Nuevas curvas para el Ceo

CAPÍTULO 62 — TODO VUELVE A FLORECER

Narrado por Ethan

No dormí esa noche.

No porque algo me preocupara, sino porque la emoción de volver a comenzar con Lía me tenía despierto como un niño en Navidad. Su voz aún resonaba en mi cabeza, repitiendo esas palabras que para mí significaban tanto: "Sí, quiero intentarlo. Juntos."

¿Lo pueden creer? Después de todo lo que arruiné, ella me dio una segunda oportunidad. No soy ingenuo, sé que hay mucho que sanar y reconstruir, pero esta vez estoy listo para hacerlo bien.

Al día siguiente, mientras tomaba café y preparaba el desayuno, mis hijos se levantaron con esa energía infinita que los caracteriza. Leo entró en la cocina con su bata de dinosaurios, seguido de Ian, que se restregaba los ojos con la almohada todavía pegada al rostro.

—¿Hoy desayunamos panqueques con forma de superhéroes? —preguntó Leo, trepándose a la silla.

—Hoy desayunamos noticias importantes —dije, dándoles a ambos un vaso de leche.

—¿Qué tipo de noticias? —preguntó Ian, sospechoso.

Sonreí, me senté con ellos y apoyé los codos sobre la mesa como si fuéramos a hacer una reunión ejecutiva.

—Ayer salí con su mamá. Tuvimos una cita.

Los ojos de ambos se abrieron como platos.

—¿Y…? —preguntaron al mismo tiempo.

—Y me atreví a decirle todo lo que siento. Que la amo. Que quiero estar con ella otra vez. Y, bueno… —me detuve para ver sus reacciones—, ¡me dijo que sí!

Leo saltó de la silla y se abalanzó sobre mí.

—¡Sabía que funcionaría! ¡Te lo dije, Ian!

—¡Sí! —Ian lo siguió abrazándome desde el otro lado—. ¡Ahora sí vamos a ser una familia completa!

Los levanté a ambos entre risas, y durante varios minutos no dejamos de abrazarnos. Me emocioné más de lo que esperaba. Se sentía como una pequeña victoria, pero una de las más grandes de mi vida.

—¿Ya puedo llamarte “novio de mami” oficialmente? —dijo Ian con cara seria.

—Sí, campeón. Ya puedes.

—Entonces tienes que cuidarla mucho, ¿sí? —añadió Leo, tocándome el pecho con su dedo índice—. No puedes hacerla llorar otra vez.

Tragué saliva y asentí con solemnidad.

—Jamás volveré a hacerle daño. Lo prometo. A ustedes también.

El fin de semana, Lía y los niños se quedaron a dormir en casa. Era la primera vez en mucho tiempo que volvíamos a compartir el mismo espacio como una familia. Pasamos el día viendo películas, jugando cartas, cocinando juntos y tomando demasiadas fotos.

Y esa noche… esa noche fue especial.

Cuando los niños finalmente se durmieron, Lía y yo quedamos en la sala. La luz tenue, la música suave de fondo, y el silencio que no pesaba, sino que envolvía. Nos miramos, y supe que ella también lo sentía: el amor que se había quedado suspendido en el tiempo, listo para volver a nacer.

Nos acercamos. Mi mano acarició su mejilla, como si pidiera permiso. Ella cerró los ojos y se apoyó en mi caricia. Fue ahí cuando lo supe: aún me amaba.

—Te amo —susurré—. Y cada día que pasa me enamoro más de ti.

Ella no respondió con palabras. Su beso fue respuesta suficiente.

Nos entregamos sin miedo, sin apuros, sin dudas. Como si nuestros cuerpos recordaran la historia que aún seguía latiendo bajo la piel. La besé con hambre, con ternura, con una necesidad contenida por años. La sostuve con fuerza, no para retenerla, sino para sentir que esta vez no se me escaparía.

Su piel era el mapa donde yo volvía a encontrarme. Su voz, la melodía que había extrañado más que a nada. Nos amamos con los ojos abiertos, con el alma despierta, con el corazón dispuesto. En cada roce, en cada suspiro, en cada caricia, le pedí perdón. Y en cada gemido, en cada “te quiero” entrecortado, ella me perdonaba un poco más.

La llevé hasta mi habitación con los brazos enlazados, sin dejar de besarla, como si con cada beso pudiese curar una herida más. Su cuerpo se fundía con el mío como si el tiempo no hubiera pasado. Y en cada movimiento, en cada caricia, le prometía amor, lealtad y verdad.

Sus labios se volvían necesidad, sus manos urgencia, sus ojos faro. Nos amamos una y otra vez, hasta quedarnos sin palabras, solo suspiros. Acaricié su espalda mientras la sentía temblar contra mí y la abracé más fuerte, como queriendo resguardarla de todo.

Cuando todo terminó, no quise soltarla. La abracé con todo lo que soy y ella se acomodó sobre mi pecho, respirando profundo, con una mano sobre mi corazón.

—Gracias —le susurré al oído.

Ella me besó el pecho en respuesta y cerró los ojos. Su respiración se hizo pausada, tranquila, segura.

Y por primera vez en mucho tiempo, me dormí con el alma en calma, sabiendo que no sólo había recuperado a la mujer que amaba, sino también mi lugar en el mundo.




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