Nuevas curvas para el Ceo

Capítulo 9 — El hielo detrás del traje

Narrado por Lia

Desde que comencé a trabajar en BlackSteel, siento que vivo en dos mundos paralelos.

El primero: el mundo serio y elegante del piso 42, donde los trajes huelen a éxito y los ascensores tienen más silencios incómodos que un almuerzo familiar con suegros.
El segundo: mi pequeño universo, donde las risas flotan como perfume, el café es sagrado, y yo hago lo posible por no convertirme en otra oficinista gris.

Ese martes fue particularmente entretenido.
A las 9:17 a. m. ya había derramado café sobre un plano de 200 pisos (¡en mi defensa, el vaso estaba defectuoso!), confundido al jefe de proyectos con el nuevo mensajero —no me juzguen, ambos son calvos y usan el mismo blazer— y desatado una carcajada colectiva cuando le dije al asistente legal que su corbata parecía una serpiente deprimida.

—Parker, te juro que tú eres como el aire acondicionado de este lugar —me dijo Mariana, del área de diseño—: refrescante, ruidosa y a veces molestas, pero si te apagan… todos colapsan.

Yo, como siempre, me reí y le regalé un paquete de gomitas.
Diplomacia Parker, le llamo.

Después del almuerzo, mientras caminaba por el pasillo con mi botellita de agua en mano, vi la puerta de Ethan entreabierta.
Decidí asomarme.
Curiosidad + aburrimiento leve = decisiones impulsivas.

—¿Le traigo otro café, señor Blackwell? ¿O ya firmó una tregua con su hígado?

Levantó la vista.
Casi sonrió. Casi.
Me hizo un gesto para entrar.

—Necesito que organices esto por prioridad —dijo, señalando una pila de carpetas que parecía a punto de rebelarse.

Me senté frente a él.
Y por un rato trabajamos en silencio.
Pero el ambiente… era distinto.
Más relajado. Más… humano.

Hasta que hablé.

—¿Siempre fue así de serio, jefe? ¿O se volvió así con los años?

Silencio.

Ni una palabra.
Ni una mueca.
Solo el cambio sutil —pero brutal— en su expresión.

Su mandíbula se tensó. Sus ojos se cerraron un poco.
Y todo el Ethan amable, aunque reservado, que había estado asomándose en los últimos días… se evaporó.

—Le sugiero que se concentre en clasificar los contratos, señorita Parker —dijo con tono cortante, casi quirúrgico.

Ups.

Lo miré.
Sus ojos, verdes como siempre, ya no brillaban.
Ahora eran dos esmeraldas congeladas.
Como si mi pregunta hubiera tocado un botón secreto. Uno que decía: “no tocar, trauma presente.”

Volví al trabajo en silencio.
No porque me asustara —porque no—, sino porque entendí.
Esa coraza suya no era por orgullo. Era por heridas.
Y aunque me moría de ganas de saber qué lo había hecho tan duro… supe que no era el momento.

Terminamos la tarea sin una palabra más.
Me levanté, le dejé todo en orden, y antes de salir, le dije con voz suave:

—No era mi intención incomodarlo. Solo quería conocerlo un poco más.

No respondió.
Solo asintió, sin mirarme.

Salí cerrando la puerta con más cuidado que nunca.

Y aunque el piso 42 volvió a llenarse de risas más tarde, algo dentro de mí se quedó en esa oficina.
Una parte que empezó a preguntarse quién era realmente Ethan Blackwell…
y qué tan roto hay que estar para congelar cada parte buena que uno tiene.



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Editado: 23.06.2025

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