Narrado por Ethan
Muchos me conocen como frío.
El CEO implacable. El hombre de las decisiones duras y la mirada de acero.
Y no los culpo. Esa es la coraza que me construí, pieza por pieza, después de haber dejado que alguien entrara demasiado… y me destrozara desde adentro.
Vivo solo, en un penthouse elegante en uno de los barrios más lujosos de Nueva York. Vidrios oscuros, muebles sobrios, silencio perfecto. Un hogar diseñado para impresionar.
Y sin embargo, hay noches en las que la soledad se filtra entre las paredes como una corriente helada.
Y duele.
No por lo que falta, sino por todo lo que me quité a mí mismo creyendo que tenía lo necesario.
A veces, cuando el vacío me muerde más de lo normal, visito a mis padres.
Ellos son lo opuesto a mí: cálidos, desordenados, reales. Me reciben con abrazos, me alimentan como si aún tuviera diez años, y me miran como si aún hubiera algo en mí que vale más que una firma o un contrato.
Con ellos… puedo respirar.
Es irónico.
Los dejé solos por una mujer.
Por ella.
La mujer que me prometió el mundo, mientras en secreto vendía pedazos del mío al mejor postor.
Dejé lo más importante por amor ciego, por palabras dulces con veneno oculto.
No escuché a mis padres. No vi las señales.
Creí que la estaba construyendo una vida, pero estaba montado en un castillo de cristal… y me estrellé.
Cuando la verdad salió a la luz, fue como despertar de un sueño falso con una caída tan alta que casi no me levanto.
Pero lo hice.
Me reconstruí. Me endurecí. Y juré no volver a amar.
No de esa forma. No con los ojos cerrados.
Me aferré a lo que sí era real: mi empresa.
BlackSteel fue fundada por mis padres en los años ochenta, cuando solo tenían una camioneta vieja, un par de herramientas y un sueño.
Yo la heredé.
Y no solo la mantuve.
La expandí. La levanté hasta convertirla en la constructora más grande de Estados Unidos.
Proyectos en cada estado. Cifras récord. Una reputación que no se compra: se forja.
Y no me detendré.
Voy por más.
Pero aún así… a veces, me descubro preguntándome si todo esto es suficiente.
Si el éxito sin alguien que lo celebre contigo realmente se siente como victoria.
No suelo dar entrevistas personales.
Pero algo en el perfil de esa mujer —Lia Parker— me hizo revisar su currículum dos veces.
No fue por su experiencia (aunque era sólida), ni por su educación (más que respetable), sino por cómo redactó su carta de presentación.
Clara. Directa. Con una frase que me dejó pensativo:
"No busco un puesto. Busco un propósito."
Interesante.
Cuando entró a la sala de juntas, no supe bien qué esperar.
Pero lo que vi… me sacudió.
Cabello castaño con reflejos dorados, ojos grises que parecían leer más de lo que uno dice, y una presencia que llenaba el espacio sin pedir permiso.
No era una mujer común.
Había algo en ella. Algo vivo.
Y cuando nuestras miradas se cruzaron…
Por un instante, el mundo pareció detenerse.