Narrado por Ethan
Desde que recibimos el diagnóstico, las horas se habían convertido en días interminables. El hospital se volvió nuestra segunda casa. Me negaba a irme del lado de Lía. Dormía en una silla, comía cuando podía, y cada vez que los niños venían, trataba de mostrarme fuerte. Pero por dentro, estaba hecho pedazos.
Mis suegros me ayudaban con los niños, pero ellos también estaban destrozados. Era imposible no estarlo. A veces, me sentaba frente a Lía y le hablaba como si nada estuviera mal, como si en cualquier momento fuera a abrir los ojos y reírse de alguna tontería que dijera. Pero la realidad me golpeaba cada vez que veía ese monitor marcando sus signos vitales.
Había algo que me mantenía en pie: la rabia. Saber que Valerie estaba detrás de todo esto me carcomía. La policía ya había emitido una orden para llevarla a declarar. Pero yo sabía que con su influencia, haría lo posible por evadir la justicia. No iba a permitirlo.
Una mañana, cuando los niños estaban en casa con sus abuelos, regresé a la habitación de Lía con un café en la mano. Me senté a su lado, como siempre, y tomé su mano. Era extraño cómo hasta su piel parecía distinta, más fría, más lejana.
—Hoy es un buen día para que despiertes, amor —susurré—. Los niños te extrañan. Yo te extraño. No sabes lo vacío que se siente este mundo sin ti hablándome a mil por hora, sin tus bromas, sin tus regaños...
Respiré hondo, tragando el nudo en mi garganta.
—Tengo miedo, Lía. Nunca te lo diría frente a ellos, pero estoy asustado. No sé si puedo con esto sin ti. Pero no te preocupes, voy a estar fuerte por los niños. Solo necesito que regreses. Te amo, con cada parte de mi alma.
Minutos después, uno de los agentes de policía se acercó a la puerta. Ya habían citado a Valerie, pero según el oficial, ella negó todo. Argumentó que su carro había sido robado ese día y que no tenía idea de lo ocurrido. No podían arrestarla sin pruebas definitivas.
—Sabemos que miente —dije fríamente—. Y la vamos a desenmascarar. Cueste lo que cueste.
El oficial asintió con seriedad, pero también con cautela. No querían errores en el proceso. Cualquier paso en falso podría dejarla libre. Valerie era astuta, manipuladora, y peligrosamente calculadora.
Esa noche, mientras me quedaba solo en la habitación de Lía, sentí una calma extraña. Una paz que no entendía. Me acerqué a ella, tomé su rostro entre mis manos, y le susurré:
—Vamos a salir de esta, preciosa. Y cuando despiertes, lo primero que haré es pedirte que te cases conmigo. No pienso pasar otro día sin que seas mi esposa.
Cerré los ojos y la besé en la frente, quedándome ahí, sintiendo ese amor que ni el dolor, ni el miedo, ni el odio habían logrado romper.
Afuera, el mundo parecía dormir. Pero yo sabía que era solo la calma antes de la tormenta.
Y esta vez, estaba preparado para enfrentarla.
Editado: 03.08.2025