Nuevas curvas para el Ceo

CAPÍTULO 58 — BAJO LA LUZ DE UNA DUDA

Narrado por Lía

Amanecí con el eco de las voces de mis padres y de Annette en mi mente. Las palabras de ambos me habían calado profundo, dejándome pensando más de lo que quería admitir. Me miré en el espejo, con el cabello despeinado y las ojeras propias de una madre que duerme poco y piensa mucho.

"¿Y si…?", me repetía una y otra vez.

A media mañana, recibí un mensaje de Ethan.

Ethan: ¿Tienes planes esta noche?

Yo: ¿Depende? ¿Por qué?

Ethan: Quiero invitarte a cenar. Sin los niños. Solo tú y yo. Sin presiones.

Sonreí, dejando el celular a un lado. Mi corazón latía con ese ritmo que reconocía de los días cuando aún era su novia, cuando todo era nuevo y emocionante.

Pasé el resto del día pensando en eso. En lo que sentía. En cómo su cercanía no me incomodaba, cómo su sonrisa me hacía sentir segura… y cómo sus pequeños gestos de estos días me hacían querer creer que todo podía ser diferente.

No era fácil confiar otra vez. No después de lo vivido. Pero... ¿y si realmente estaba cambiando? ¿Y si lo que siento no es sólo nostalgia, sino algo real?

Me arreglé sin exagerar. Vestido sencillo, labios con brillo y ese perfume que tanto le gustaba. Antes de salir, mis hijos me lanzaron un "¡Mami, te ves hermosa!" al unísono. No supe si reír o llorar.

Narrado por Ethan

Cuando la vi llegar, supe que ese sería uno de esos recuerdos que guardaría para siempre. Lía tenía una luz diferente. Una mezcla entre fortaleza y ternura que hacía que cualquier otro en la habitación desapareciera.

Cenamos en un restaurante pequeño, cálido. Comimos pasta y hablamos de todo un poco: de nuestros hijos, del trabajo, de los viejos tiempos…

Reímos.

Mucho.

Y entre bocado y bocado, entre sorbo de vino y suspiros contenidos, la vi mirarme con esos ojos que alguna vez creí que no volverían a posarse sobre mí de esa forma.

Después caminamos. La noche era fresca y la ciudad, silenciosa. Íbamos despacio, sin rumbo claro, hasta que llegamos a un pequeño parque. Nos sentamos en una banca, en silencio.

Ella se frotó las manos por el frío. Yo, sin pensar demasiado, le ofrecí mi abrigo. Cuando se lo puso, nuestras manos se tocaron.

Y el silencio… cambió.

—¿Puedo decirte algo? —pregunté en voz baja, sin soltar su mirada.

Ella asintió, expectante.

—Nunca dejé de amarte, Lía. Lo supe desde que te vi otra vez. Y sé que quizás es tarde… pero estoy dispuesto a hacer que valga la pena cada segundo que estés a mi lado, si me dejas.

No respondió de inmediato. Bajó la mirada, mordiéndose el labio como hacía cuando estaba nerviosa. La tomé de la mano, despacio, y me incliné hacia ella.

Estaba a centímetros. Sentí su respiración agitada, su corazón latiendo tan fuerte como el mío.

Entonces, algo la hizo detenerse. Se apartó levemente, sin soltarme la mano.

—No estoy lista… aún —susurró—. Pero gracias por no presionar.

Asentí, tragando el nudo en la garganta. No era un no. Era un "tal vez". Era esperanza.

Y eso… era suficiente por ahora.




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