Narrado por Lia
Salí de la entrevista como quien baja de una montaña rusa: con las piernas algo temblorosas, la mente girando y una sonrisa que no podía borrar ni aunque me lo propusieran.
No fue una entrevista cualquiera.
No fue un jefe cualquiera.
Ethan Blackwell.
Solo su nombre parece sacado de una novela: voz grave, mirada verde que corta el aliento, traje a medida, y esa energía contenida que dice “no te acerques”… mientras algo en ti quiere acercarse igual.
Pero no.
Yo no vine a enamorarme.
Vine a trabajar.
A empezar de nuevo.
Y según sus propias palabras: “Estás contratada”.
Listo.
Nuevo capítulo, nueva Lia.
Cuando llegué a casa, Annette ya estaba esperándome sentada en la escalera del edificio, comiéndose unas papas como si estuviera viendo una película en el cine.
—¡Ya era hora, mujer! —dijo, saltando—. ¡Dime que te contrataron! ¿O tengo que empezar a buscarte un sugar daddy?
—Me contrataron.
—¿¡QUÉ!?
—Me contrataron, Annette —repetí riéndome—. Soy la nueva secretaria del CEO de BlackSteel.
—¿Del mismísimo Ethan Blackwell?
—¿Lo conoces?
—¿Que si lo conozco? ¡Amiga! Si tuviera una moneda por cada blog de chismes que habla de él, ya habría pagado mi hipoteca. Es guapo, millonario, frío como un iceberg… y soltero.
—Sí, todo eso lo confirmé. Sobre todo lo del frío.
Le conté lo de la entrevista, el silencio, las preguntas, la mirada.
—¿Y qué sentiste? —me preguntó con una ceja levantada.
La miré.
—No lo sé… Como si no pudiera leerlo del todo. Pero sé que me miraba. No como todos, ¿sabes? No con esa mirada babosa. Era otra cosa. Más… intensa.
Annette me sonrió como si ya supiera lo que yo aún me negaba a sospechar.
—Prepárate, Parker. Vas a trabajar con una leyenda… y algo me dice que no vas a salir de esa empresa igual.
El lunes llegó más rápido de lo que esperaba.
Desperté temprano, me tomé mi café con leche de almendras (porque sí, sigo fingiendo que soy saludable), me puse mi mejor conjunto formal pero cómodo —curvas no se esconden, se celebran—, y salí con la cabeza en alto rumbo a mi nuevo comienzo.
BlackSteel era aún más impresionante con la luz de la mañana. El edificio parecía una columna de cristal que se estiraba hacia el cielo, como si no tuviera techo. Al entrar, el aire olía a éxito y a limpieza profesional, de ese que cuesta más de lo que yo pagué por mis zapatos.
Una recepcionista me acompañó hasta el piso 42.
Y ahí estaba él.
En su oficina, con la espalda recta, mirando unos planos.
Ni una arruga en su camisa.
Ni una emoción en su rostro.
—Buenos días, señor Blackwell —dije con una sonrisa.
Él levantó la mirada.
—Señorita Parker. Puntual. Bien.
Así fue nuestra primera interacción laboral. Fría. Breve. Casi robótica.
Pero, por alguna razón, me sentí como si él estuviera conteniendo algo detrás de cada palabra. No era indiferencia… era una especie de muralla cuidadosamente construida.
Mi escritorio estaba justo afuera de su oficina de vidrio. Desde ahí, podía verlo mientras atendía llamadas, se reunía con arquitectos y analizaba proyectos como si fuera un dios del concreto.
Yo respondía correos, agendaba citas, organizaba archivos y servía su café… negro, sin azúcar, sin vida.
Al mediodía, lo vi detenerse frente a la ventana por unos segundos.
Miró hacia la ciudad como si necesitara escapar un instante de sí mismo.
Yo no dije nada.
Pero algo en mí supo que ese gesto decía más que mil palabras.
A las tres de la tarde, salió de su oficina y me entregó un folder.
—Esto debe estar listo para la reunión de mañana.
—Perfecto. ¿Quiere que le reserve la sala principal?
—Ya lo hice.
—¡Wow! Eficiente…
—Siempre —respondió, pero con una ligera curva en los labios. ¿Era eso… una sonrisa? ¿Microscópica? Sí. Pero sonrisa al fin.
Durante el resto del día, nuestras interacciones fueron mínimas, pero intensas.
A veces sentía su mirada clavarse en mí mientras tecleaba.
Otras veces era yo la que lo observaba sin querer, notando cómo se pasaba una mano por el cabello cuando algo lo estresaba.
Cuando dieron las cinco, apagué mi computador, recogí mis cosas y me acerqué a la puerta de su oficina.
—Señor Blackwell, ya terminé todo. Me retiro.
Él levantó la vista, asintió con un leve movimiento.
—Buen trabajo, señorita Parker. Nos vemos mañana.
Y no lo sé…
Pero me pareció que esa vez, su voz sonó un poquito más suave.
Esa noche, ya en casa, con los pies descalzos sobre el sofá y un tazón de cereal en las piernas, pensé en todo.
En lo lejos que había llegado desde que pateé a mi exjefe.
En cómo algo en mí se sentía cómoda en esta empresa nueva, a pesar del peso de la perfección que parecía respirarse en cada rincón.
Y sobre todo…
Pensé en él.
Ethan Blackwell.
Mi jefe.
El hombre de mirada esmeralda, silencio afilado y misterios bien guardados.