Narrado por Ethan
Hay algo en Lia que desarma. No en el mal sentido, sino en el más genuino. Me hace bajar la guardia, incluso cuando no lo pretendo. Desde aquel beso, todo ha cambiado entre nosotros. La oficina es la misma, el trabajo también… pero algo intangible se coló entre nosotros. Una tensión distinta, un cuidado más presente, una dulzura inesperada.
Y no puedo evitarlo. Me gusta. Me gusta verla llegar cada mañana con su sonrisa despreocupada, con esa sinceridad que desconcierta pero que se siente como un suspiro fresco en medio del ruido.
Sé que aún no somos nada. No hemos definido qué somos. Pero en el fondo… sé que a ella también le gusto. Y por primera vez, en mucho tiempo, no me da miedo corresponder. Esta vez, se siente diferente. Real.
La invité a cenar. No como jefe. No como compromiso social. Como un hombre que quiere conocer más a la mujer que ha revolucionado su rutina.
Fuimos a un pequeño restaurante de comida italiana. El ambiente era íntimo, cálido. Ella vestía un sencillo vestido rojo que realzaba su piel, su sonrisa, todo lo que me cautiva de ella sin esfuerzo.
—¿Por qué siempre eliges pastas? —me preguntó con una risita burlona.
—Porque me recuerdan que hay cosas que no se arreglan rápido —le respondí—. Hay que cocinarlas lento. Como las relaciones humanas.
Ella me miró como si no esperara algo así de mí. Pero no se burló. Sonrió.
Hablamos de todo. De nuestras infancias. De nuestros miedos. De lo que esperamos de la vida. Me habló de su madre, de su infancia en México, de cómo llegó sola a esta ciudad con un par de maletas y muchos sueños.
Yo le conté sobre mi niñez entre planos de construcción, sobre cómo construí esta empresa con la idea de no depender de nadie más… hasta que entendí que construir algo solo no es tan satisfactorio como compartirlo con alguien.
Al final de la noche, caminamos un rato por las calles tranquilas, bajo la luz tenue de los faroles. No nos tomamos de la mano, pero nuestras sombras sí lo hicieron. Y eso bastó por ahora.
—Gracias —me dijo ella mientras nos despedíamos—. Por mostrarme tu parte más real.
—Gracias a ti —le respondí—. Por no tener miedo de mostrar la tuya.
Narrado por Lia
Al día siguiente, Annette llegó a mi apartamento con su cafecito y esa mirada que lo dice todo.
—¡Habla ya! —exclamó antes de que pudiera saludarla—. ¡Quiero detalles! ¿Qué pasó con el jefe besable?
Me reí a carcajadas.
—¡Fue solo un beso! Bueno... y una cena. Y una charla maravillosa. ¡Y sí! Puede que me esté gustando demasiado.
Le conté todo. Desde el beso hasta la cita. Cómo me siento rara, pero feliz. Asustada, pero emocionada.
—Amiga, eso se llama estar viva —dijo ella riendo—. Y lo necesitas. Después de todo lo que has pasado, mereces una historia bonita.
Luego hablamos de papá. De James. De cómo el universo lo trajo de regreso. Le conté del almuerzo, de lo que hablamos los tres. De cómo me sentí al ver a mis padres reencontrarse después de tanto dolor.
—Es extraño —le dije—. Sentirme como una niña otra vez. Tener a alguien que me diga “te extrañé” y saber que lo dice en serio.
—¿Y tú cómo te sientes con él? —preguntó con ternura.
—Siento que tengo tanto por decirle, pero a la vez quiero solo abrazarlo. Estamos empezando de cero, pero no se siente vacío. Se siente como tierra fértil. Como si aún pudiéramos construir algo juntos.
James ha sido constante desde entonces. Llamadas. Mensajes. Invitaciones. Está ahí. No para imponer, sino para sumar.
Y yo… estoy aprendiendo a confiar. A permitir. A querer sin miedo.
Entre Ethan y papá, mi vida ha dado un giro inesperado. Pero por primera vez, no quiero volver atrás. Quiero seguir caminando hacia lo nuevo. Hacia lo que aún no sé… pero que se siente profundamente correcto.