Narrado por Ethan
Después de decirle que sí, después de tomar sus manos y decirle que quería comenzar esta historia con ella, lo único que pude hacer fue besarla. Con suavidad, con intención, con todo lo que me tenía guardado desde el primer día en que me sonrió sin miedo.
Fue un beso corto, pero lleno de promesas. Y en ese instante, lo supe: nada volvería a ser igual, y no me molestaba en lo más mínimo.
—Te llevaré a casa —le dije.
Ella aceptó con una sonrisa tímida, pero luminosa. Durante el trayecto, no hablamos mucho. A veces, el silencio dice más que las palabras.
Solo que no llegamos directamente a su apartamento.
—Antes… ¿te molestaría si pasamos por mi casa? Mis padres están ahí. Y… bueno, quiero que te vean. No como mi secretaria. Como Lia.
Sus ojos se abrieron sorprendidos, pero asintió sin dudar.
Mis padres ya sospechaban algo, claro. Pero cuando entramos y la vieron tomada de mi mano, supieron que aquello ya no era una suposición.
—¡Lia! —exclamó mi madre abrazándola—. Ya era hora que este cabeza dura hiciera algo inteligente.
Mi padre solo sonrió, dándome una palmada en el hombro.
—Tiene tu sonrisa —le dijo a mi madre en voz baja.
Pasamos un rato tranquilo. Conversaciones amenas, risas espontáneas. Lia se movía con soltura, como si hubiera nacido para estar en ese espacio. Y yo no podía dejar de mirarla, maravillado.
Narrado por Lia
A la mañana siguiente, lo primero que hice fue marcarle a Annette.
—¿Hola? —respondió medio dormida.
—¡Tengo novio! —grité tan fuerte que estoy segura la desperté por completo.
—¡¿Quééééé?! ¡Ya era hora! ¡Detalla, mujer, detalla!
Entre risas y chillidos, le conté todo. Desde la cena hasta el beso, desde el “sí” hasta conocer a sus padres. Annette gritaba cada cinco segundos como si estuviera viviendo su propia telenovela.
—¡Ay, Lia! Me encanta. ¡Estás hecha para amar así, sin miedo!
Ese día Ethan me escribió temprano: “¿Lista para tu primera salida como mi novia?”
Y así comenzó nuestra primera cita oficial.
Nada de cenas formales ni eventos de lujo. Paseamos por un parque, compramos helado, visitamos una librería vieja donde ambos elegimos un libro para el otro. Risas, confidencias, miradas largas y silencios que se sentían cómodos.
Al caer la noche, cenamos en un food truck frente al río. Y ahí, bajo el cielo estrellado, supe que no importaba cuánto durara esto… valdría cada segundo.
Porque en sus ojos encontré calma. Y en su risa, un hogar.
Editado: 03.08.2025