Narrado por Lía
Esa noche, después de hablar con mis padres, sentí que algo dentro de mí se había aflojado. Como si la presión que había estado oprimiéndome el pecho durante semanas por fin me hubiera dado una tregua.
Me duché, me puse mi pijama más cómodo —uno viejo con patitos, el favorito de mis hijos—, y me senté en el sofá con el celular entre las manos. No lo pensé demasiado. Marqué el número de Annette.
Ella contestó al segundo timbre.
—¿Y ahora sí vas a decirme por qué tienes esa voz de “mi vida se convirtió en un torbellino emocional y necesito ayuda”? —fue lo primero que dijo, con su tono sarcástico y divertido.
Solté una risa cansada.
—¿Tan obvia soy?
—Eres un libro abierto, cariño. Y yo soy la editora jefa de tus capítulos.
Suspiré, bajando la voz.
—Hablé con mis papás. Sobre Ethan… y sobre lo que estoy empezando a sentir otra vez.
Se hizo un breve silencio.
—¿Y qué te dijeron?
—Que el pasado no se puede borrar, pero sí se puede aprender de él. Que mire hacia adelante, y que si estar con él me hace feliz, lo intente… pero sin olvidar lo que viví. Que me cuide. Que haga lo que me haga bien. Que ellos van a estar ahí, pase lo que pase.
Annette no respondió de inmediato. Su silencio fue largo, pero no incómodo. Sabía que estaba procesando cada palabra.
—¿Y tú qué sientes? —preguntó al fin—. Porque puedes tener a todos diciendo “haz esto” o “haz aquello”, pero al final, Lía, eres tú la que tiene que cargar con la decisión.
Me quedé pensativa, mirando hacia la ventana de la sala donde la luna parecía observarme como una vieja amiga.
—No sé exactamente qué siento… —comencé a decir—. Pero cuando estoy con él… me siento tranquila. Me siento bien. No estoy segura de haberlo perdonado del todo, pero tampoco siento odio. Me hace reír otra vez. Me mira diferente. Es paciente, más humano. Y me dan ganas de creerle. De creer en él… otra vez.
—¿Lo amas?
Esa pregunta me tomó por sorpresa.
No respondí de inmediato. Porque no lo sabía con certeza.
—Creo que… estoy empezando a amarlo de nuevo. Pero me da miedo. Me aterra. Porque si vuelve a fallarme, no solo me rompería a mí… también a mis hijos.
—Entonces ahí está la respuesta —dijo ella con firmeza—. Si él falla otra vez, ya no estarías sola. No te vas a hundir. Porque ahora tienes un ejército que te respalda. Tienes a tus hijos, a tus padres… y a mí. Y si ese hombre realmente cambió, lo sabremos. Porque nadie puede fingir tanto tiempo. Pero si lo que estás sintiendo es real, Lía… no lo mates por miedo. A veces hay que ser valiente para volver a amar.
Una lágrima se deslizó por mi mejilla. Sonreí.
—Te odio, Annette. Siempre sabes qué decir.
—Lo sé, soy molesta, brillante y terriblemente sabia. Pero hablando en serio… no me agrada él, aún no. Me cuesta perdonarlo. Por lo que te hizo, por lo que sufriste. Pero si tú decides darle otra oportunidad, yo voy a estar ahí, para ayudarte a construir o para sostenerte si todo se desmorona. No voy a soltarte.
Mi corazón se apretó con cariño.
—Gracias. No sé qué haría sin ti.
—Probablemente estarías comiendo helado con lágrimas en la cara y viendo películas románticas mientras los niños te preguntan por qué lloras con una comedia. —Ambas reímos.
Nos quedamos hablando un rato más. De la vida, de mis hijos, del nuevo corte de cabello de su jefe que parecía un mapache atropellado. Su humor siempre era medicina para mí.
Y cuando colgamos, sentí una paz nueva.
Quizás sí podía volver a confiar. Quizás sí merecía volver a amar.
No sabía qué haría mañana, ni la próxima semana. Pero por primera vez en mucho tiempo, sentí que estaba lista para tomar decisiones desde el amor… y no desde el miedo.
Porque el corazón puede romperse muchas veces, pero también puede volver a latir con fuerza.
Y el mío, empezaba a despertar otra vez.
Editado: 03.08.2025