graciosa, sé que esto le duele. No tuvimos tiempo de hablar, o mejor dicho, me he acostumbrado tanto a no hacerlo desde mi partida que no le di importancia.

Todo de ella me vuelve loco, el movimiento de sus labios provocadores, como se suena los dedos al ponerse nerviosa o tocarse el cabello, también adoro oír ese raro sonido cuando bufa.

Sé que la amo con toda mi alma y, cada vez más, esos simples gestos son los que añoro al estar lejos.

Es una excelente mujer. Sí, estamos distantes, ya no charlamos tan a menudo, pero es porque tengo mil cosas en mi mente. Quiero llevármela a vivir conmigo, que no le falte nada y la diferencia de hora de cada país no ayuda.

Salgo del sitio sin que mi chocolata me vea y se complica más con el ruido de las cajas, no ayudan. Llego cómo puedo al hotel en donde me esperan y me tranquilizo al lograrlo.

—¿En dónde estabas? —Mi mamá me hace entrar apurada a otro ascensor, puesto que veo justo a mi gatita en el de enfrente, pero su madre no permite que se percate de nosotros.

—Perdón, ma. Se nos hizo tarde y tenía muchas ganas de verla. No sabes cuánto extrañaba hablar con ella de ese modo —suspiro.

—¿Te sacaste las dudas? —inquiere atenta a mis palabras.

—Casi todas. Ayúdame a sacarme todo este cartón de mi cuero, por favor. —Intento hacerlo.

—No. Todavía te pueden descubrir. —Me detiene entre risas.

—Claro, soy tu payasito. —Pongo mis manos en jarra.

—Te ves tan adorable. —Resoplo fastidiado—. Apúrate, que se te hace tarde.

Me saca de la mano y metiéndome en la habitación, me manda a bañar luego de sacarme todo este cartón que tengo sobre mi cuerpo. Al salir vestido del cuarto, ella ya está lista. Me peina como cuando era un niño mientras me dejo hacer, puesto que solo pienso en las respuestas que mi chocolatita me dio.

Un golpe en la puerta nos anuncia que nos vinieron a buscar para ir al registro civil. Junto a mi madre salimos y nos metemos en el vehículo.

Es tradición que los novios no se vean hasta que están a segundos de casarse, o mejor dicho, al sonar la marcha nupcial. Mientras veo las gotas de lluvia caer desde el cielo, no puedo dejar de pensarla.

Un diluvio se desata y tardamos más de lo debido en llegar a nuestro destino por el horrendo tráfico. Solo a mi padre se le ocurre venir por estas calles tan transitadas.

Luego de una hora al fin llegamos. Por suerte, el auto lo mete en la cochera del juzgado, impidiendo que me moje. Entramos y me coloco en el lugar que me corresponde, ya que mi chica todavía no está.

Los comentarios malintencionados de varios invitados me comienzan a abrumar. Me levanto para hacerlos callar y ella entra como la diosa que es. Por dónde camine, llama la atención hasta de las mujeres envidiosas.

Intenta disculparse por lo que dice un chismoso y tapo sus labios con dos de mis dedos. Coloco mi saco sobre su cuerpo al darme cuenta de que está tiritando de frío. Nuestros ojos se conectan y su mirada la tiene vidriada. Debe estar emocionada, o…, no, no creo que…

Llamo su atención cuando el juez hace la pregunta que tanto anhelaba escuchar. Y lo que dice, o mejor dicho, pregunta, me deja en jaque. ¿Cómo va a pensar que no la amo si le pertenezco?

Es por eso que le contesto enojado, irritado, pero no con ella, sino conmigo mismo, más que nada por no haber hablado antes de esto, acurrucándola entre mis brazos y hacerle cosquillas para que me contara todos sus miedos antes de llegar aquí. Esos que sin querer desperté y descubrí, haciéndome pasar por otro.

Sus palabras me agrietan el corazón, soy una basura y verla llorar con ese sentimiento, me está destrozando por completo. Sigue pensando en mí y en mi futuro, dejando de lado el suyo propio.

Reacciono justo cuando intenta irse. La tomo fuertemente de la mano, saco el aparato que utilicé horas atrás y el chupetín que me dio. Coloco el artefacto en mi boca rápidamente y con ese chistoso tono le ruego de rodillas que no me abandone y me quedo a su disposición.

Gira su rostro hacia mí como la nena del exorcista al oírme, me mira sorprendida al darse cuenta de que aquel desconocido era yo, lo único que sale de sus labios es.

—¿Eras tú?

Menos mal que reaccionaste, por qué chicas así de empoderadas son las que viven sin depender de nadie.

¿Qué piensas?




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