Nuevas curvas para el Ceo

CAPÍTULO 38 — PALABRAS IMPERDONABLES

Narrado por Lia

Pasé la noche sin dormir. Dando vueltas en la cama, con las palabras de Ethan repitiéndose una y otra vez como una película maldita en mi cabeza.

“Una mujer como tú…” “Jugaste bien tu papel…” “¡Eres una maldita farsante!”

Me dolía respirar. Quería creer que solo era el alcohol hablando. Que no era él. Que no era el hombre que me había hecho sentir amada, vista, segura… por primera vez en años. Pero las palabras, una vez dichas, no se borran.

Y esas… habían calado hondo.

Llegué a mi apartamento con los ojos hinchados y el alma hecha trizas. Annette estaba allí, esperándome con una botella de agua y una mirada que lo decía todo.

—¿Qué pasó? —preguntó con voz tensa.

Me derrumbé en el sofá, contándole todo. Cada palabra. Cada mirada. Cada herida.

—Ese imbécil… —gruñó apretando los puños—. ¡No puedo creerlo! ¿Y tú lo sigues defendiendo? ¡Lia, por Dios!

—No lo defiendo… solo trato de entender. Estaba borracho. Herido. Cree algo que no es cierto…

—¡Eso no le da derecho a hablarte así! Y menos ahora, que estás… —se detuvo, bajando la voz—. ¿Y vas a decirle mañana?

Asentí con lágrimas en los ojos.

—Tiene que saberlo. Pero también tiene que escucharme. Quiero creer que me escuchará. Que no me va a volver a lastimar.

—Si vuelve a hacerlo, Lia, juro por Dios que lo mato con mis propias manos.

Sonreí débilmente. Annette siempre fue mi escudo. Mi hermana del alma.

—Gracias —le dije abrazándola—. Pero yo me encargo.

Al día siguiente, me arreglé como si nada de lo anterior hubiera sucedido. Maquillé las ojeras, me puse mi blusa favorita y caminé con la cabeza en alto. Sabía que todos en la oficina hablaban. Las paredes de cristal no guardaban secretos. Pero no me importó.

Fui directamente a su oficina. Golpeé con firmeza.

—¿Qué quieres? —preguntó sin mirarme.

—Hablar.

Él suspiró con fastidio, como si le estuviera pidiendo un favor que no merecía.

—Cinco minutos. Eso es todo.

Entré. Cerré la puerta. Me paré frente a él sin titubear.

—Ethan, lo que viste no fue lo que piensas. Sebastián es gay. Es mi amigo desde la universidad. Lo conozco desde hace años. Fue un malentendido. Alguien tomó esas fotos para hacer daño. Tú deberías conocerme más que nadie. Saber quién soy.

Él se cruzó de brazos, su mandíbula apretada.

—¿Y ahora todo encaja? Claro. Qué conveniente. ¿Justo cuando te descubro, resulta que estás embarazada?

Mi mundo se detuvo.

—¿Qué dijiste? —pregunté, mi voz temblando.

—Ese hijo debe ser de tu amante. ¿No? Y ahora me lo quieres colgar a mí. Me ves con dinero, con poder, y crees que puedes atraparme con un hijo que ni siquiera es mío.

Mi respiración se volvió inestable. Sentí que me ardían los ojos, pero me negué a llorar.

—Ethan… espero que estés completamente consciente de lo que acabas de decir —murmuré, cada palabra una daga que tragaba con orgullo—. Porque eso… eso no te lo voy a perdonar jamás.

Él bajó la mirada por un instante, pero no dijo nada.

—El día que abras los ojos, y lo harás, porque la verdad siempre sale a flote… estaré esperándote. No por ti. Sino por mi hijo. Porque yo sí sé lo que es crecer sin un padre. Y no permitiré que mi bebé pase por eso.

Di media vuelta con la frente en alto, aunque por dentro… todo estaba hecho añicos.

Salí de la oficina sin volver a mirar atrás.

Mi corazón estaba roto. Pero mi dignidad seguía intacta.




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