Narrado por Ethan
No planeé besarla. No fue algo que pensé con detenimiento. Fue una reacción instintiva, visceral. Pero no me arrepiento. En el momento en que mis labios tocaron los suyos, supe que no podía seguir negándolo: Lia me gusta. Me gusta mucho más de lo que debería.
Pasé años construyendo un muro tras otro. Me convencí de que estaba mejor solo, de que no necesitaba a nadie más. Después de todo, el amor solo trae decepción. Pero Lia… ella no es como las demás.
Es como un rayo de sol en una habitación oscura. No pide permiso para brillar. Llega, ilumina, y te obliga a ver cosas que habías enterrado.
Cuando la abracé y me contó sobre su padre, sentí que quería protegerla. Que quería ser parte de esa felicidad nueva que la estaba envolviendo. Y cuando me miró con esos ojos enormes llenos de emoción… ya no pude contenerme.
Sigo teniendo miedo. A confiar. A creer. A querer. Pero algo en ella me dice que vale la pena intentarlo. Que tal vez, por primera vez en mucho tiempo, podría estar frente a una mujer que no vino a romperme… sino a completarme.
Y aunque no sé qué pasará, quiero averiguarlo. Junto a ella.
Narrado por Lia
Esa tarde, mientras revisaba unos documentos, mi teléfono vibró con un mensaje de mi papá: “Estoy afuera. ¿Lista?”
Salí del edificio con una mezcla de emoción y nervios. James me esperaba apoyado en un auto elegante, pero era su sonrisa la que más brillaba.
—¿Lista para la sorpresa? —preguntó con picardía.
—¿Debo preocuparme? —bromeé.
—No. Bueno… quizá un poquito —rió mientras me abría la puerta.
El camino fue breve. Aparcamos frente a un restaurante cálido, de luces tenues y ambiente familiar. Cuando entramos, una figura conocida se levantó de una mesa en el fondo: mamá.
Mis pasos se detuvieron.
—¿Esto era la sorpresa? —susurré.
—Sí. Quiero que estemos los tres —respondió James, tomando mi mano con ternura.
Nos acercamos. Mamá me abrazó con fuerza, y después miró a James con una mezcla de nostalgia y cariño. Se sentaron uno frente al otro, yo entre ambos.
El inicio fue incómodo, silencioso. Hasta que mamá habló:
—Nunca te odié, James. Te esperé, hasta que dolía demasiado. Me obligué a seguir. Por ella.
Él asintió, con los ojos brillosos.
—Y yo… habría regresado mil veces si hubiera podido. Perderte fue como perder una parte de mí sin saber cuál.
Yo solo los observaba, sintiéndome niña y adulta al mismo tiempo. Testigo de un pasado que no viví, pero que me moldeó.
—Gracias por haberla criado así —dijo James—. Es increíble. Tiene tu fuerza, pero… también algo de mí, supongo.
—Mucho de ti —respondió mamá con una sonrisa melancólica—. A veces me dolía mirarla y verte.
James me miró entonces.
—¿Puedo invitarte a más cenas como esta? No solo por mí. Por ti. Para que sepamos quiénes somos.
Asentí con lágrimas en los ojos.
—Quiero conocerlos a ambos. Con todo lo que eso implique.
Brindamos por el reencuentro. Por los silencios rotos. Por las piezas del rompecabezas que finalmente estaban encajando.
Esa noche no sólo conocí más a mi padre. Conecté más profundamente con mi madre. Y comprendí algo vital:
No todas las familias comienzan desde el principio. Algunas se construyen a mitad del camino, con amor, valentía y la voluntad de sanar.
Y por primera vez en años… me sentí completa.