Narrado por Ethan
Mi vida está construida sobre rutinas.
Horarios definidos, decisiones racionales, control absoluto.
Todo lo inesperado representa una amenaza.
Y desde que Lia Parker entró a esta oficina… todo ha sido inesperado.
Intenté mantener la distancia.
Ser el jefe profesional. El CEO correcto. El Ethan blindado.
Pero aún así, me encuentro mirándola cuando no debería, recordando sus comentarios cuando ya se ha ido, esperando que llegue cada mañana con ese caos disfrazado de sonrisa.
No debería afectarme.
Pero lo hace.
Hoy, por ejemplo, la vi colocar una planta diminuta en su escritorio.
Una suculenta. En una taza rosada que decía “jefa de mi café”.
Y cuando le pregunté qué era eso, me respondió:
—Motivación en verde. Le hablo a veces. ¿Quiere saludarla?
Le juro que tuve que girarme hacia la ventana para no reírme como idiota.
Porque, honestamente, sí quería saludarla.
A la planta.
Y a ella.
Pero luego, cuando me hizo esa pregunta la otra vez, esa que no supe cómo manejar —“¿siempre fue así de serio?”—, volví a esa versión mía que no quiero ser.
El tipo que levanta muros.
El que responde con frialdad porque teme que, si siente demasiado, caiga otra vez.
Y sin embargo…
Esta tarde, decidí hacer algo que no hacía desde hacía semanas:
visitar a mis padres.
Mi madre abrió la puerta de la casa con un abrazo que dura más de lo que permite el protocolo social.
Mi padre me miró como si no creyera que estuviera allí sin una excusa laboral.
—¿Pasó algo? —preguntaron los dos al unísono.
—No —respondí—. Solo quería cenar con ustedes.
Nos sentamos, comimos su infalible lasaña de espinaca, y hablamos del negocio.
De los proyectos en Chicago.
De los nuevos ingenieros.
De lo mismo de siempre. Hasta que mi madre dijo:
—¿Y la secretaria nueva? La que contrataste personalmente. ¿Cómo se llama?
Me quedé quieto.
—Lia —respondí, como si el nombre no se hubiera repetido ya en mi cabeza mil veces.
—¿Es buena?
—Sí. Muy eficiente.
—¿Y… simpática? —preguntó mi madre con esa sonrisa que ya sabía la respuesta.
—Supongo. Ríe mucho. Hace que la oficina esté más… animada.
—Ajá —dijo mi padre, cruzando los brazos con sospecha teatral—. ¿Y tú sonríes más desde que ella llegó?
—No —mentí.
Muy mal, por cierto.
—Ethan —dijo mi madre—, hace cuánto no invitas a nadie aquí. Ni una cena, ni una amiga, ni un interés. Nada.
—Porque no tengo ningún interés. Y no estoy en eso. Lia solo es mi secretaria.
El silencio fue… elocuente.
—Está bien, está bien —dije, levantando las manos—. Es cierto que el ambiente en la oficina es más agradable. Que desde que ella está, la gente habla más, se siente menos tensión. Que yo mismo… la escucho reír desde mi oficina y a veces… me sorprendo sonriendo.
Pero eso es todo.
—Claro —dijo mi madre—. Eso es todo.
—Totalmente —afirmé.
Nos quedamos así unos segundos.
Ellos me miraban.
Yo, a la copa de vino.
Y nadie creyó lo que dije.
Ni siquiera yo.
Pero igual me repetí mentalmente:
"Solo es mi secretaria. Solo me gusta que se ría. Solo me distrae un poco."
Mentira.
Porque cada vez que escucho su voz, cada vez que noto sus ojos grises mirándome como si no temiera lo que hay detrás…
siento algo.
Y ese “algo” no estaba en mis planes.
Ni en mis horarios.
Ni en mi estructura.
Y eso me asusta más que cualquier contrato millonario.