Nuevas curvas para el Ceo

CAPÍTULO 18 — REENCUENTROS Y REVELACIONES

Narrado por James y Lia

Sabía exactamente dónde estaba. Cristina me lo había dicho. Su lugar de trabajo. El edificio de oficinas donde ella pasaba la mayor parte de sus días. Cuando llegué, mi corazón latía como si fuera a salirse del pecho.

La vi salir del ascensor y no tuve dudas. Tenía mis ojos. Esa mezcla de gris y azul imposible de confundir. El cabello castaño con reflejos dorados, la expresión determinada. Era yo... en versión femenina.

Me acerqué con cautela, casi temblando.

—¿Lia?

Ella se detuvo. Me miró. Y sus ojos se agrandaron.

—¿James?

Asentí.

—Soy tu padre.

Hubo un silencio, denso como un muro entre los dos. Nos observamos sin palabras, y entonces vi algo en sus ojos: asombro, miedo... y un atisbo de esperanza. Lo mismo que sentía yo.

—¿Tienes un momento? —pregunté con voz suave—. Me encantaría poder hablar contigo. Solo un rato. No quiero incomodarte.

Ella asintió. Titubeante, pero con los labios temblorosos de emoción contenida. Caminamos en silencio por la acera, hasta un pequeño restaurante italiano a la vuelta del edificio.

Narrado por Lia

Todo era irreal. Como si me hubiera metido en una película sobre mi propia vida. Tener a James —mi padre— frente a mí era como ver el reflejo de algo que siempre imaginé pero que jamás creí posible.

Nos sentamos a una mesa junto a la ventana. Él pidió café. Yo, limonada. Me contó más sobre su accidente, sobre los años en blanco, sobre cómo luchó para recuperar su memoria, y cómo, al recordar a mamá, emprendió la búsqueda. Sin éxito, hasta ahora.

—Cristina me dio un resumen de tu vida —dijo con voz rasposa por la emoción—. Vi tus fotos de niña, de adolescente, graduándote... Y cada imagen fue como un golpe directo al corazón. Me dolía no haber estado ahí. No haberte abrazado cuando llorabas o reído contigo en tus logros.

Yo no pude contener las lágrimas. Verlo llorar frente a mí, un hombre fuerte y maduro que acababa de recuperar una parte de sí mismo, me partía el alma. Pero también la sanaba, poco a poco.

—Quiero conocerte, Lia. No espero que me digas “papá”. No espero que me perdones de inmediato. Solo... déjame estar cerca. Ser parte de tu vida, si me lo permites.

Le respondí con un gesto que lo dijo todo: tomé su mano sobre la mesa y la apreté con cariño.

Después de un rato, cuando el almuerzo terminó, me miró con una sonrisa distinta. Una más brillante, esperanzada.

—Esta tarde paso por ti. Tengo una sorpresa. Algo que creo... te hará bien.

Volví al trabajo con el corazón latiendo en otra frecuencia. No era alivio. Era algo más parecido a tener una pieza que siempre faltó y que, sin saberlo, estaba buscando.

Apenas crucé la puerta, Ethan me miró con los brazos cruzados.

—¿Y esa sonrisa sospechosa?

No pude evitarlo. Mi cuerpo se movió por sí solo. Corrí hacia él y lo abracé con fuerza. Necesitaba compartir esto con alguien. Alguien que, sin quererlo, se estaba volviendo importante.

Él me sostuvo con fuerza. Luego se separó levemente y me miró a los ojos.

—¿Qué pasó, Lia?

—Lo conocí —dije con voz ahogada—. Conocí a mi papá.

El silencio se apoderó de la sala, pero no era incómodo. Era uno de esos momentos que se sienten grandes, importantes. Nos miramos fijamente, como si algo invisible se hubiera revelado entre los dos.

Y entonces, sin pensarlo, sin medir, Ethan se inclinó y me besó. Con decisión. Con algo más profundo que deseo: ternura, miedo, esperanza. Todo a la vez.

Yo no lo rechacé. Al contrario. Lo sentí como un puente entre la vieja Lia y la nueva que estaba empezando a nacer.

Porque ese beso no fue un error. Fue una promesa. Y quizás... un nuevo comienzo.



#5034 en Novela romántica
#1879 en Otros
#523 en Humor

En el texto hay: romance, ceo multimillonario, curvy girl amor

Editado: 23.06.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.