Narrado por Ethan
Cuatro años.
Han pasado cuatro malditos años y aún no logro encontrarme. Me he convertido en una sombra de lo que fui. Trabajo, vivo… existo. Pero no sonrío. No siento. No amo.
No he estado con nadie desde que Lia se fue. Y no porque no pudiera. He tenido oportunidades, claro. Pero ninguna mujer tiene sus ojos. Ninguna mujer me hace reír como ella. Ninguna me mira como si pudiera ver más allá del traje caro y el imperio que cargo a cuestas.
Desde que se fue, me encerré en mí mismo. Me convencí de que ella me había traicionado. De que había jugado conmigo como lo hizo Valerie. Me dije que el amor era un error, que el cariño era debilidad, que confiar era un lujo que no podía darme más.
Hasta hoy.
Hoy vi a Valerie.
La encontré en una de las calles principales de Manhattan, saliendo de una tienda de lujo del brazo de un hombre que claramente le doblaba la edad… y el tamaño de su cuenta bancaria.
Me miró como si fuera el premio mayor de una apuesta que había ganado hace tiempo.
—Ethan —dijo con esa voz que solía parecer dulce y que ahora solo me provocaba escalofríos.
—Valerie —respondí seco.
—¿Sigues tan miserable como la última vez que nos vimos?
No contesté.
Ella rió.
—Bueno, no importa. Porque igual me alegra. Me alegra verte así. Destrozado. Solo.
—¿Qué quieres?
—Nada. Ya lo tengo todo —dijo alzando la bolsa de diseñador—. Pero pensé que sería divertido contarte algo que llevo años guardando. Algo que seguro hará que termines de derrumbarte.
Me quedé mirándola. Una parte de mí ya sabía que venía algo terrible.
—¿Sabías que Lia nunca te engañó? Que ese tipo en la foto era gay. Sebastián, ¿no? Vaya, qué nombre para un “amante”.
Mi sangre se congeló.
—¿Qué estás diciendo?
—Que lo planeé todo. Contraté al fotógrafo. Lo busqué justo después de saber que estaba embarazada. Te mandé esas fotos porque sabía que no podrías con la duda. Y funcionó. Lo arruinaste todo tú solito. Y ella… se fue embarazada. De ti.
Me quedé sin palabras. Literalmente sin aliento.
—Y lo mejor es que lo hiciste tú solito. Yo solo te di el empujón. El resto lo hiciste tú. Tus prejuicios, tus inseguridades, tu falta de fe en ella… tú destruiste todo.
—¿Por qué? —logré decir con voz temblorosa.
—Porque si no eras para mí, no serías para nadie. Y aunque no te tuve… me aseguré de que tú tampoco la tuvieras.
Quise gritar. Quise golpear algo. Pero solo me quedé ahí, estático, mientras Valerie se alejaba del brazo de su nuevo trofeo.
El mundo se me cayó encima.
La había juzgado.
La había insultado.
La había echado de mi vida… de la peor forma posible.
Y ella se había ido. Con mi hijo. Con mi amor. Con todo.
Yo la destruí.
Y ahora… lo único que queda por destruir… soy yo mismo.
Editado: 03.08.2025