Durante varios minutos que se sintieron interminables para L, recibió como única respuesta un silencio sepulcral, y tras eso, al ver a Gohan levantar sus ojos hacia él de nuevo y entreabrir sus labios como queriendo hablar, casi sintió un latigueo de esperanza abrirse camino dentro de sí.
Pero el destino a veces decide ser cruel, y L en aquel entonces no pudo entender lo que se escondía tan hondamente tras la negrura de la mirada de su amigo.
— Nada más — dijo Gohan abandonando su asiento para colocarse su chaqueta, ante la atenta mirada de L sonrió ampliamente, pero a éste se le antojó como la sonrisa más forzada que hubiese visto en su vida, y que viniese precisamente de su buen amigo le oprimía el pecho, fue una sensación dolorosa, punzante — dale mis saludos a Cyn.
Y tras eso, despidiéndose con la mano en alto, apagó y guardó su computador personal en su bolso, salió de su oficina y desapareció entre las calles de la soleada avenida.
El tiempo, inclemente, siguió su curso y entre idas y venidas tres años más transcurrieron como agua fluyendo en un río.
Era un martes cualquiera cuando L recibió una llamada urgente a su despacho desde Inglaterra, donde se le pedía encarecidamente que se presentará ante su jefatura policial donde lo estaban esperando lo antes posible, debido a esto se imaginó que era un asunto importante, más no fue hasta que llegó ante el Jefe de la prefectura, que pudo saber exactamente porque se le requería.
Cuando cada palabra entraba en sus oídos y la enlazaba con la anterior, le heló la sangre.
Se le solicitaba para que investigará el caso de la muerte de un gran detective que había fallecido en una explosión en su casa, en Inglaterra, donde el equipo forense, aparte de su cuerpo, también encontró los restos de otro cadáver.
— ¿Gohan murió? — pronunció la pregunta, de forma tan débil y contrariada, L deseó por primera vez en su vida estar equivocado, que le dijeran que se estaba confundiendo de persona, algo que le permitiera seguir creyendo que su buen amigo estaba en alguna parte, pero aún vivo, respirando.
Sin embargo, la realidad a veces viene cargada de amargura.
— Así es, señor L — le dijo el jefe policial con todo su pesar poniéndole una mano en el hombro, intentando reconfortarlo — pero a pesar de lamentar lo sucedido tanto como usted, quieren pedirle su apoyo — habló de forma profesional, pero con ese cariz cercano, cómo quien está suplicando por algo — usted, además de ser uno de los mejores investigadores que haya tenido el gusto de conocer, también era su amigo, por eso lo solicitan de Inglaterra.
— Iré inmediatamente — respondió medio ido por el dolor tras un breve y ensordecedor silencio.
Evidentemente, L asistió sin falta al funeral para darle su último adiós a Gohan.
Fue un día gris y triste en el que la tenue, pero constante llovizna pareció acompañar los ánimos de la gente allí reunida. Entre los familiares del joven estaban presentes su madre y su hermano menor que lloraban desconsolados por su pérdida. Pero no fue eso lo que captó la atención de L, sino la mujer que lucía solemne frente a la lápida de Gohan, Videl.
Ella, miraba con odio y desprecio hacia su izquierda, hacia donde estaban enterrando al otro fallecido en la explosión. El jefe de una de las mafias más grandes del mundo.
Piccolo.
Llegado el final del entierro y tras haberle dado el pésame a la familia, L sintió una mano posarse en su hombro, volteó el rostro para encararse con quien reclamaba su atención.
— L — dijo con tacto aquel anciano que se había hecho cargo de él desde su más tierna infancia — ¿Cuándo quieres empezar a ver los archivos?
Y entonces supo que ya no era momento para lamentarse, que debía centrarse en el caso y llegar al fondo de la cuestión.
Tras soltar una honda bocanada de aire, habló con voz baja y suave.
— Watari ¿Puedes ir con ella a buscarlo todo? — dijo señalando a Videl con la cabeza — nos veremos en un rato más en la casa.
Y nada más llegar al lugar establecido, L no tardó en preparar una de las habitaciones más grandes de la casa para ponerse a trabajar cuanto antes.
Presentía que lo iba a necesitar.
— ¿Por qué me hiciste venir? —preguntó Videl, demasiado a la defensiva para su disgusto.
Era algo que debería haber ensayado muy bien porque sabía que no estaba delante de cualquiera.
— Vas a decirme qué sabes de lo que pasó, Videl — solicitó L pasivamente desde su sillón, al otro lado de una enorme mesa equipada con un computador y una pila de archivadores.
— Yo no sé nada de...
— No intentes mentirme de esa forma tan descarada — dijo mirándola fijamente con aquellos pozos negros y opacos que nada dejaban entrever — sé que estás ocultando algo, y si no me lo cuentas por voluntad propia... digamos que conozco otros métodos menos ortodoxos para tener la información que necesito — argumentó, sin perder en ningún momento aquella expresión neutra que hizo que a la joven se le cortara incluso la respiración.
Editado: 21.12.2021