Nuevas curvas para el Ceo

CAPÍTULO 45 — EL REENCUENTRO

Narrado por Ethan

La ciudad de Washington tenía un aire distinto. Más tranquilo. Menos acelerado. Tal vez porque llevaba en el pecho una tormenta y en los ojos una ansiedad que no sabía cómo calmar.

Había llegado esa mañana, y tras pasar horas frente al edificio de la empresa Carter Group —la empresa del padre de Lía, como descubrí después de buscarla con desesperación—, al fin me decidí a entrar.

No tenía cita. No tenía un plan. Solo el corazón en la mano y una verdad que necesitaba soltar.

Pregunté por ella en recepción, y mientras la recepcionista hacía una llamada, mis manos sudaban.

Entonces la vi.

Y todo se detuvo.

Lía…

Lía Parker.

Era ella, pero también era otra. Más hermosa. Más segura. Más mujer.

Llevaba un vestido azul que abrazaba su figura como una caricia. Caminaba con gracia, con determinación. Sus rizos dorados caían con suavidad sobre sus hombros, y sus ojos… esos ojos grises que nunca pude olvidar, brillaban con una fuerza nueva.

Mi corazón dio un vuelco. La admiré.

Y me odié un poco más.

No solo la había perdido. Había perdido a la mujer más fuerte y valiente que había conocido.

Ella me vio. Se detuvo. Sus labios se entreabrieron apenas. Una emoción indescifrable cruzó por su rostro. No fue odio. No fue amor. Fue algo entre la sorpresa y el eco de un pasado que se negaba a morir.

—Hola, Lía —dije al fin, con voz baja, temiendo romper algo sagrado con cada palabra.

Ella no respondió de inmediato. Dio un paso hacia mí. Su expresión, serena. Su postura, firme.

—Ethan —dijo. Y ese solo nombre en su voz me estremeció.

Hubo un silencio incómodo. Denso. Como si el tiempo se plegara entre nosotros, cargado de todo lo no dicho.

—Estás… diferente —murmuré—. Te ves… increíble.

Sus labios se curvaron apenas, pero no fue una sonrisa completa. Fue una línea de dignidad. De equilibrio.

—Gracias. He aprendido a estar bien.

Y en esa frase, supe todo lo que necesitaba saber.

Ella había crecido sin mí. Se había reconstruido. Se había levantado sola.

Y yo… me había perdido de eso.

—Sé que no tengo derecho a pedir nada —dije, sintiendo que las palabras se atascaban en la garganta—. Pero estoy aquí. Quiero hablar. Escucharte. Verlos…

Sus ojos se entrecerraron, alerta.

—¿Verlos?

—A ti… y a nuestro hijo —agregué, con el corazón acelerado.

Ella desvió la mirada. Hubo una pausa.

—Hay muchas cosas que no sabes, Ethan. Y si de verdad estás aquí para escuchar… entonces siéntate. Porque no será fácil.

Y lo hice. Me senté. Porque en ese momento supe que cualquier cosa que tuviera que atravesar, valía la pena… por ella. Por ellos.




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