Nuevas curvas para el Ceo

Capítulo 8 — Curvas, caos y carcajadas

Narrado por Ethan

Cuando contraté a Lia Parker, fue por intuición.
Y por eficiencia, claro.
Pero jamás imaginé que, en apenas un día, lograría alterar el meticuloso equilibrio que rige esta empresa… y que he construido para mantener mi mente en paz y mi corazón a salvo.

La vi llegar por la mañana, puntual. Vestida con elegancia y color, lo justo para romper la monocromía de los trajes grises que pueblan esta oficina como si fueran uniformes militares.
Sonrió. Saludó a todos.
Y, de algún modo, en menos de diez minutos, ya se había ganado a medio piso.

Mi secretaria anterior tardó seis meses en aprender a hablarle a la asistente de dirección sin sonar como si dictara un comunicado oficial.
Lia… simplemente preguntó dónde estaba el baño y terminó contando una historia sobre cómo casi se quedó encerrada en un ascensor con una señora, un perro salchicha y una bolsa de compras explotada.
Con voces y todo.

Desde mi oficina, cerrada por paredes de vidrio —un invento moderno para que uno se sienta visible y aislado al mismo tiempo—, la oía reír.
La oía vivir.
Y algo en mí… la envidiaba.

A la hora del almuerzo, normalmente todo el personal del piso 42 come en silencio o escucha podcasts financieros con cara de meditación profesional.
Hoy, el comedor parecía un show de comedia.

—Y le dije: ¡no, señora, esa sandía no cabe en ese microondas aunque recemos en latín! —soltó Lia, con una servilleta en la mano y los ojos llorosos de la risa.

Mi jefe de contabilidad, quien nunca ha sonreído desde que el Nasdaq cayó en 2019, soltó una carcajada.
Mi asistente legal estaba roja de tanto reír.
Y alguien, no sé quién, le aplaudió.

¿Qué clase de fenómeno era esta mujer?

La observé desde la distancia, tomando un café con el que parece que coquetea. Literalmente le habló a la taza:
—Vamos, haz magia, que si no me reanimo me duermo sobre el teclado.

Debí molestarme.
Esto no es un circo.
Esto es BlackSteel.

Pero no pude.
Porque, en medio de ese humor, de esa chispa que parecía sacudir la solemnidad de mi empresa…
ella estaba trabajando bien.
No había un solo error en su entrega de informes, ni una cita mal agendada, ni un solo archivo desorganizado.

Y eso… eso me desconcertó.

A media tarde, la llamé para entregarle una carpeta.
Entró como siempre: sin titubeos, con una energía que parecía chocar con la frialdad de mi oficina.

—¿Todo en orden, señorita Parker?
—Más o menos —respondió, con una mano en la cintura—. Me acabo de enterar que el café aquí es más fuerte que mis exs.

Tuve que mirar hacia la ventana.
Para no sonreír.

Me entregó unos documentos y nuestros dedos se rozaron por un instante.
Solo un instante.
Suficiente para que mi cerebro me recordara:
No. No otra vez.

Ella se fue y cerró la puerta sin dejar de tararear.
Una canción que no pude identificar, pero que después estuve silbando sin darme cuenta.

Y así fue todo el día.
Ella, brillante y vibrante.
Yo, intentando mantenerme al margen.
A salvo.

Pero al final de la jornada, cuando se despidió con un “nos vemos mañana, jefe”, con una pequeña reverencia y ese brillo en los ojos, me quedé mirándola salir.

Y pensé en algo que no debería haber pensado:

¿Cómo es posible que alguien haga tanto ruido… sin decir una sola palabra de más?

No lo sé.
Solo sé que el día terminó.
Y que ella estaba en mi cabeza.
Y que ese es el lugar más peligroso en el que podía estar.



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Editado: 23.06.2025

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