A eso de las cinco de la tarde, Manny se despertó de su siesta debido a un alboroto que se escuchaba desde la sala. Se desperezó, y salió a ver qué ocurría. Sus ojos no podían creer lo que estaba viendo. El pastor alemán de los vecinos se había vuelto a colar en la casa, arrastrando el árbol de navidad, por uno de los cables de las luces, que se había enredado en su collar, y Esteban estaba corriendo detrás de él, tratando de desatarlo. Ahí en el suelo, yacían destrozados los adornos de navidad de su madre. Corrió con Esteban hasta lograr desatar al perro y sacarlo de la casa.
Mientras lo llevaba fuera, Esteban puso de pie el árbol, y comenzó a recoger los adornos que habían sobrevivido. Manny regresaba del patio de la casa, cuando al pasar por el comedor, vio al perro de Esteban, cómodamente sentado en una de las sillas del comedor, comiendo plácidamente el pan de frutas. Corrió hacia la mesa gritando, y el perro huyó rápidamente. Todos fueron al comedor, y vieron a Manny enojado, apretando los puños. Al ver a Esteban, se acercó a él, con los ojos brotados en sangre, lo golpeó con su pecho, y gritó viéndolo a la cara:
—¡¿Ésta fue tu venganza?!
Esteban lo miraba asustado, sin saber que decir. Ricky trató de calmarlo, y Manny lo volvió a golpear con su pecho, haciendo que se pegara con fuerza a la pared. Acercó su cara a la de él, y le gritó con los ojos llenos de lágrimas
—¡Te voy a dar tu venganza!
Manny lo golpeó en el estómago, sacándole el aire, y haciendo que se arqueara hacia adelante, bajando la cabeza. Antes que Ricky lo detuviera, lo golpeó fuertemente en la cara, y Esteban cayó torpemente al suelo. Cuando sintió las manos de su padre para detenerlo, se zafó y salió corriendo hacia el patio, donde tomó su bicicleta, y se fue rápidamente.
Estuvo deambulando por las calles, viendo a las personas en los últimos preparativos para la nochebuena, hasta cerca de la hora de la cena. Se sentía terrible por haberlo golpeado, sin que siquiera se hubiese defendido. Esteban se había portado muy bien con él, como nadie de la familia lo había hecho antes, excepto por sus padres. Regresó a la casa arrepentido, preparado para recibir el regaño de su padre. Al entrar, la casa estaba en silencio. Fue a la cocina, y sobre las hornillas estaba el jamón humeante, recién sacado del horno. Pasó por el comedor, y vio un pan de frutas recién horneado y decorado. Llegó hasta la sala, y encontró a su padre recogiendo el árbol de navidad. Extrañado, le preguntó qué estaba haciendo.
—Se acabó Manny, regresaron a su casa –dijo Ricky, soltando algunas lágrimas.
Manny vio asombrado la cara de decepción y tristeza de su padre. Simplemente se había peleado con Esteban, y eso no era una razón suficiente, para no pasar la navidad con ellos. Con voz entrecortada preguntó:
—¿Por qué se fueron?
Ricky bajo sus brazos y lanzó un suspiro. Se acercó a Manny y lo vio a la cara. Con tristeza le dijo:
—El padre de Esteban lo golpeaba con frecuencia. Él tenía como 6 años, cuando al fin lo pusieron preso.
La sangre regresó a la cara de Manny, haciendo que su padre se asustara. Lo vio con los ojos brotados en lágrimas, y dijo:
—¡Es un idiota!
Corrió apresuradamente a buscar su bicicleta, y se dirigió a la pastelería. Arriba de ella vivía Esteban con su madre. Al llegar, tiró la bicicleta al suelo, y tocó la puerta con desesperación. Esther la abrió, y lo miró con desagrado. Manny la vio avergonzado, y se disculpó por haber golpeado a Esteban. Ella aceptó la disculpa, sin cambiar su mirada de desagrado por su presencia. Le pidió hablar con Esteban un momento, y ella se lo negó. Se lo pidió de nuevo cortésmente, y se volvió a negar. Manny se entristeció y se despidió de Esther. En ese momento, se escuchó una voz dentro de la casa.
—Déjalo pasar –dijo Esteban.
Esther abrió la puerta, y Manny entró dándole las gracias. Se acercó a Esteban y dijo:
—Lamento mucho haberte golpeado, eres un buen chico, y sé que jamás tomarías venganza por nada.
Esteban no sabía si estaba allí porque su papá lo había obligado, o porque realmente estaba arrepentido. Manny pudo ver en sus ojos la duda que estaba sintiendo, y continuó:
—Nadie de mi familia, fuera de mis padres, me trató hoy como tú lo hiciste. Te agradezco que me hayas enseñado todo sobre el pan de frutas, y te consta que me divertí mucho. Es por eso que quiero que seas mi amigo, si ya no puedes ser mi hermano.
Manny giró su cara para ver a los ojos a Esther, pidiéndole nuevamente disculpas. Continuó hablando con Esteban.
—Por favor, acepta ser mi amigo.
Esteban miró a su madre, y luego asintió. La cara de Manny se iluminó, giró su cuerpo y le preguntó a Esther:
—¿Pueden regresar a la casa a celebrar la navidad?
Esther lo miró compasiva, y le dijo:
—Pero la cena esta arruinada, tenemos apenas medio jamón para comer, y ni siquiera pude hacer las papas asadas.