CAPÍTULO 71 — EL DESPERTAR

Narrado por Lía

El primer sonido que escuché fue un pitido constante. Luego, un murmullo lejano, como si alguien hablara a través del agua. Me costaba respirar, me pesaban los párpados, como si el sueño hubiera sido un ancla que no quería soltarme. Pero entonces, sentí una caricia. Calor. Una voz.

—Lía... amor, si puedes escucharme, por favor...

Esa voz. Ethan.

Luché contra la neblina de mi mente. Poco a poco, logré abrir los ojos. La luz blanca del techo me encegueció un momento. Parpadeé varias veces hasta que su rostro se hizo nítido. Sus ojos estaban enrojecidos, y su mano temblaba mientras sostenía la mía.

—Ethan… —mi voz salió apenas como un suspiro.

Sus ojos se abrieron de par en par. Se inclinó hacia mí, besó mi frente, mis mejillas, mis manos.

—Estás aquí… gracias a Dios… Te amo, Lía. No sabes lo mucho que recé por este momento.

Yo no entendía bien qué pasaba. Solo sabía que mi cuerpo dolía, y que él estaba allí, y eso era suficiente para no tener miedo.

—Los niños… —susurré, intentando moverme—. ¿Están bien?

—Sí, están bien, están a salvo. Leo está ileso. Tú… tú lo salvaste.

Lágrimas corrieron por mis mejillas sin que pudiera detenerlas. Recordaba el auto, la velocidad, el miedo. Recordaba abrazar a mi hijo con todas mis fuerzas.

—Pensé… que no volvería a verlos.

—Pero estás aquí, amor. Me diste el susto más grande de mi vida, pero estás aquí. Y te juro que no voy a dejar que nadie vuelva a hacerte daño. Nunca más.

Vi la rabia contenida en su mirada. Había algo más, algo que yo aún no sabía. Pero no podía hablar mucho. El cansancio me vencía de nuevo.

—Solo duérmete —dijo acariciando mi cabello—. Estoy contigo. Siempre.

Y me dejé llevar por su voz. Por su amor. Porque por primera vez, en medio del dolor, supe que ya no estaba sola.

El infierno había pasado, pero las secuelas apenas comenzaban.