Narrado por Lia
Marqué su número por tercera vez. Nada. Ni un tono de espera. Simplemente iba al buzón de voz.
—Hola, soy Ethan. Déjame un mensaje—
Colgué antes de que terminara de sonar. Tragué saliva. Mi pecho estaba apretado, lleno de algo que no podía descifrar. No me respondía desde que salí del hospital. Ni un mensaje. Ni un “¿cómo estás?”. Nada.
Llamé a la oficina y la recepcionista me dijo con tono apurado:
—El señor Carter salió hace más de una hora. No nos informó hacia dónde se dirigía.
Ese nudo en mi estómago que ya venía acompañado de náuseas se intensificó.
Decidí ir a su apartamento. Tal vez estaba molesto por algo. Tal vez solo necesitábamos hablar… y después, le diría que estoy embarazada. Tal vez no era el momento ideal, pero necesitaba decírselo. Juntos podíamos manejarlo. Juntos, como habíamos empezado todo.
Tomé un taxi. Me costaba respirar. Cada minuto se hacía más largo. Una parte de mí presentía que algo estaba muy mal… pero no podía imaginar cuánto.
Cuando llegué, la puerta se abrió con fuerza. Ahí estaba él.
Ethan.
Pero no el hombre que me besaba la frente después de nuestras citas. No el que me tomaba de la cintura para susurrarme que me deseaba. No el que me acariciaba el alma con una sonrisa.
Este Ethan… me miraba con hielo en los ojos.
Con odio.
—¿Qué haces aquí? —preguntó, su voz seca, ronca, probablemente por el whisky que percibí al instante.
—He estado tratando de llamarte —dije suavemente, sintiendo que la garganta me ardía—. Necesito hablar contigo. Es importante…
—¿Más importante que tu cita con tu amante? —espetó, acercándose. Tenía la mirada desquiciada.
—¿Qué? ¿De qué hablas? ¡Ethan, no sé qué—
—¡No te atrevas a decir que no sabes! ¡Las fotos, Lia! Las malditas fotos. ¡Te vi! —gritó, golpeando con la palma la mesa del comedor.
Retrocedí un paso.
—Era mi amigo de la universidad, Sebastián. ¡Es gay! ¡Lo conozco desde hace años!
—¡Claro! ¡Todos son amigos! ¡Todos son inofensivos hasta que los veo besándote en la calle como si nada! —gritó con los ojos rojos.
—No fue un beso en la boca, Ethan. ¡Fueron dos besos en la mejilla! ¡Como siempre lo hemos hecho! ¡Te lo juro!
—¡No me jures nada! —vociferó.
Y entonces… lo que nunca creí que saldría de su boca, salió.
—¿Sabes qué? Debería haberlo visto venir. Una mujer como tú, con ese cuerpo, con esa risa exagerada, con esa necesidad constante de llamar la atención. No podía esperar que te quedaras solo conmigo. ¡Eres una maldita farsante! —escupió con desprecio.
Me quedé congelada.
—¿Una mujer como yo? —murmuré, sintiendo que los ojos se me llenaban de lágrimas—. ¿Y qué se supone que es eso?
—Tú sabes perfectamente a qué me refiero. Jugaste bien tu papel. La secretaria risueña, la dulce, la ‘diferente’. Pero al final… resultaste igual que todas. O peor. Porque me hiciste creer que podía volver a confiar. ¡Y solo eres una más que se aprovecha de lo que tengo!
Mi pecho ardía. Me llevé las manos al vientre. Cerré los ojos. Respiré. Las lágrimas comenzaron a rodar sin permiso.
—Estoy embarazada —dije en un susurro.
Pero él no me escuchó. O no quiso hacerlo.
—¡Vete de aquí, Lia! ¡Sal de mi casa ahora mismo! ¡Y no te atrevas a volver!
—Ethan, estás borracho. Esto no eres tú. Mañana hablaré contigo, cuando estés en tus cinco sentidos. Porque aunque me insultes, aunque me desprecies… lo que tenemos no se borra por unas malditas fotos manipuladas.
Me di la vuelta, con el corazón hecho pedazos, con el cuerpo temblando y el alma rota.
Salí de su apartamento.
Y por primera vez en mucho tiempo… me sentí sola de verdad.
Editado: 03.08.2025