Nuevas curvas para el Ceo

Capítulo 1 — Café, sueños y promesas silenciosas

Narrado por Lia

Siempre me ha gustado empezar el día con una taza de café bien caliente, como si en ese primer sorbo se escondiera la fuerza para enfrentar el mundo. No sé si es una costumbre heredada de mi madre o si simplemente aprendí que en esta ciudad que nunca duerme, hay que buscar pequeñas pausas que te abracen.

Me llamo Lia Parker. Tengo 24 años, soy soltera, y vivo en un pequeño pero acogedor apartamento en el corazón de Nueva York. Bueno, corazón suena romántico. En realidad, mi edificio se tambalea entre dos avenidas llenas de taxis, humo y gente apurada que rara vez te mira a los ojos. Pero para mí es hogar.

Nací en México, en un pueblo donde los amaneceres huelen a pan recién hecho y donde los vecinos aún se saludan por su nombre. Me fui cuando tenía dieciocho, dejando a mi madre atrás que no quiso venir conmigo, dice que está ciudad no es para ella, con más miedo que certezas, buscando eso que muchos llaman “el sueño americano”. Algunos días, lo confieso, parece más una pesadilla con facturas y jornadas eternas. Pero yo no me rindo fácil. Nunca lo he hecho.

Mi cuerpo tiene curvas, sí. Y aunque durante mucho tiempo eso fue motivo de comentarios o miradas que no pedí, aprendí a amar cada parte de mí. Mis ojos grises, como el cielo antes de llover, me recuerdan que soy distinta. Que soy mía. Y esa es una victoria diaria.

Estudié Administración de Empresas y Negocios Internacionales con el alma puesta en progresar. Después de mucho esfuerzo, conseguí trabajo como secretaria del vicepresidente de una constructora. No es el empleo soñado, pero sí uno donde me siento valorada.

Mi jefe, el señor Thompson, es uno de esos hombres que habla poco pero escucha mucho. Tiene la mirada tranquila de quien ha vivido demasiado y aún así no ha perdido la fe en las personas. Para mí… es más que un jefe. A veces siento que es el padre que nunca tuve. Me pregunta si he comido, me deja salir temprano cuando me ve cansada y siempre agradece hasta lo más mínimo que hago.

Hoy, como cada mañana, salgo con el cabello aún húmedo por la ducha, el bolso al hombro y una sonrisa cansada pero genuina. El metro huele a café y perfume barato, y aun así no dejo de sentirme afortunada. Porque tengo trabajo, tengo techo, y tengo ganas de seguir.

La jornada transcurre entre llamadas, reuniones y correos interminables. El señor Thompson me da una sonrisa amable cuando le dejo su café como le gusta: con dos de azúcar y sin leche. “Gracias, Lia”, me dice. Y yo asiento, sabiendo que esas dos palabras valen más que cualquier bono.

Al final del día, vuelvo a casa con los tacones en la mano y el corazón ligero. Me preparo algo rápido, enciendo una vela de vainilla y me tumbo en el sofá mientras la ciudad sigue rugiendo afuera.

Mañana será otro día.
Y yo estaré lista, como siempre.



#5034 en Novela romántica
#1879 en Otros
#523 en Humor

En el texto hay: romance, ceo multimillonario, curvy girl amor

Editado: 23.06.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.