El atardecer anaranjado de Korriban estaba acariciando su lastimada espalda, Shin caminaba por un andamio camino en una de las caras de las ruinas de la tumba de Naga Sadow en dirección a la academia. Ya no había nadie para derrotar, había superado todas las pruebas, todas las torturas y todo el dolor que había caído sobre él. Sus manos estaban lastimadas y su cuerpo estaba lleno de marcas. Le faltaban unos cuantos dientes y su cabello estaba desparejo, pero nada dolía más que el olvido. Su maestro iba a darle su última misión como estudiante. Había derrotado a todos los estudiantes, a todos los profesores y al mismísimo director de la Academia. Solo el poderoso sobrevivía en un lugar como Korriban. Su maestro había traído más evidencia de su supuesta familia. Trajo información de su funeral, de cómo habían votado para dejar de buscarlo en Coruscant y de cómo todo había vuelto a la normalidad poco después de haberlo perdido. La soledad era su única compañía y había aprendido lo que significaba ser un sith. El poder era lo único que importaba, pero él no era un sith más, era un miembro del Imperio. Según sabía, la Academia había sido reconstruida por enésima vez, parecía que un lugar como ese estaba destinado a ser el objetivo de cada una de las guerras de la galaxia. La mayoría de los caídos esperaban por su turno de mostrar su crueldad, su poder para poder ser parte del entrenamiento. La mayoría de ellos no deberían estar allí. Shin había derrotado a todos los que se cruzaron en su camino sin importar de donde vinieran. Los guardias estaban aterrados de él y cada uno de los estudiantes se tomaba el tiempo de esquivar su mirada. Shin ya no sentía nada. Una pulida escalera lo deposito en la oficina del director, que ya no estaba con ellos. Su maestro recién llegaba y estaba sirviéndose algo para tomar mientras esperaba por él.
“Ah, aprendiz.” Dijo sonriente mientras le ofrecía una copa de vino. “Escuché que ya eres el dueño de este lugar. Exactamente como predije.”
Shin no tenía nada para decir.
“Estoy aquí para darte tu sable, pero primero tengo algunas noticias para ti.”
Un holograma apareció sobre la mesa, su maestra estaba hablando con su padre. Ambos sonreían. Ambos hablaban de lo que Alara tenía que hacer para la República. Su padre estaba agradecido por cómo había cuidado de él.
“Me llegó ayer…” Dijo divertido Tharan. “Te dije que ya no eras nada para ellos. Ahora iremos a lo importante, aprendiz. Esta es tu primera misión como miembro de las Espadas, como mi aprendiz y como acompañante de nuestra facción dentro de nuestra Orden. Pocos conocen nuestro nombre, pero ahora eres miembro de las Sombras.”
Shin tenía un poco de entendimiento sobre la Orden Sith en esos momentos, todos estaban gobernados por el Consejo Oscuro, pero mayormente se dividían en grupos con objetivos más afines. Su maestro era uno de los que protegían los intereses del Imperio, mientras que la mayoría solo querían poder o destruir a los jedis.
“Esto probará tu valía y lealtad hacia el Imperio, tengo algo para ti.” Agrego sonriente mientras hacia un gesto con su mano.
Una pequeña caja estaba sobre el escritorio, su telequinesis la abrió para mostrarle un plateado sable curvo, estaba desarmado e impoluto.
“Solo falta el cristal, aprendiz. Cuando corrompas el cristal de un jedi serás uno de los nuestros.”
Shin dejó el cristal sobre la mesa, lo había sacado del sable de uno de los caídos en la academia. No necesitó que nadie le dijera que hacer con él. Todo el odio y rencor que tenía dentro estaba en él, había sangrado cada gota de ira que tenía. Brillaba en rojo. Su maestro estaba impresionado y aplaudía divertido.
“Ah, no estaba preparado para esto…” Dijo divertido Tharan. “Es tuyo, sith.”
Las partes del sable se acercaron a él mientras el cristal flotaba a su lado. Se armó sin que lo tocara, Shin había leído en la biblioteca sobre ese tipo de sables y ya sabía cómo alinear los cristales. El filo era carmesí. Su mano se adaptó a él con facilidad y estaba listo para lo que tuviera que hacer.
“Ah, maravilloso…” Dijo sonriente Tharan. “Ya eres uno de los nuestros, sith.” Agregó mientras se acercaba a apretar su hombro. “Lo primero que voy a darte es tu título. De ahora en más eres un Sith, de ahora en más te llamarán Ihsahan y serás el arma más poderosa del Imperio.”
Shin no sintió nada.
“Tu misión.” Dijo al tocar el escritorio. “Cuando la termines tendrás otra recompensa, aunque es algo personal.”
En el holograma que estaba mostrando a su maestra cambió a una pareja de jedis. Los reconoció de los caídos que estaban estudiando en la Academia.
“El… difunto director de la Academia pidió ayuda con estos dos… jedis.” Dijo pensante Tharan. “Parece que han encontrado la luz luego de aprender los secretos de la Academia. Nos has hecho un gran favor al destruir a Malus y su séquito de incompetentes. Ahora podemos poner la Academia en manos de gente más apropiada para el puesto.”
“Entendido, maestro.” Dijo con seriedad Shin.
Su nuevo nombre era el mismo que un antiguo Dark Lord, su tumba no estaba muy lejos de la Academia. Su apodo era el Demonio y era un conocido espadachín de su época. Los rumores decían que peleaba con quien pareciera poder competirle tan solo por el placer del combate.
“¿Te gusta tu nombre?” Preguntó divertido Tharan. “El Demonio era un gran Sith. Una gran imagen para recordar.”
“Parece apropiado.” Dijo con seriedad Shin.
“Ya pondremos un título a tu nombre, Ihsahan. Demostrarás que eres la mejor espada del Imperio.” Dijo sonriente Tharan mientras tocaba un botón en su escritorio. “Este es el capitán que está a punto de contrabandearlos en Dreshdae.”
El capitán era Lyrian.
“Creo que lo conoces.” Dijo divertido Tharan. “No quiero cabos sueltos, Ihsahan.”
Shin sabía lo que tenía que hacer.
“Cuando termines entrega a esos jedis, si es que están vivos. Te esperaré en mi nave en el puerto de la ciudad. Tengo un par de… obsequios para ti.” Terminó para sentarse en su sillón.
Tharan no era la clase de persona que necesitara ser saludada, solo había que no molestarlo para ganarse su respeto. Sus guardias prácticamente lo adoraban, ya que era generoso con sus aliados que no fallaban en sus trabajos. Shin salió por la puerta para encender su sable una vez más y calibrar su filo e intensidad.