Narrado por Ethan y Lia
ETHANHay momentos que no se olvidan.
Como el instante en el que te das cuenta de que alguien que decía amarte te ha estado mintiendo todo el tiempo.
Y no hablo de mentiras pequeñas.
Hablo de las que duelen hasta en los huesos.
Su nombre era Valerie.
Cabello rojo como fuego, risa contagiosa, y una mirada que me convenció de que podía confiar.
Con ella fui blando. Humano. Creí en la idea del amor como refugio, como hogar.
Pensé que construiría un futuro a su lado. Incluso descuidé a mis padres, a mi empresa… a mí mismo.
Pero Valerie no me amaba.
Amaba mi apellido.
Mi dinero.
Mi apellido en los cheques.
Mi cartera más que mi corazón.
Cuando descubrí su infidelidad —no con uno, sino con dos socios comerciales— algo en mí se rompió.
La eché de mi vida, de mi mundo, de mi historia.
Y me prometí que jamás volvería a abrir esa puerta.
Por eso, cuando Lia Parker me preguntó con esa voz ligera y sincera si “siempre fui así de serio”… mi mente regresó a Valerie.
A la decepción.
Al dolor.
Y por reflejo, cerré todas las compuertas.
Le di una respuesta fría, porque prefería eso a decir:
“Antes era diferente. Antes sonreía más. Antes creía en las personas. Antes creía en el amor.”
Pero no dije nada de eso.
Solo la miré como si fuera una más.
Y fingí que no me importó.
Aunque lo hizo.
Más de lo que puedo admitir.
El resto del día, después de la pregunta, fue incómodo.
Él volvió a ser el señor hielo.
Cero expresiones. Cero bromas. Cero humanidad.
Lo que más me fastidia no es que me ignorara…
Es que hasta hace unas horas, había una especie de conexión.
No coqueteo, no tonterías. Algo sutil.
Un hilo invisible entre dos personas muy diferentes… que, por alguna razón, se entienden sin entenderse del todo.
Y ahora ese hilo estaba roto.
O al menos tenso.
Tan tenso que dolía.
Cuando salí de la oficina, necesitaba hablar con alguien o gritarle a un árbol. Como no tenía un árbol a mano, llamé a Annette.
—¿Estás viva o ya te convirtió en estatua el jefe sexy? —dijo apenas contestó.
—Estoy viva, pero congelada —dije, sentándome en una banca frente al edificio—. Ethan volvió a modo iceberg.
Le conté lo que pasó, la pregunta, el cambio repentino, la forma en la que todo se volvió frío en segundos.
—Lia… suena a trauma.
—¿Crees que le removí algo?
—No lo sé, pero si reaccionó así, es porque esa pregunta tocó una fibra sensible.
—¿Entonces hago qué? ¿Le pido perdón? ¿Me disculpo por ser simpática? ¿Por tener curiosidad?
—No. Tú solo sé tú.
—¿Y si eso no le gusta?
—Entonces él se lo pierde.
Me reí. Annette siempre tiene esa manera de ponerle azúcar a la vida… y ron si es necesario.
—¿Sabes? —le dije—. No pensé que este trabajo me iba a cambiar tanto. Pero estoy sintiendo cosas que no había sentido en años.
—¿Como qué?
—Como… querer conocer a alguien de verdad.
—Eso se llama atracción emocional, cariño. Bienvenida al club.
Ya en casa, me quité los tacones como si fueran enemigos públicos, me puse mi pijama de ositos (juzga si quieres) y llamé a mi mamá.
—¡Mi niña! —dijo con su voz llena de cariño—. ¿Cómo te fue hoy? ¿Sobreviviste al primer lunes?
Le conté todo.
Lo bueno.
Lo gracioso.
Lo incómodo.
Lo… Ethan.
—Ay, mamá. Él es un caso. Me pone nerviosa y no sé por qué. Y a veces siento que le importo. Y a veces siento que ni me ve.
—Eso, mi amor, es porque sí le importas. Pero los hombres así… con pasado roto… necesitan paciencia.
—¿Y si me canso de esperar que baje la guardia?
—Entonces sigues tu camino. Pero si decides quedarte, recuerda que lo que más desarma a un corazón herido… es alguien que no se rinde fácil.
Me quedé callada.
Porque a veces mi mamá suelta frases que parecen escritas por un autor de novelas románticas.
Y porque, en el fondo, sabía que tenía razón.
—Gracias, ma.
—Y si ese muchacho sigue portándose mal, yo me voy pa’ Nueva York con mi chancleta.
—¡Mamá!
Nos reímos. Lloré un poco. De todo.
Y al colgar, me quedé pensando en sus palabras.
No se trata de salvarlo…
Se trata de estar presente, por si un día él decide salvarse solo.
Y con esa idea, me dormí.
No soñé con príncipes.
Soñé con ojos verdes y una muralla.
Una que, tal vez, solo tal vez… algún día logre escalar.